Barcelona

Su familia dice que cada vez que el director y guionista Antonio Mercero, que sufre alzheimer desde hace años, ve Cantando bajo la lluvia es como si fuera la primera vez. Aunque sea la número 500.

Algunas óperas tienen también ese influjo sobre los espectadores que, afortunadamente, pueden disfrutar de ellas con salud. L'elisir d'amore es un ejemplo perfecto. Es un buen título para iniciarse en el género y su trama es muy sencilla. Un aldeano enamorado de una mujer fuera de su alcance, que coquetea con un militar mientras un charlatán ofrece un elixir milagroso que cura los males y da la felicidad pero que no es más que vino. Todo ello regado con bellas arias que moldean la picardía, pasión y celos con final feliz.  

Es difícil no caer, una y otra vez, como Obélix en su marmita, ante el influjo de la pócima de Gaetado Donizetti y escuchar sus arias (aquí una lista de reproducción con algunas de ellas) como si fueran la primera.

El pasado domingo, el Liceo de Barcelona presentó una producción de Mario Gas que en realidad, es de todo menos nueva. Se trata de una puesta en escena que Mario Gas creó en 1983 y que luego compró y adaptó el Liceo. Los melómanos barceloneses la han visto, con esta, en cuatro ocasiones. Y muchos otros en España, ya que se ha representado en varias ciudades.

El espectáculo traslada la acción de una Italia rural del primer tercio del siglo XIX a la plaza pública de una ciudad de los años 20 del pasado siglo en un ambiente más cercano, cinematográfico y que coquetea con el neorrealmismo italiano o conecta con el costumbrismo español de la época. 

El éxito del fondo de armario

Cuando tiras de fondo de armario para una producción como esta, las voces han de ser excepcionales y la dirección de actores, exquisita y alejada de caricaturas fáciles. El listón estaba alto, ya que por el escenario han pasado algunos de los grandes, pero el público acogió cálidamente a Jessica Pratt (Adina), que cantó sin dificultad su parte e incluso se atrevió a interpretar partes que habitualmente se omiten. El tenor Pavol Breslik se esforzó y no decepcionó en la Furtiva lágrima a pesar de que el de Nemorino no sea un papel que le sea muy propio, como a Pratt le ocurre con Adina.

Roberto de Candia (como el charlatán Dulcamara) repartió su elixir con oficio mientras que Paolo Bordogna (el oficial Belcore) titubeó un poco. Cameos como el del propio Gas en el banquete, junto al director musical, Ramón Tebar, que se iniciaba en el foso, le dieron color a una producción que acaba con un número extra: el vendedor ambulante aparece en el patio de butacas para repetir un número que el público se va silbando, satisfecho. 

La producción de Mario Gas volvió a cosechar éxito consolidándose como un clásico popular, como el desengrase perfecto al Tristán e Isolda, mucho más profundo, que el Liceo presentó en diciembre. 

Poliuto, una rareza con grandes voces

Tres días después se presentó otra ópera de Donizetti, Poliuto, esta vez una tragedia y en versión concierto, es decir, sin escenificar, aunque a los protagonistas se les iban las miradas y algunos gestos. Esta obra, rara vez representada (en el Liceu no se hacía desde el 1975) cuenta un drama amoroso mezclado ambientado en la Armenia del siglo III a la que llegaba el cristianismo, aún prohibido por el imperio romano. Nada que ver con L'elisir o los títulos más conocidos de Donizetti.

Del autor, que vivió durante la primera mitad del siglo XIX, se decía que poseía un gran talento, pero aún más fecundidad, ya que escribió más de 70 óperas. Muchas no se escuchan casi nunca, por eso es una suerte poder escuchar Poliuto, una obra sobre la fe, el martirio y el amor, prohibida en su momento (no llegó a estrenarse hasta después de su muerte).

Kunde y Radvanovsky, en el escenario del Liceu. A. Bofill / Liceu

La obra contaba con dos grandes estrellas: la soprano Sondra Radvanosky y el tenor Gregory Kunde, ovacionados por el público. No defraudaron, aunque Kunde, un tenor muy versátil con una trayectoria inusual, dio alguna muestra de desgaste que hizo brillar más aún a una Radvanosky y su precisa voz. Lástima que sólo se pueda escuchar dos veces y sin puesta en escena. 

La buena acogida de ambos estrenos da fe no sólo de que la producción de Mario Gas sigue funcionando o que el público de Barcelona sigue agradeciendo las voces espectaculares como las de Kunde y Radvanosky, una actitud que es marca de la casa. También actúan como bálsamo ante la salida del director general de la institución, anunciada la semana pasada meses antes de que expirara su contrato.

Roger Guasch deja el Liceu, al que llegó en 2013, con una reconocida labor en favor de la sostenibilidad económica, aunque con críticas en lo que respecta a la promoción de las ambiciones artísticas de la institución o su imagen pública. El Liceu, sin duda el teatro de ópera con más peso histórico en España, busca también volver a empezar y que la próxima etapa ilusione, al igual que el elixir de Donizetti, de nuevo como si se tratase de una primera vez. 

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