No recuerdo un festín futbolístico como el de anoche en el Camp Nou. Además de los goces evidentes, se sirvieron algunas venganzas contra pequeñas tiranías del fútbol.

El penalti-asistencia de Messi.

El penalti-asistencia de Messi. Albert Gea Reuters

El penalti-asistencia de Messi vivirá en las hojas de Excel como una pena máxima fallada. Nada quedará en las cuadrículas de la gigantesca sorpresa colectiva (¿Pero qué...?), de la tardanza general en descifrar lo que había sucedido, de los ecos de aquella otra vez de Cruyff en 1982, o la del belga Coppens en 1957. Nada tampoco de la voracidad de Suárez, que se adelantó a Neymar, con quien Messi había preparado el engaño del penalti. Nada, ni rastro, del tipo de gente que prepara algo así, del disfrute del juego, de la felicidad.

También se ajustaron algunas cuentas con la moviola, que se exprimió para algo más que para desnudar al árbitro. La fantasía apenas dejó tiempo para ese habitual linchamiento. La jugada que condujo al penalti-asistencia no se descodificó hasta la segunda o tercera repetición. Ni siquiera a cámara lenta resultaba sencillo entender qué le había hecho Messi al defensa, hacia dónde le había tirado el engaño, por qué rendija había escapado la pelota, qué camino había seguido él. Mientras se digería esa joya, se ejecutó el ardid de los 11 metros. El riesgo era de atragantamiento.

Aquello lo desplegó Messi después de marcar de falta y de haber asistido a Suárez para otro gol. Dos prodigios más. El segundo tiempo fue un exceso. Con el estadio en ebullición, los hallazgos del partido atropellaban a las repeticiones: lambrettas, pases, gambetas, regates al árbitro. En poco más de media hora el Barcelona produjo fragmentos de felicidad que, empaquetados en vídeos, constituyen material de disfrute puro para muchas semanas.

También de amarguras. La noche trazó una línea muy clara entre los golosos que miraban esperanzados de que aún quedara otra más, y quienes gruñían que si la falta de respeto, que si el ensañamiento. Se les puede anticipar que perseguirán la nada.

Como aquellos siete jugadores del Compostela que se pasaron seis años y medio intentando parar a Ronaldo. El brasileño empezó a regatearlos en octubre de 1996 y los dejó definitivamente tirados sobre la hierba y los anaqueles del Tribunal Supremo en marzo de 2009, cuando el juez desestimó su demanda. Nike había convertido la jugada en un anuncio y ellos pensaron que eso vulneraba su honor. Pidieron dinero y retirar el spot.

Todavía pueden verlo gratis cuando quieran. Ése, y todos los vídeos que empaquetan el festín de anoche.