Levantar un 25-12 de parcial en el segundo cuarto, y en Tel-Aviv, era una hombrada de grandes dimensiones para los jugadores del Real Madrid. Todavía era más difícil reponerse de la sangría interior que provocó el Maccabi (46 rebotes locales por 19 visitantes). Y, aun así, el equipo de Pablo Laso no perdió la esperanza hasta bien entrado el cuarto final: volvió a entrar en el partido y pudo ganarlo. Muy a pesar de unas bajas en la zona que tuvieron mucha culpa de la derrota que hubo que lamentar al sonido del bocinazo [Narración y estadísticas: 90-83].

Los 30 puntos que anotó el Madrid en los 10 minutos iniciales fueron un auténtico espejismo. Parecía que las ausencias de Kuzmic y Ayón no importaban en absoluto. El equipo estaba fresco y disfrutaba de la mano de Doncic, Randolph y Campazzo. También de Rudy, que puso un +10 esperanzador en el marcador gracias a un triple. Pero todo se desmoronó: el auténtico encuentro, uno que conllevaba sufrimiento extremo dada la alarmante falta de centímetros madridista, pasó a jugarse en el segundo periodo.

Fue entonces cuando Deshaun Thomas y Michael Roll, dos viejos conocidos de la ACB, cambiaron la actitud del Maccabi para siempre en el duelo. Su festival anotador dejó helados a los visitantes, incapaces de parar un vendaval ofensivo que provocó el delirio generalizado de la parroquia de la Mano de Elías (37 puntos entre los dos al final del partido). La aparición de Thomas, ex del Barça, fue especialmente letal, ya que su instinto asesino no flaqueó en ningún momento comprometido.

Al Madrid le tocaba mejorar, y mucho, tras el descanso. Sus sensaciones tampoco fueron nada malas en el tercer cuarto: los actos impares fueron los de juego más lúcido del líder español. A pesar de que la batalla en la pintura estaba totalmente perdida, Felipe Reyes peleó cada balón con su intensidad habitual. Doncic pasó de hacer jugar a sus compañeros a asumir el rol de jugador franquicia cuando llegaron los minutos decisivos. Y lo consiguió: 30 de valoración como si nada, por seguir con las buenas costumbres.

Siete puntos suyos en pleno último cuarto bien pudieron valer el triunfo para los blancos. El niño fue uno de los pocos jugadores que anotó desde el triple, en una noche aciaga para ambos equipos en el tiro exterior. También estuvo muy sólido en los tiros libres, fundamentales en la recta final (técnicas, dos más uno…). Y, sin embargo, el Maccabi contó con una aportación de los secundarios de la que el Madrid apenas pudo disfrutar.

Las penetraciones de Norris Cole dolieron sobremanera. Al igual que las canastas bajo el aro de Tyus, demoledoras a última hora. Los puntos de Pierre Jackson también llegaron en instantes muy señalados. Así, mientras en el Madrid casi todo se reducía a Doncic y otras estrellas como Campazzo (pese a su triple postrero) y Randolph iban de más a menos, los locales no tiraban por la borda su gran esfuerzo desde el segundo cuarto.

De dimensiones similares fue el que realizaron los visitantes para competir tan bien (se llegó a ir por delante otra vez en la segunda mitad) con tanto déficit interior. E incluso con un arbitraje que, por momentos, fue tan voluble como el de los tiempos en los que Israel era una plaza europea de primera categoría.

¿Quizá es hora de volver a poner en presente esta última frase? Desde luego, Madrid y Maccabi comparten balance europeo en estos momentos (4-2). Y contribuir a que los de Laso arrastren dos tropiezos consecutivos en el Viejo Continente es muy digno de aplaudir en los tiempos que corren. Llega el Clásico liguero y, con él, Tavares: todos desean que el mal de altura cese pronto.

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