“¡No, a Jackson no. No lo saques!”, se quejaba el Calderón. La confianza en él era mínima. Más bien poca antes de que saltara al césped. Sin embargo, el colombiano resurgió de sus cenizas. Como había dicho Simeone hace un par de semanas. Buscó la pelota, se comió a su par y la puso en el área. ¿Y quién apareció? El otro que no entraba en los planes de nadie: Vietto. El argentino sólo tuvo que empujarla. Suficiente para un Atleti que tuvo que remar a contracorriente, superar el gol de Benzema en la primera mitad y sobreponerse al paradón de Keylor Navas de penalti. ¿Resultado? Un empate (1-1) que supo a poco en el Calderón. 

No saltó el mejor Madrid al césped, pero tampoco lo necesitó en gran parte del partido. Le bastó con comparecer, medir bien los tiempos y soltar el puño en el momento adecuado. Al menos, al principio. Sin hacer florituras, adelantándose con una jugada tan vieja como el propio fútbol: Carvajal puso el centro desde la banda derecha y Benzema remató de cabeza. Y ya está. Cumplido el primer objetivo, aguardó como un felino metido en su área, exhibiéndose en transiciones largas y buscando morder la yugular colchonera a la contra.

No le exigió mucho más el Atlético, mejor durante breves tramos del partido, pero infinitamente menos efectivo que su rival desde el arranque. Así lo quiso Keylor Navas, santo bendecido por aquel fax que nunca llegó. El costarricense volvió a ponerse la capa de héroe y le detuvo un penalti a Griezmann en la primera mitad. Y con el portero en estado de gracia, el Madrid aguantó la presión del Calderón.

La roca de Benítez, por aquello de las casualidades, se podría haber agrietado con la lesión de Carvajal, que se marchó lesionado y tuvo que cederle su hueco a Arbeloa. Sin embargo, aguantó hasta el minuto 82. El Atleti, dispuesto esta temporada a tocar más que otros cursos, se ha vuelto más convencional en las formas. Tiene la pelota, llega hasta el área rival y luego lo pasa mal para encontrar la llave que en otro tiempo fue patrimonio de Costa. O de Falcao. O de Agüero. Hasta el minuto 57, cuando fue cambiado por Vietto, tan solo Correa ofreció algo diferente. Ya saben, un desborde, un regate. Algo.

Sin embargo, el Calderón, alicaído desde el cambio de Correa, resucitó en el minuto 82, cuando apareció Jackson por la banda, cabalgó hasta la línea de cal y la puso en el área. Y, tras unos rechaces, apareció Vietto para marcar el empate. Fue un chispazo, el que puede ser el origen de una pareja comprada para entenderse el pasado verano y que encontró la química, precisamente, ante el eterno rival. El mejor lugar, quizás, para empezar a entenderse.