Marc Márquez, en la piscina

Marc Márquez, en la piscina

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Marc Márquez y su aversión al postureo: "Me gasto 20.000 euros en vacaciones y viajo unas dos semanas al año"

El piloto de MotoGP comparte en un podcast su visión del dinero, el lujo y la importancia de mantener los pies en la tierra, pese a su fortuna y fama.

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Marc Márquez no solo se distingue por su agresividad en pista y su palmarés repleto de títulos mundiales. También lo hace por una visión sobria y sorprendentemente austera del dinero.

En una charla en el canal de YouTube de imagin, el piloto catalán ofreció una mirada personal sobre cómo gestiona su fortuna, su rechazo al despilfarro y el modo en que equilibra su vida personal y profesional.

Con propiedades en Madrid y Cervera, premios millonarios y contratos de primer nivel, cualquiera pensaría que Márquez disfruta de unas vacaciones lujosas y frecuentes.

Pero su realidad es muy distinta: "Me gasto 20.000 euros en vacaciones y viajo unas dos semanas al año", explicó de forma directa.

Su presupuesto de ocio, asegura, está cerrado: una semana en verano y otra en invierno. Ni más, ni menos.

El lujo, en el trabajo

A lo largo de la entrevista, Márquez matiza que ese control en los gastos personales no se traslada a su vida profesional.

"Las carreras en Europa son mi trabajo, ahí sí que viajo en jet privado", cuenta. La decisión, según explica, se debe a la exigencia de los horarios del Mundial: "No quedaba otra".

Aun así, el piloto insiste en distinguir entre necesidad y capricho. Mientras que el entrenamiento requiere inversiones en furgonetas y motos específicas, su tiempo de descanso se mantiene ajeno a cualquier tipo de lujo innecesario.

"Veinte mil euros", repitió sin rodeos al hablar del dinero destinado a sus vacaciones.

Una cifra contenida que contrasta con el estilo de vida de muchos otros deportistas de élite.

No repetirá en Ibiza

Uno de los momentos más reveladores del podcast llegó cuando Márquez compartió cuál fue su "viaje más caro".

La respuesta no dejó lugar a dudas: "Ibiza. Fui un año y ya fue suficiente". Lejos de quedar encantado, salió decepcionado: "Me sentí robado".

La experiencia en la isla le sirvió para reafirmarse en su rechazo al 'postureo'. Márquez huye de los destinos donde lo importante parece ser demostrar estatus. "¿Para qué ir a un sitio si lo que se lleva es posturear? No me gusta", zanjó.

A lo largo de su carrera, ha aprendido que el disfrute no depende del lugar. "Con los amigos me lo pasaba igual de bien en Cervera, en Cádiz o en Bali", aseguró, restando importancia a los grandes viajes si no se viven con autenticidad.

Incluso en destinos paradisíacos, evita los lujos vacíos. Durante una estancia en Bali, en lugar de alquilar una moto o una bicicleta para moverse, optó por algo más práctico: "Un chófer, pero allí eso es como un taxista".

Su enfoque de pareja

Desde hace un año, Márquez comparte casa en Pozuelo de Alarcón con su pareja. La diferencia de ingresos entre ambos nunca ha sido un problema, porque el piloto se ha encargado de cuidar los detalles.

Cuando ella le preguntó si debía aportar algo a los gastos del hogar, su respuesta fue clara: "No necesito que aportes nada".

Marc Márquez y su pareja

Marc Márquez y su pareja

Aun así, el equilibrio no se pierde. "Cuando viajamos, a veces ella dice: 'Esta cena la pago yo', o 'este hotel lo pago yo'. Me gusta que salga de ella", confesó.

Para Márquez, lo fundamental es que la otra persona nunca se sienta inferior ni dependiente: "Hay que saber adaptarte a la otra parte".

Fama sin ostentación

Lejos de la imagen de estrella del motor que muchos proyectan, Marc Márquez defiende una vida medida, coherente y sencilla.

Considera que el dinero no debe cambiar a las personas ni condicionar su estilo de vida. "Intento ser realista con lo que es el dinero", sentenció.

Sus 20.000 euros anuales en vacaciones no son una limitación, sino una elección.

Una forma de recordar que, incluso en la cima del motociclismo, se puede vivir sin dejarse arrastrar por el brillo artificial del lujo y el aparentar. Una lección que, en plena era del exhibicionismo digital, cobra más valor que nunca.