Cuando García Márquez llegó a Moscú en 1957, al final de su recorrido por el otro lado del Telón de Acero, aún le quedaba un penúltimo choque cultural: "Es indefinible la sensación que produce hacer un chiste sobre Marilyn Monroe y que la ocurrencia se quede en las nubes. Yo no encontré un soviético que supiera quién es Marilyn Monroe", cuenta. Esta laguna no sólo les incapacitaba para la risa cuando aparecía su nombre, sino que les hacía inalcanzable el disfrute de reconocerla en las alusiones laterales. No hay riesgo de que eso suceda con Mourinho.

José Mourinho, en una rueda de prensa.

José Mourinho, en una rueda de prensa. Clive Rose Getty Images

Al revés: en cualquier circunstancia se puede leer instantáneamente una referencia indirecta. Guiño, guiño. Cuando le despidió el Chelsea, los periódicos intuyeron un regreso inminente al Bernabéu. Cuando su equipo se jugaba pasar a los octavos de la Champions, un Chelsea-Oporto se convirtió en asunto de disputa local en los bares madridistas. Cuando Stamford Bridge silbó el sábado a sus propios jugadores (alguna pancarta los llamó ratas), nadie ignoraba con quién había nacido aquello. Ni rastro de laguna soviética.

Esa presencia flotante hará que en Chamartín se tarde mucho en olvidar lo que es un pipero, ese tipo del Madrid, sí, pero resistente al mourinhismo. En su última entrevista, Florentino Pérez se detuvo a comentar las posibilidades de que regresara el portugués ("Ahora no"). En cambio, la referencia a Ancelotti, el ganador de la décima, fue sólo accesible a cabalistas: algo así como "el problema que tenemos desde enero". Los referentes nítidos, aquellos que no dejan lugar a duda en los chistes, dicen mucho del caldo cultural en el que se han cocido quienes los ríen. También resultaban elocuentes las lagunas soviéticas.

En todo esto es un maestro Mourinho, estratega de sí mismo. Al poco de ser despedido, se dejó ver en un partido de segunda. Jugaba el Middlesbrough de Karanka, fiel escudero. Ése sí. Dedica tanto ingenio a evitar que alguien deje de reír un chiste suyo, a desaparecer, que recuerda la leyenda referida por Slavoj Zizek: "Uno de los mitos más extendidos de la última época de los regímenes comunistas de Europa del Este era que existía un departamento de la policía secreta cuya función era (no reunir, sino) inventar y poner en circulación chistes políticos contra el régimen y sus representantes, pues eran conscientes de la positiva función estabilizadora de los chistes".