"No canta, no baila, no es guapa. No se la pierdan". Lo dijo The New York Times sobre Lola Flores, la misma que cantaba por bulerías Me muero, me muero -entre el exorcismo y el bombeo de la eyaculación femenina- en el programa de fin de año de 1975, con Franco aún con el cuerpo caliente. "Por cabalgar vientre con vientre igual que antes, hasta que el día nos encuentre", recitaba, salivante. Con su vestido rojo y su espalda desnuda, toda ojos, toda piernas, toda flor en el canalillo. La Faraona se agarraba fuerte los pechos y recordaba: "Por sembrar en ti todas mis rosas, me muero, me muero".

Ella era la protagonista del sarao navideño que la España expectante presenciaba por televisión un mes después de la muerte del dictador: Juerga Flamenca, cadena pública, fandanguillos para todos, caramelo del folclore nacional. Carmen Flores, Maruja Garrido -musa de Dalí-, Marujita Díaz, Andrés Pajares travestido -que no falte- y la grandiosa Dolores Vargas, La Terremoto, que ha fallecido esta semana. La Achilipú era abdomen, grito y raza: traía algo rayano en la brujería en el movimiento de sus brazos flacos. Una imagen poética después de casi cuarenta años de yugo franquista. Y venga abanico, zarcillo, roneo y taconeíto. Adiós, Francisco, adiós. Pero, ¿era fiesta u homenaje esta postal de fin de época?

El antropólogo Pedro Luis Vázquez, que acaba de publicar La época dorada del flamenco en Morón de la Frontera -la historia olvidada del género en los sesenta y setenta-, llama a los integrantes del festival "nacionalflamenquistas": "Eran los representantes del flamenco comercial y populachero que el régimen quiso potenciar como Marca España. El franquismo trató de dulcificar el cante jondo y de adulterarlo porque esto era lo que le interesaba", explica. "Al flamenco puro sólo le prestó atención a su manera, para demostrar que no eran nazis que apaleaban a los gitanos y los perseguían".

No había rastro en Juerga flamenca de cantaor comprometido. Aquello de "señor que vas a caballo / y no das los buenos días / si el caballo cojeara / otro gallo cantaría" de José Menese

No había rastro en Juerga flamenca de cantaor comprometido. Aquello de "señor que vas a caballo / y no das los buenos días / si el caballo cojeara / otro gallo cantaría" de José Menese. "Eso sí que era resistencia andalucista. Le escribía las letras el pintor y poeta Moreno Galván, que era comunista", recuerda. Cita también a El Cabrero -"el anarcosindicalista auténtico, hombre de campo y de corriente crítica"- a Caballero Bonald, a Félix Grande y al Lebrijano: "Esos eran los intelectuales que querían darle otro aire al flamenco".

Cuenta el experto que fue en los setenta cuando se inventan los festivales flamencos, se crean las primeras peñas y renace el cante jondo, coincidiendo con el final del franquismo. "En esos años ya había mucha militancia, mucha gente luchando activamente contra la dictadura, y eso llega al flamenco". Para él, la imagen folclórica de la "cadena única" en el cierre de fiesta del 75 no tenía ningún tinte de revolución, sino "aires de continuidad": "Franco lo dejó todo atado y bien atado, y, por supuesto, también la televisión española, por quien pasó Adolfo Suárez, como bien sabes... el control era puramente franquista. Quienes iban a participar en ese fin de fiesta eran artistas del régimen que, en realidad, le gustaban a todo el mundo".

'Raza oportunista'

Sostiene Vázquez que Lola Flores era franquista -"ahí la veías en las fiestas privadas, haciéndole palmas al caudillo"- y que Manolo Caracol, su marido, también era "un facha muy grande". "Estos gitanos son muy volubles", resopla. "Lo mismo les daba el franquismo que la democracia. Eran muy oportunistas... siempre han sido una raza de supervivencia, sin conciencia política". Los recuerda en El Pardo y en las fiestas del Teatro Real. "No ocasionaban ningún problema al régimen, al contrario: eran muy serviles. ¿Y a cambio? Los mejores programas para ellos".

A estos artistas lo mismo les daba el franquismo que la democracia. Eran muy oportunistas... siempre han sido una raza de supervivencia, sin conciencia política

El musicólogo y experto en flamenco Faustino Núñez no está de acuerdo. "No eran franquistas ni colaboracionistas, eran profesionales", espeta, rotundo. "Cuando te toca vivir en la España de los años cincuenta y quieres comer...", ríe. "Mira, Antonio Gades, que era mi maestro, comunista redomao, tuvo que bailar tres veces en El Pardo. Más te valía. Lo de Franco no era una tontería". Explica Núñez que este mismo prejuicio equivocado se tiene con Juanito Valderrama, que fue apartado del panorama a partir del 75 porque triunfó en los cincuenta y sesenta -y esto suponía que mucho público lo relacionase con el régimen-. "Y al revés. Estuvo en la zona republicana y en la CNT. Para ser flamenco auténtico en esa época... tenías que estar exiliado. Si vivías aquí ya eras colaboracionista, y eso es una gilipollez. Hablamos de gente que sólo tuvo el pecado de triunfar en la época de Franco y no es culpable de haberle gustado a ese público".

El musicólogo rompe una lanza en favor de Lola Flores y subraya que "trajo mucha alegría a una España bastante gris" y que "le debemos mucho". Cuando el caudillo murió, Núñez tenía 14 años. Recuerda que, a partir de entonces, una suerte de rechazo hacia el flamenco se hizo bola: "Franco hizo un uso muy torticero del folclore como símbolo de la españolidad. La movida madrileña es una reacción a todo esto: la época más nefasta de la música española, aunque ahora sea culturalmente considerada una maravilla. Perdóname, si yo la viví: no era más que una pandilla de gamberros que no sabían tocar una guitarra", aclara. "¿En el país de Paco de Lucía, en el país de Vicente Amigo, vas a decir que tocaba la guitarra Hombres G? Venga, por Dios".

Franco mató el flamenco

Núñez cree que Franco trajo "muchas desgracias" a esta tierra y que una de ellas es el estigma musical del flamenco, como ocurrió con Salazar y el fado en Portugal. "No hemos superado a este tío. Este año se han cumplido 100 años del nacimiento de Valderrama, ¿y crees que alguien ha dicho algo? No. Sin embargo, Alaska se tira un pedo en Nueva York y te dicen cuánto duró y quién lo ha olido. Esa niña, que no sabe ni cantar".

Todos los expertos consultados dejan claro, ante todo, que la Juerga flamenca de la que hablamos era de todo menos flamenca. Hablan de híbrido. "A ver, a mediados de los setenta, la fusión del pop y el flamenco está en su punto álgido", relata el compositor Luis Troquel. "Esto no era flamenco, era innovación. El sonido Caño Roto, Las Grecas, Lole y Manuel, Triana... y toda la bomba quinqui, Chichos y Chunguitos, que duró hasta mediados de los ochenta".

Núñez cree que Franco trajo "muchas desgracias" a esta tierra y que una de ellas es el estigma musical del flamenco, como ocurrió con Salazar y el fado en Portugal

Luis ríe sólo evocando al otro lado del teléfono: "Lola era el gran genio. Supo acercarse a la rumba y rejuvenecerse siempre. Cuando a otras folclóricas se las veía ya mayores, ella estaba en su momento fuerte". Más allá de disputas de concepto, el compositor sostiene que, aunque ninguno de estos artistas era una figura "antifranquista" -"se dejaban querer"-, es demasiado simplista llamarlos militantes: "¿Sabes por qué? Porque en la República pasaba lo mismo. Tú ves películas de la República y era esto a tope. Sin embargo, a muchas de las copleras que cantaban en La Granja se les quedó el sambenito", suspira. "Los artistas mainstream siempre han coqueteado bastante con el poder, sea el que sea. Tienen ese puntito de vanidad. Acaba siendo goloso".

El arte engorda a coágulo lento. No deja de hormiguear, reine quien reine. No agacha la cabeza: se enfrenta o se solapa, pero resiste. Estaba antes del horror, estará después de la belleza: es una fuerza subrepticia. Sobrevivió al parkinson, a la cardiopatía, a la úlcera franquista; guiñó al comunicado de Arias Navarro. Sólo un mes después, el país castrado se arrancaba la peluca, como Andrés Pajares al final de la juerga televisada. A España -qué juguetona- hasta le gustaba el travestismo. Untarse unos a otros los flecos, entre amigos. Montar la conga rumbera. Luis remata: "Mira, en este país el año nuevo nunca han dejado de celebrarlo ni los franquistas. La vida siempre sigue".

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