Si los dirigentes de las federaciones internacionales y de las ligas tuvieran un mínimo respeto por los deportistas dejarían de programar temporadas sólo aptas para mulas de carga. Desde hace muchos años -y he sido protagonista en primera persona-, los sindicatos de los jugadores están reclamando la racionalización de los calendarios para evitar que los jugadores caigan lesionados como chinches. Los responsables del deporte te miran con cara de preocupación, dicen compartir tu inquietud y añaden con gestos de convicción que la salud del deportista es lo más importante. Como consecuencia de esa sensibilidad tan mayúscula que usted, querido lector, ni siquiera puede imaginar, cada temporada hay más partidos.

Esta actitud no sólo revela una manifiesta falta de respeto hacia los deportistas, también hacia los aficionados. En los últimos Mundiales de fútbol, sin ir más lejos, predominaron los partidos aburridos y de baja calidad, fundamentalmente porque los jugadores están agotados. Tal es el ojo clínico de los rectores del deporte que la epidemia se extiende sin entender de fechas ni de clases sociales.

La lista de bajas de la pasada temporada en la NBA fue espeluznante, mientras por estos lares hemos comenzado la presente con Messi lesionado y Ronaldo pululando por el césped como alma en pena. Hasta da la impresión de que en el Madrid y en el Barcelona hay más titulares lesionados que sanos. Pero les da igual. El fútbol es una religión circense y detrás de éstos vendrán otros gladiadores con los que ocupar el tiempo de ocio de los fieles. Al fin y al cabo, cuentan con el beneplácito de muchos interesados cuyo único objetivo es que la música no cese. El fútbol se ha convertido en una industria, en un negocio que rueda y rueda, como el balón por el césped, sin importar quién pegue las patadas.

En este mundo sin sentido y artificial, en el que lo único verdadero sucede en la hierba, se repiten muchas cantinelas que terminan calando en el personal. Una de ellas es el llamado virus FIFA. Los clubes se quejan una y mil veces, y sus periodistas afines ponen el grito en el cielo, por las excesivas lesiones que sufren sus jugadores con los equipos nacionales, achacándoles a éstos la responsabilidad del siniestro. Nada más lejos de la realidad. No sólo porque también se lesionan con su club, como estamos comprobando últimamente (esta semana han caído Rakitic y Marcelo), sino porque es obvio que la causa de los problemas no son los encuentros internacionales, sino el calendario.

El fútbol es un negocio transversal en el que las federaciones y los clubes se retroalimentan. Los clubes ocupan el escenario la mayor parte del año, pero sería absurdo negar la importancia secular de los campeonatos de selecciones en la difusión del balompié, los más seguidos en el mundo. Por ahora, los que en ocasiones aparecen como dos protagonistas antagónicos están condenados a convivir por beneficio mutuo. De otra parte, con independencia del peso que tengan los clubes en la elaboración del calendario internacional, el hecho es que ellos mismos también sobrecargan de partidos a los jugadores en el trozo de pastel que les corresponde gestionar. Pero además, son quienes más tiempo tienen a los jugadores a su disposición, y con un calendario conocido desde el inicio de la temporada para diseñar la programación correspondiente.

Por lo tanto, desde el inicio y conforme transcurre el curso habrían de calcular los minutos que jugarán con los equipos nacionales, ya que los jugadores van a acudir a la llamada del seleccionador y a participar en lo que les digan. Protestar a posteriori de que en la selección se lesionan es el reconocimiento implícito de un error en la distribución de la carga de trabajo que han de atribuir a cada futbolista. O sea, la revelación de su propia incapacidad. Por no hablar de las pretemporadas, en las que antaño los jugadores se concentraban para sentar las bases con las que enfrentarse al rigor que se les venía encima y que ahora los clubes grandes utilizan para irse de bolos a cualquier parte del mundo que requiera de romeros. Y luego se quejan.