Tevor Noah.

Tevor Noah.

Libros Humor y racismo

Trevor Noah, de niño del 'apartheid' a azote de Donald Trump en 'prime time'

The New York Times las llama "las memorias del año": la historia de un crío que nació siendo criminal y hoy es el presentador estrella de EEUU.  

25 octubre, 2017 12:00

A Trevor Noah le estaba prohibido nacer. Ya fue feto delictivo, criatura bajo sospecha. Qué dolor esa sombra criminal sobre un niño tan hermoso y chato que en las fotos de la infancia te mira impertérrito desde la bañera, que engancha melocotones como si fueran balones de fútbol y que se tira al cuello de su madre buscando protección. En fin: como todos. Noah era ilegal porque la ley de moralidad de 1927 prohibía que cualquier hombre europeo tuviera relaciones carnales con una mujer nativa en Sudáfrica, y su madre era xhosa -como Nelson Mandela, apunta-, “muy negra” -recalca-, y su padre era suizo, “muy blanco”.

Él -hoy un afamado presentador televisivo que revienta EEUU con su verbo y su humor afilado- creció en el apartheid y mamó de una sociedad segregada en la que era demasiado negro para los blancos y demasiado blanco para los negros. “La genialidad del apartheid fue convencer a una población que constituía la mayoría aplastante del país para que se volvieran los unos contra los otros. En inglés apartheid suena como ‘apart’ y ‘hate’, ‘separar’ y ‘odiar’, y eso mismo es lo que hizo. Separar a la gente en grupos y hacer que se odiaran entre ellos para poder aplastarlos a todos”, cuenta en Prohibido nacer (Blackie Books), obra que The New York Times llama "las memorias del año"

Padre ausente, religión impuesta 

El 20 de febrero de 1984 nació Trevor Noah, en un parto por cesárea que su madre vivió absolutamente sola, porque amaba a un hombre con el que no se podía dejar ver en público. “Si la mayoría de los niños son la prueba de amor de sus padres, yo era la prueba de su condición de criminales. Yo solamente podía estar con mi padre de puertas adentro. Si salíamos de la casa, él tenía que cruzar a la acera contraria a la nuestra”, escribe. “Mi madre y yo solíamos ir todo el tiempo al parque que da nombre a Joubert Park. Es el Central Park de Johannesburgo (…) Mi madre cuenta que una vez, cuando yo era muy pequeño, mi padre intentó ir con nosotros. Estábamos los tres en el parque, él iba caminando bastante lejos de nosotros y yo eché a correr hacia él, chillando: ¡Papá, papá! La gente empezó a mirar”.

Su padre se aterrorizó. Le entró el pánico y echó a correr. El niño, creyendo que estaba jugando, se puso a perseguirlo. Noah nunca faltaba a misa. “Como todos los pueblos indígenas del mundo, los negros de Sudáfrica adoptamos la religión de nuestros colonizadores. Cuando digo ‘adoptamos’, quiero decir que nos fue impuesta. El hombre blanco era bastante duro con los nativos. ‘Necesitáis rezar a Jesús’, les decía. ‘Jesús os salvará’”. El crío nativo pensaba “claro que necesitamos que alguien nos salve, pero de vosotros. Así que, en fin, a ver qué tal el Jesús éste”.

Mi abuela decía que mis plegarias eran más poderosas que las de los demás porque yo rezaba en inglés. Todo el mundo sabe que Jesús, que es blanco, habla inglés

La iglesia analítica era blanca. Y la iglesia apasionada y catártica era negra. Noah acabó decidiendo que los negros necesitaban más tiempo a Jesús porque sufrían más. Se aficionó a los pastores violentos -empecinados en expulsarles el demonio del cuerpo-, al karaoke cristiano y a la fe materna, sin fisuras. “Mi abuela decía que mis plegarias eran más poderosas que las de los demás porque yo rezaba en inglés. Todo el mundo sabe que Jesús, que es blanco, habla inglés (…) Jesús contesta primero a las plegarias que están inglés. Siempre que yo rezaba, mi abuela decía: ‘Esta plegaria va a tener respuesta. Lo noto’”.

El chico aprendió a odiar los coches de segunda mano. Por culpa del Volkswagen que nunca funcionaba llegaba siempre tarde a clase. Por culpa de ese mismo vehículo, se quedaban a menudo tirados en el arcén y tenían que hacer autostop. Y por culpa de ese mismo carro averiado, tuvieron que recurrir a un mecánico “que se convirtió en el marido, que se convirtió en el padrastro, que se convirtió en el hombre que nos torturó durante años y que le disparó en la nuca a mi madre”.

Educación y racismo 

Tuvo una infancia muy dura, Noah. Paupérrima, marginal, sí, pero también llena de amor gracias a su madre, una hembra férrea y valiente, emprendedora, moderna a su modo, tierna, incansable. En una ocasión, él le pidió unas Adidas, porque “todos los niños de la escuela llevaban ropa de marca”. Ella llegó a casa con unas de imitación, marca Abidas.

-Mamá, éstas son falsas-, le dije.

-Pues yo no veo la diferencia.

-Mira el logo. Tiene cuatro rayas en vez de tres.

-Qué suerte -dijo ella-. Tienes una más.

Dice Noah que la educación en Sudáfrica es una buena forma de comprender cómo les oprimieron los dos grupos de blancos que había: británicos y afrikáneres. “Por lo menos los británicos les daban a los nativos algo a lo que aspirar. Si podían aprender a hablar inglés correcto y a vestirse con ropa como Dios manda, un día quizás pudieran ser admitidos en la sociedad”, relata. “Los afrikáneres nunca nos dieron esa opción. El racismo británico decía: ‘Si el mono puede andar como un hombre y hablar como un hombre, quizás sea un hombre’. El racismo afrikáner decía: ‘¿Por qué darle un libro a un mono?’”.

El racismo británico decía: ‘Si el mono puede andar como un hombre y hablar como un hombre, quizás sea un hombre’. El racismo afrikáner decía: ‘¿Por qué darle un libro a un mono?’

Uno se podía postular para ser blanco. En serio. El Gobierno lo inventó, parió ideas demenciales como “la prueba del lápiz”. Cuenta el chico que tenías que meterte un lápiz en el pelo, y si se te caía, eras blanco. Si se te quedaba en el pelo, eras negro. “A veces la decisión recaía en un solo funcionario que simplemente te echaba un vistazo a la cara y tomaba una decisión en el momento. Dependiendo de cómo de marcados tuvieras los pómulos o cómo de ancha tuvieras la nariz, podía marcar la casilla que le pareciera a él y así decidía dónde podías vivir, con quién te podías casar y qué trabajos, derechos y privilegios te correspondían”.

Contra todo pronóstico: el éxito 

Pero Noah tenía algo más: una mirada risueña, un sentido cítrico de la vida que le hizo edificarse en el humor. Sacudirse dogmas. Relativizar y crecer. Comerció con CD’s piratas, ofreció monólogos cómicos -al mudarse en 2011 a EEUU-, se mezcló con todas las razas de su entorno y de ahí, quién podría creerlo en un mundo con tan pocas oportunidades, surgió el hombre sabio, perspicaz y ácido que hoy triunfa en Estados Unidos. Ésta es la historia de una transición personal, de una reyerta que al principio fue contra la propia condición para acabar embistiendo contra las trabas sociales.

Ha sido el primer cómico sudafricano en realizar un monólogo en The Tonight Show y en aparecer en el Late Show con David Letterman. Ha protagonizado documentales y ha defendido en las tablas el stand-up El racista. En 2014 se convirtió en colaborador fijo de The Daily Show, pero la sorpresa estalló cuando Jon Stewart, el presentador, lo nombró su sucesor en 2015. Ahora copa todas las portadas. El niño del apartheid ahora es el terror de Donald Trump, gracias a la excelente y mordaz cobertura de la última campaña electoral en EEUU, que se extiende a su presidencia. No va a dejar a racista en pie. No, al menos, con la cabeza alta.