El primer recuerdo que guardo en mi memoria de una trasmisión deportiva televisada es del Torneo de Navidad del Real Madrid. El 6 de enero de 1966, al tiempo que Clifford Luyk se disponía a lanzar dos tiros libres, mi padre le explicaba a un vecino que no era Luis quien jugaba. “Luyk, Luyk, que es norteamericano”, insistía el señor Llorente enfatizando la k. Casi tres años atrás, el 31 de marzo de 1963, los telespectadores habían descubierto un nuevo deporte en unos cuartos de final de la copa de Europa entre el Real Madrid y el Honved de Budapest, el primer partido completo que ofreció Televisión Española. Pero fue en la espera de la cena de Nochebuena y en la sobremesa de la Navidad cuando el baloncesto entró de forma definitiva en el hogar de millones de españoles.

Eric Gordon, jugador de New Orlean Pelicans, anota en un aprtido frente a Miami Heat.

Eric Gordon, jugador de New Orlean Pelicans, anota en un aprtido frente a Miami Heat. Steve Mitchell Reuters

La idea de aunar las fiestas con la televisión y el deporte se gestó en una de las mentes más agudas y prolíficas del deporte español, Raimundo Saporta. El hombre de Bernabéu en la sombra se anticipó una vez más a los acontecimientos y previó el enorme impacto de las entonces incipientes transmisiones televisivas en el futuro del deporte. Así, con el propósito de cerrar un contrato con TVE, ideó un torneo internacional que con el paso del tiempo acogió alguno de los mejores equipos y jugadores del baloncesto FIBA, entre ellos las selecciones soviética y yugoslava.

La lista de ilustres que pasaron por el torneo fue tan extensa como sorprendente, incluyendo a dos jóvenes de puntería mortífera que terminarían siendo máximos anotadores de la NBA: Bob McCadoo y Bernard King. Junto a ellos, una relación de históricos del Real Madrid y del baloncesto europeo y sudamericano que por sí sola refleja la dimensión de aquel extraordinario acontecimiento: Emiliano, Sevillano, Luyk, Urbiratán, Brabender, Corbalán, Tkachenko, Sabonis, Kikanovic, Delibasic, Fernando Martín, Nate Archibald, Óscar Schmidt, Petrovic, Sabonis, Kukoc, Radja, Volkov, Jamchi, Bodiroga y Djordjevic, entre otras muchas figuras y amigos que me disculparán que no los cite, tanto por escasez de espacio como de memoria.

Pero más allá del baloncesto, favorecido por la circunstancia de que durante muchos años sólo hubo dos canales en España, el Torneo de baloncesto se convirtió en una tradición navideña en muchos hogares españoles, como la cantinela de los niños de San Ildefonso, el concierto de Viena y los saltos de esquí de Año Nuevo. Visto con perspectiva cuesta entender que una herramienta de promoción tan poderosa fuera desechada por los mandamases de este deporte. Pero el egoísmo y la estrechez de visión de los modernos dirigentes del baloncesto,-alguno de los cuales, para nuestra desgracia, sigue sembrando el desconcierto en el panorama europeo-ahogaron el torneo con la programación de unos calendarios que lo hicieron inviable.

Tal fue el despropósito del baloncesto propio que la NBA le ha cogido la posición en la zona de la Navidad. El Torneo se fue y con él una tradición navideña de muchas generaciones. El vértigo del mundo moderno nos regala al mismo ritmo que nos arrebata, también por estas fechas. Bien mirado, cómo podíamos a aspirar a que sobreviviera si ni siquiera Melkon, rey de los persas; Gaspar, rey de los indios, y Baldassar, rey de los árabes, tienen su lugar asegurado en el universo navideño de los tiempos que corren.