Paco, abonado del Real Madrid de toda la vida, ya no tendrá que remontarse a la época de Emiliano, Luyk, Brabender o Szczerbiak para glosar las hazañas del equipo de baloncesto a sus nietos. Hay una referencia temporal mucho más cercana y palpable. Un Madrid 3.0 que también tiene hueco reservado en las enciclopedias, pero que perdurará mucho más por gestarse en la era digital. Es el equipo de los Chacho, Rudy, Llull, Reyes, Chapu y compañía. También el de un Pablo Laso que pasó de completo desconocido de los banquillos (que no de las canchas) a estar a la altura de Pedro Ferrándiz y Lolo Sáinz. Palabras mayores, pero ciertas después de un año inolvidable con la Copa Intercontinental ante el Bauru brasileño como epílogo.

A nivel nacional, hacía tiempo que los retos ya estaban cumplidos. Habían caído dos Supercopas, dos Copas del Rey y una Liga ACB antes de iniciarse la temporada 2014/2015. Sin embargo, la asignatura pendiente era la vara de medir más importante: la Euroliga. Dos finales continentales perdidas de forma consecutiva (con Olympiakos y Maccabi como verdugos) llegaron a amenazar la continuidad del libreto de Laso.

Sus ayudantes, Hugo López y Jota Cuspinera, desaparecieron del cuerpo técnico del Madrid en verano de 2014. No era una buena señal para el entrenador vitoriano. A pesar de no haberlas tenido todas consigo, finalmente hubo voto de confianza y casi todo siguió igual en la sección de baloncesto. El equipo ya había deleitado a media Europa con su juego e incluso Sergio Rodríguez había sido el jugador más valioso de la Euroliga en 2014. Se había rozado la perfección. Tan sólo faltaba alcanzarla.

A pesar de la Supercopa conquistada en septiembre ante el Barça, el cuarto proyecto del Madrid con Laso al frente no transmitía tanta magia como los anteriores. El equipo era más conservador, como si quisiera reservar energías para momentos mejores. Dos derrotas ante Estudiantes y Bilbao en diciembre inauguraron las cábalas, que apuntaban a Sasha Djordjevic como relevo de Laso. Sin embargo, el equipo mejoró poco a poco y llegó a febrero dispuesto a volver a coronarse en la Copa del Rey. Lo logró sin tanto sufrimiento como en 2014, pero con idéntico rival, Barça, e igualdad. Sólo el Rudy Fernández más resolutivo acabó desequilibrando la balanza en favor del Madrid.

El momento decisivo de la temporada llevaba mucho tiempo marcado en rojo en el calendario. No era otro que la Euroliga, cuya Final Four se disputaba en el Palacio de los Deportes madrileño. Por una vez, la condición de anfitrión no pesó y el Madrid acabó con Fenerbahçe y Olympiakos para levantar, 20 años después, su noveno entorchado europeo. Por si hacía falta mayor crédito, en junio llegó una nueva Liga ACB conquistada, por tercera vez en el curso, ante el eterno rival. El título sirvió para acabar con la imagen que perduró en el imaginario colectivo al término del anterior curso: Pablo Laso derrumbado en cuerpo (tendón de Aquiles) y alma abandonando la pista del Palau Blaugrana en silla de ruedas tras ser expulsado del quinto partido de la final ACB.

Meses más tarde llega el repóquer, llega la Copa Intercontinental. Una competición que el Madrid había ganado cuatro veces antes de que fuese refundada por la FIBA en 2013 y de que el baloncesto, en definitiva, cambiase. El último título mundial de los blancos databa de 1981, cuando Fernando Martín metió 50 puntos precisamente en Brasil. El mismo lugar donde tuvieron que viajar sus herederos, mermados por la carga de partidos internacionales de buena parte de sus estrellas y, obviamente, por tan larga travesía. Incluso el Gimnasio Ibirapuera volvió a celebrar el torneo, en plena pretemporada y con más tintes de pachanga veraniega que de competición realmente a tener en cuenta.

No obstante, el Madrid volvió a sobreponerse a los diversos elementos que quisieron desestabilizarle: el arbitraje, la potencia física del Bauru brasileño y, sobre todo, el entumecimiento propio de la pretemporada. Como hizo durante todo el año para darle una alegría a Paco y a todos los abonados hartos de desempolvar las enciclopedias.