Por mucho que los libros de historia se pronuncien sobre las exitosas campañas militares de la Antigua Roma y sus constantes invasiones, no siempre gobernaron triunfantes en el viejo continente. De hecho, la ciudad de Roma estuvo a punto de caer en varias ocasiones. Uno de los enemigos principales de la República fueron los galos, quienes casi destruyen por completo la civilización más importante de Europa

Los galos, "un pueblo belicoso y guerrero" según escribe el periodista Javier Ramos en Eso no estaba en mi libro de Historia de Roma (Almuzara), derrotaron a los romanos el 16 de julio del 390 a.C. a la orilla de un pequeño río llamado Allia. Comandados por un caudillo llamado Brenno, ya habían invadido la provincia etrusca de Siena previamente.

La batalla entre galos y romanos era muy igualada en número —alrededor de 40.000 hombres en cada bando—. En aquella época, el ejército romano era muy similar a una falange griega y a su estrategia táctica sobre el campo de batalla. No obstante, el ejército galo supo cómo contrarrestar la experiencia romana y tras la victoria cruzaron los Alpes y marcharon sobre Roma con intención de ocuparla. "Así ocurrió finalmente, convirtiéndose en el primer saqueo extranjero de Roma, que durante 800 años también fue el único", escribe Ramos.

Las ocas de la dios Juno

Los ciudadanos se habían refugiado en la colina Caitolina, donde los galos trataron sin éxito un ataque frontal. Roma resistía. Pero los asaltantes encontraron un camino secreto gracias a las huellas que había dejado el mensajero Poncio Comeno, quien regresaba del Senado para notificar la reinstauración de Marco Furio Camilo como dictador y general.

Así, en una noche clara decidieron pasar al ataque. Un galo escaló el muro sin armas para evitar hacer ruido. Una vez trazado el camino a seguir, los demás guerreros seguirían sus pasos. Explica Javier Ramos que ningún centinela romano se había dado cuenta pero que justo en el instante en que llegaron a la cima y se disponían a saquear todo a su paso "comenzaron a resonar unos gritos estridentes en la noche".

El saqueo de Brenno.

Pese a que el hambre atormentaba a los defensores de la ciudadela por el asedio galo, las ocas consagradas a Juno habían sido respetadas. Los chillidos de las aves de corral despertaron a los soldados "adormecidos". De esta manera, Marco Manlio, antiguo cónsul de Roma, fue el primero en abalanzarse contra los asaltantes. "Con su escudo golpeó al primer galo que asomó por la muralla. Al precipitarse, al vacío, el enemigo arrastró en su caída a los combatientes que lo seguían".

Tras la acción de Marco Manlio se sumó el resto del ejército. "Todos los romanos estaban ya en la muralla y a pedradas aplastaron a los últimos asaltantes, cuya tropa fue rechazada". Los galos accedieron a retirarse a cambio del pago de 100.000 libras de oro. Tal y como opina Javier Ramos, fue "un curioso acontecimiento que impidió el desastre total romano. Con el paso de los años surgió una tradición que se prolongaría 500 años: colgaban perros de una horca de madera de saúco a la vez que una oca era paseada solemnemente en procesión.

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