La tensión política y diplomática en Europa estalló el 28 de junio de 1914. El asesinato del archiduque de Austria Francisco Fernando desembocó en una gran matanza a nivel global. Europa, ahogada por el horror, se convirtió en un nido de trincheras donde los soldados solo encontraban muerte. 

Las batallas en el frente se hicieron largas, sufriendo el calor del verano y el gélido invierno en trincheras que apenas avanzaban de posición. Solamente por contextualizar, en la batalla de Verdún hubo 305.000 muertos y 400.000 heridos, casi a partes iguales entre los dos bandos.

Pero las balas y las malas condiciones de higiene -lo cual desembocó en la aparición de diferentes enfermedades- no fueron lo único que influyeron en el gran número de bajas. Investigadores de Harvard y Climate Change Institute han averiguado que una anomalía climática incrementó la cantidad de muertos en la contienda. Mediante una tecnología láser empleada para el análisis de placas glaciales, han descubierto que hasta 700.000 británicos terminaron en una "tumba líquida" que apareció debido a esta anomalía.

La mañana siguiente a la batalla de Passchendaele.

Tal y como explica el diario inglés The Telegraph, unas incesantes lluvias, inusuales para el espacio geográfico en el que se encontraban y el momento del año, inundaron campos de batalla como el de Somme o Passchendaele. Las trincheras se llenaban de una mezcla de agua y lodo, la cual se tragaba todo tipo de objetos y cuerpos yacentes: armas e incluso tanques enteros eran absorbidos por esta "tumba líquida".

Según el profesor Alexander F. More, quien encabeza la investigación para Harvard, explica en el periódico inglés que una extraña circulación atmosférica afectó a las precipitaciones, las cuales se incrementaron durante seis años. Desde la Europa continental hasta Galípoli, prácticamente todas las batallas de la Primera Guerra Mundial sufrieron de manera directa o indirecta las consecuencias de esta anomalía climática.

Frenó a las tropas

Los investigadores consideran que este cambio climático efímero influyó en la guerra a partir de la batalla de Champagne, en diciembre de 1914. Aquel fue el primer ataque significativo que los Aliados lanzaron contra el Imperio alemán y cavaron largas y profundas trincheras.

Estas trincheras se inundaron y frenó en seco cualquier avance de tropas y de artillería. Muchos de los soldados murieron congelados y afectados por enfermedades que padecieron tras las condiciones meteorológicas. Asimismo, los testimonios de quienes combatieron en primera línea refuerzan la tesis de los investigadores. El británico John Palmer describía años atrás el trauma que le supuso ver a compañeros hundirse y morir en el limo.

Los ejércitos no fueron los únicos que se vieron afectados por esta anomalía. El estudio asocia las malas cosechas alemanas en los años 1916 y 1917 -gran parte de la población alemana se vio obligada a subsistir con nabos ya que era lo único que crecía en sus tierras- al cambio climático.

En resumen, la Primera Guerra Mundial tuvo la desgracia de coincidir con el desarrollo de una condición climática específica que influyó enormemente en el número de bajas de la contienda más sangrienta de aquel inicio del siglo XX.

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