Agatha Christie (1890-1976) firmando ediciones francesas de sus obras.

Agatha Christie (1890-1976) firmando ediciones francesas de sus obras. Getty Images

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Querida Agatha

La reina del crimen murió hace 40 años sin matar a nadie. Ésta es una carta póstuma para una autora insustituible.

9 enero, 2016 02:27

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Westminster, Londres, 14 de diciembre de 1926

Querida Agatha:

Tu coche apareció, abandonado, junto al lago. El mundo entero ha estado once días buscándote. Has sido portada del New York Times, ¿sabes? Han ofrecido recompensas por ti. Hasta tu amigo Arthur Conan Doyle dio uno de tus guantes a un vidente para que te percibiese. Te encontraron en un hotel en Harrogate, registrada con el apellido de la amante de tu marido. Dices que no te acuerdas de nada, que no sabes qué ha pasado en este lapso. No recuerdas ni quién eres, Agatha Christie.

Los médicos te han diagnosticado estado de fuga. Es una clase de amnesia en la que el individuo sufre salidas de su personalidad. ¿De qué huyes, escritora? ¿Del affaire de tu esposo con su secretaria, de tu madre recién muerta, de ti? Te envío esta carta al psiquiátrico de Harley Street donde estás recuperándote. Las malas lenguas creen que tu desaparición es un truco publicitario. Tú lo miras todo con ojos vacíos, extraterrestres, guardas silencio y toqueteas las perlas de tu collar. Estás perdida.

Agatha Christie en el aeropuerto de Londres.

Agatha Christie en el aeropuerto de Londres. Getty Images

Pero Agatha, tienes que volver al cuerpo: tú serás la novelista más vendida de todos los tiempos. El éxito de tu obra será sólo comparable con Shakespeare, con la Biblia. Cómo ibas a saberlo, niña pija de educación victoriana, universitaria en París. Nunca quisiste muñecas: vivías con amigos imaginarios y un padre que se pasó la vida jugando a las cartas. Después, cuando murió, la bancarrota. La tristeza. ¿Cómo no se dieron cuenta las editoriales que rechazaron tus primeros relatos? La casa de sus sueños, La llamada de las alas, Un dios solitario. Ahí aún tenías el ojo esotérico. Luego dejaste de ver muertos y empezaste a crearlos.

A ti te gusta vivir, Agatha, ya lo decías. Ibas a fiestas, salías con hombres separados, mordías lápices y llorabas sobre la máquina de escribir. ¡Llorando tú, que serás Dama Comendadora de la Orden del Imperio Británico en 1971! Hasta la reina Isabel II clavará la rodilla al suelo. Sólo tienes que esperar. Ahora dices que no te acuerdas, pero te casaste con un tipo llamado Archie, un piloto; fuiste enfermera en la Primera Guerra Mundial y memorizaste la dosis letal de cada veneno. En 1920 aplicaste lo aprendido en tu primera novela policíaca, El misterioso caso de Styles. Todos conocemos al detective Hércules Poirot, tu mejor parto, tu refugiado belga con bigotes, el único personaje de ficción del que se han hecho obituarios. Fuiste madre mil veces y sólo una en serio: ahora que Archie ha volado con su amante -te adelanto-, tú te irás lejos y la niña Rosalind leerá tus libros desde su internado.

¿Loca?

“La mejor receta para la novela policíaca -señalabas- es que el detective nunca sepa más que el lector”. Prolífica reina del misterio, morirás con sesenta y seis de ésas a cuestas. En 1928, dentro de dos años, comenzarás a escribir novela rosa bajo el pseudónimo de Mary Westmacott. Te desdoblarás en ella. Ahí la Agatha delicada que no te dejas ser. Confiarás tanto en tu amiga Mary, en su existencia, que llegarás a hablarle de ella a la gente y a prometer que te acompañará a alguna reunión social. ¿Eras dos? ¿Cuántas eras?

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agatha_2 Getty Images

Vas a ser feliz, aunque te parezca imposible. Te dirán que estás loca, que es peligroso, pero viajarás a Bagdag en un tren que inspirará Asesinato en el Orient Express -una de tus obras más aplaudidas- y te enamorarás de un arqueólogo llamado Max Mallowan, quince años menor que tú. Te van a criticar por vivir como quieres, como siempre has hecho: ya sabes cómo es la prensa. Harás teatro. Pasarás temporadas en Irak y en Siria. Escribirás, escribirás hasta la náusea. Un día envejecerás y se te oscurecerán los dientes como si hubieses masticado fruta podrida.

Agatha Mary Clarissa Miller, mujer fatal para ti misma, quién sabe qué pasa por esa cabeza. Te irás un 12 de enero de 1976, te llevarás tu genio y tu espantosa caligrafía. Créeme que algún día, cuando pasen cuarenta años, será noticia en los diarios que exististe, que hubo una como tú, una y no más. Ahora tira esta carta y sal de ahí, no sirves para estar en un sitio con rejas. Ahora tienes que seguir. Tú lo sabías, Agatha Christie: “La esencia de la vida es ir hacia delante. En realidad, la vida es una calle de sentido único”.