La moderación y la sensatez abundan en las palabras de Ricardo García Cárcel (Requena, Valencia, 1948). El historiador, catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Barcelona, es alérgico a los extremismos, a las pugnas ideológicas que tratan de subvertir el pasado de España. Y precisamente, su obra, reconocida en 2012 con el Premio Nacional de Historia, ha estado enfocada a denunciar las instrumentalizaciones de la memoria histórica y a combatir los mitos fundacionales de otra memoria, esta más vieja, cultivada sobre todo durante el franquismo.

Lo hizo con La herencia del pasado (Galaxia Gutenberg), un ensayo magnífico basado en una investigación de décadas; y antes con La leyenda negra: historia y opinión (Anaya), un tema resucitado hoy en día. Ahora reedita otro de sus mejores libros, El sueño de la nación indomable (Ariel), enfocado también a derribar mitos, los de la Guerra de la Independencia. De sus reflexiones sobre la coyuntura actual deberían aprender muchos. "La historia se ha convertido en el arma a través de la cual el presente construye su propio pasado", lamenta García Cárcel.

Resulta curioso observar la reacción en Cataluña a la invasión francesa y su identificación con el espíritu nacional, con España. Cómo han cambiado las cosas…

Efectivamente, la vida da muchas vueltas y más la historia larga… La identificación política y emocional de los catalanes con el patriotismo, el nacionalismo español levantado contra Napoleón, es una realidad incuestionable. El afrancesamiento en Cataluña fue muy limitado, muy reducido a unos determinados sectores en Gerona; hasta el hecho de que el propio título de la "Guerra de la Independencia" es inventado por un catalán: el militar Francesc Cabanes, que fue el primero en definirla así.

Lo digo porque hoy en día, aquí en Cataluña, el término “Guerra de la Independencia” no se usa para nada, es políticamente incorrecto; sustituido siempre por el eufemístico “guerra del Francés”. Es un testimonio de cómo han cambiado los tiempos. En la resistencia, por otra parte, de Cataluña a Napoleón hay símbolos que han quedado para la historia, desde el sitio de Gerona hasta el tamborilero del Bruc. También hay que decir que en los últimos meses de la ocupación militar francesa de territorio español quedó muy en evidencia que la pretensión en todo momento por parte de Napoleón, contra la voluntad de su hermano José I, fue la de separar literalmente Cataluña del resto de España. Tenía muy claro el establecer una Cataluña totalmente convertida en territorio francés, cosa que el desarrollo de la guerra hizo imposible.

También resulta preocupante cómo la parte de la historiografía catalana está moldeando los hechos históricos a su antojo, con fines ideológicos.

Que la historia se manipula y se oscurece o se exhibe en función de unos determinados intereses apriorísticos es evidente. Y repito: hoy día poner en evidencia la participación en primera línea de Cataluña en la defensa del territorio español contra Napoleón es algo políticamente incorrecto. Con la palabra independencia se parte del principio de que es monopolio de unos determinados catalanes, que no puede tener otro significado que el que le dan hoy en día los independentistas catalanes y que no tiene nada que ver con el concepto de Guerra de la Independencia, que era la reivindicación del conjunto de España frente a la invasión del tirano.

¿Está la historia más politizada que nunca?

Sin duda. Siempre ha sido instrumento maleable, siempre ha habido una plasticidad en la memoria histórica. La herencia del pasado está dedicado precisamente a poner de relieve las distintas instrumentalizaciones políticas que se habían hecho del pasado a lo largo de la historia de España. Pero efectivamente, esto lo vivimos de una manera especialmente grave porque hoy día se hace una historia escrita desde el presente, desde las vivencias del presente.

El historiador se pone a mirar hacia atrás con una dependencia absoluta ideológica territorial que predetermina su visión, su memoria del pasado. El presente está construyendo permanentemente el pasado. La gente de mi generación hemos repetido muchas veces que la historia era el estudio del pasado para el entendimiento del presente y no, es más bien el arma a través de la cual el presente construye su propio pasado. No es el presente el heredero del pasado sino al revés: es el pasado el que es un puro constructo del propio presente.

En el prólogo menciona que usted se educó en el franquismo y que este régimen idealizó muchos de los eventos de la Guerra de la Independencia. ¿Cómo se destruyen esos arquetipos y cómo se pueden volver a reivindicar estos hechos sin que desprendan cierto tufo a la dictadura?

Muchos de los de mi generación vivimos en el franquismo la construcción de los grandes mitos de la historia de España, entre los cuales jugaba un papel extraordinario los de la Guerra de la Independencia. Todos crecimos con Agustina de Aragón, el 2 de mayo, los sitios de Gerona, de Zaragoza… Esa fue la educación sentimental de nuestra infancia. Luego, cuando llegamos a la universidad, el antifranquismo nos hizo identificar este régimen con el nacionalismo español; y en los años 70, primeros 80, nos dedicamos a la crítica ideológica de los mitos nacionales.

Portada de 'El sueño de la nación indomable'.

Lo que nos ocurre ahora es que hemos constatado que mientras ha habido un deconstruccionismo racionalista, crítico de esa mitología sentimental, nos hemos encontrado con que los llamados nacionalismos periféricos, sobre todo el catalán, ha mantenido sus altares de mitos absolutamente incólumes sin cuestionarlos en ningún momento, manteniéndolos vivos absolutamente vivos. Y nos encontramos ahora con la ironía de que tenemos el altar de los mitos nacionales españoles vacío de referentes sentimentales, y en cambio permanecen enhiestos los del nacionalismo catalán. Y evidentemente se crea un agravio comparativo que es preocupante.

¿Y cómo se soluciona esta situación?

El problema fundamental es a nivel educativo. Tanto los niños más pequeños como la juventud universitaria han nacido y crecido en el marco educativo que les dio el pujolismo que presupone una conciencia supremacista de una Cataluña superior a una España que ha sido etiquetada de dos maneras negativas: una fascista, despótica o autoritaria que se vincula siempre al franquismo; y luego otra cutre, la de Alfredo Landa. Y ese marco referencial del adversario España, ninguneado, se contrapone a una conciencia catalana que parte del principio de presunta superioridad étnica y diría que histórica.

Se parte de una Cataluña que olvida episodios de su historia trascendentales como fue su papel en la Guerra de la Independencia y juega permanentemente al victimismo, a la idea de una presunta bota militar por España. Tiene difícil solución porque toda una generación se ha educado en ese sistema de valores, cambiar esto requerirá mucho tiempo. Mi único optimismo radica en lo que en la historia agraria se llama ley de rendimientos decrecientes: que haya un momento de saturación, que la propia juventud catalana constate el nivel de instrumentación y manipulación y se produzca una saturación que genere una reacción a una educación tan gregaria, tan de rebaño.

El debate sobre la leyenda negra parece estar más vivo incluso que en la época de Felipe II. ¿Cómo se explica esto?

Estamos asistiendo a realidades que historiadores de mi generación no teníamos previstas ni habíamos contemplado. Somos una generación de malos profetas. Yo escribí en 1992, en plena euforia olímpica y constitucionalista en tanto que nos habíamos incorporado a la UE, partiendo de esa sensación optimismo vital, un libro sobre la leyenda negra con la creencia, que a la postre se ha revelado ingenua, de que en el marco del fin del aislamiento español del franquismo había llegado la hora de darnos un abrazo con Europa y que por lo tanto había que enterrar lo que nos parecía una obsesión de la Generación del 98, del no nos quieren, qué hemos hecho para merecer esto. Pretendía desdramatizar esa imagen que había pesado desde que Julián Juderías publicase su libro sobre la leyenda negra en 1917.

La realidad nos ha desbordado. Ya en los primeros años de siglo XXI y particularmente con el libro de Elvira Roca Barea se ha registrado un cuestionamiento del optimismo y la introducción de nuevo de esta imagen que nos parecía absolutamente neurótica, obsesiva, del presunto síndrome de persecución que tenía España respecto a los europeos. El éxito del libro refleja que hay una enorme sensibilidad en estos momentos sobre es tema y una ansiedad de autoestima española. El problema catalán ha contribuido a desatar esa hipersensabilidad respecto a la opinión de los demás en cuanto a nosotros que creíamos enterrada. Pero hoy estamos de nuevo en esa batalla.

Pero el ensayo de Elvira Roca también ha desatado un debate polémico y un contralibro, el de José Luis Villacañas.

Representan dos conceptos de la memoria completamente distinta. Villacañas representa una vieja memoria construida por la izquierda española, la memoria doliente, autoflageladora, que tiende a subrayar los aspectos más negativos de nuestra historia hablando de la Inquisición, de las sombras del Imperio a lo largo del tiempo. La del libro de Roca representa el triunfo de una memoria que tiene mucho de épica, la que subraya de manera, a mi juicio demasiado unidimensional, los muchos méritos de nuestro pasado, e intenta a toda cosa hacer olvidar los aspectos más negativos; además haciendo ver el y tú más, que todos los países europeos tienen sus propias sombras. Volvemos de nuevo a debates muy propios del 98.

La historia oficial de España ha sido demasiado apática respecto a la opinión de los demás

¿No cree que esto también puede ser sintomático de que el periodo abierto por la Transición ya está caduco, que hacen falta reformas?

Lo primero que refleja esto es el problema catalán, que ha generado una reacción general muy comprensible en el conjunto de España con auténtica necesidad de contraponer una imagen de España positiva frente a esos ríos de tinta negra que desde el nacionalismo catalán se han proyectado. Y en esa necesidad de recomponer la imagen de España se ha tendido a un esfuerzo épico por hacer valer lo maravillosos que somos. Yo ni soy partidario del narcisismo hispánico ni del masoquismo de la autoflagelación. Es muy difícil en los tiempos que vivimos mantener un poco de sensatez, de moderación, porque la bipolaridad es salvaje.

En la actualidad, cuánto hay de victimismo nacional y cuánto de propaganda antiespañola.

Por supuesto hay propaganda antiespañola. En el caso de López-Obrador, y esto lo he hablado con muchos amigos mexicanos, es un discurso hecho por y para una clientela determinada, un mercado muy sensible al indigenismo que pasan por hacer ver que Hernán Cortés y los conquistadores fueron unos déspotas. Pero el discurso hay que insertarlo dentro de intereses electoralistas y clientelares. La inmensa mayoría de la historiografía mexicana hoy día no comulga con esas críticas. Las mejores biografías de Cortés escritas en los últimos años las han hecho mexicanos. El mundo científico no admite estos topicazos simplistas, caducos e impresentables de la conquista y colonización de América.

Pero sí es cierto que durante años, cuando se produjo la independencia de las repúblicas latinoamericanas, se creó una opinión pública que ha pervivido y repetido esa serie de falsedades e invenciones. ¿Qué pesa más hoy en la leyenda negra, las críticas desde Europa o las de América Latina? Quizá más las latinoamericanas. Quiero ser optimista respecto a que tengamos más capacidad en el futuro de la que hemos tenido a la hora de construir un relato nacional español respecto al papel de España en Europa y América, un relato objetivo y que sea defendido por el conjunto de la sociedad. Ciertamente, ha faltado un relato de historia nacional convincente para los propios españoles. El problema de fondo de la leyenda negra ha sido una capacidad de autofustigación que nos ha hecho mucho daño. Arranca en el siglo XVI con Antonio Pérez o Bartolomé de las Casas, y multitud de testimonios que demuestran que la historia oficial de España ha sido demasiado apática respecto a la opinión de los demás; y que tiende más al lamento a posteriori que no a la construcción de un relato convincente a priori.

No soy partidario del narcisismo hispánico ni del masoquismo de la autoflagelación

Usted titula el libro "el sueño de la nación indomable". Esto que dice podría ser el sueño de la nación española hoy en día.

Efectivamente. Escribí el libro en un marco mucho más optimista que en el que nos encontramos ahora. El sueño está hoy situado en el de una estabilidad y de una unidad nacional que no contestaba. Dicho de otra manera: una nación sin adjetivos, no nos hacen falta.

Y hablando de mitos, ¿cuáles son los más grandes de la historia de España?

Cuando hablo de mitos me refiero a realidades que hay que depurar, no es que sean falsos. El mito de Napoleón o Fernando VII, o del emperador Carlos V, esos personajes han existido; lo que hay que plantearse es reinterpretarlos adecuadamente, siendo fieles a la realidad histórica y no a los intereses que se han podido construir en un momento determinado. Fernando García de Cortázar escribió hace unos años un libro sobre la historia de España, en el que describía una serie de episodios que han sido aureolados siempre, como la Reconquista.

¿Es creíble el mito que desde el año 711 España intentó recuperar su identidad hasta 1492? Eso es lo que nos enseñaron de niños. Vuelvo al punto de partida: el problema es que fuimos educados en unos mitos determinados en el marco de la épica nacional del franquismo. Luego se deconstruyeron porque nos parecían mitos demasiado vinculados al franquismo. El problema que tenemos es el de reconstruir una realidad histórica sin mitos, abordando los viejos desde un desde óptica revisionista, científica, sin contaminaciones emocionales. Sobran las emociones, faltan las razones.

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