El director de teatro Romeo Castellucci presenta Go Down, Moses.

El director de teatro Romeo Castellucci presenta Go Down, Moses. Luca del Pia.

Escena Escena y radicalidad

Romeo Castellucci: el teatro que escuece al Papa

El director presenta un espectáculo que cuestiona la figura de Dios a través de la historia de Moisés: "Las iglesias ya cansan". 

14 octubre, 2016 01:08

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Romeo Castellucci es un radical del teatro y no se avergüenza, porque cree que si la escena está muerta si no juega en "el punto más profundo y arriesgado posible". "Si el teatro no es radical, se convierte en decoración y consuelo; y el teatro no está para consolar a nadie". Quiere quitarse la etiqueta esa de creador a la vanguardia: él ve más como un representante moderno del mundo clásico. El maestro del teatro contemporáneo europeo presenta ahora Go Down, Moses, una propuesta exótica y abstracta que coquetea con el libro del Éxodo del Antiguo Testamento. Sólo podrá verse en tres funciones: será en los Teatros del Canal, del 13 al 15 de octubre, a las 20 h. Pero no esperen encontrarse simplemente una relectura de Moisés: el espectáculo crece en un relato loco que comenzó, en la cabeza de su creador, como una noticia de telediario. La madre que abandona a su hijo amándolo. La madre que abandona para salvar.

"Son historias que me impactan", cuenta Castellucci. "A partir de esa noticia, me acordé de la historia de Moisés, que fue abandonado en una cesta en el Nilo, y reconstruí una historia paralela a partir de eso". Moisés no llega a ser representado, sólo evocado. Sin querer revelar demasiados giros, cuenta que "las razones del abandono salen en una conversación entre el policía y la madre en comisaría" y que "ahí aparece la relación entre antigüedad y esclavitud, además de la idea de que la sociedad moderna sea esclava de un nuevo faraón".

Hemos perdido las coordenadas. Esta realidad está llena de reflejos, es superficial y dorada. Vivimos en la época del becerro de oro

Habla de un faraón que no tiene carne concreta, que no se limita a un cuerpo; habla de un opresor que tal vez seamos nosotros mismos, como pescadillas que se muerden la cola. Nuestra obediencia, nuestro agachar la cabeza, es lo que Castellucci llama "desierto": "Hemos perdido las coordenadas. Esta realidad está llena de reflejos, es superficial y dorada. Vivimos en la época del becerro de oro".

No hay Moisés que nos salve

Su espectáculo tiene algo de nihilista: plantea miles de preguntas pero no ofrece ninguna respuesta, quizá porque no la hay. "Al mismo tiempo, la obra no sugiere la necesidad de encontrar a un Dios que nos salve, ni un hombre que nos salve, sino la necesidad de encontrar un sentido", reflexiona. La historia está contada desde la óptica femenina y maternal. "Aquí la figura de la mujer es muy importante, porque es la madre y sólo una madre puede pronunciar esas frases", cuenta el dramaturgo. "Yo considero el cuerpo de la mujer como el cuerpo que siente con especial urgencia los problemas sólo por el hecho de ser madre: es una figura compleja, contradictoria".

Yo considero el cuerpo de la mujer como el cuerpo que siente con especial urgencia los problemas sólo por el hecho de ser madre

¿En qué habría cambiado la historia bíblica de Moisés si el protagonista hubiese sido mujer? "Bueno, sería una representación totalmente diferente, porque las mujeres, en la Antigüedad, eran madres, esposas y amantes que están siempre, pero viven a la sombra, en un segundo plano. Ellas cambian la actitud de los grandes padres de la Historia, pero quedan ocultas", sostiene.

Castellucci opina que "el hombre moderno ya no tiene miedo a Dios": ya no es ese individuo temeroso de la ira de ese Yahveh que mata a todos los primogénitos, que hace que las aguas se conviertan en sangre, que lo llena todo de ranas, de pulgas, de tabanos, de langostas, de peste, de tormenta, granizo y fuego. Pero la peor de las plagas, la que aún nos tortura hoy según el dramaturgo es "la oscuridad": esa vieja oscuridad tan pesada que los egipcios podían sentir hasta físicamente. La que nos hace andar desnortados, la que nos vuelve frívolos y erráticos.

La Iglesia aburre

Y entonces, ¿cuáles son las herramientas que el ser humano debe usar para encontrar el sentido? ¿La Iglesia, el amor, la filosofía, la solidaridad, el sexo? Castellucci ríe. "No puedo contestar a eso porque no lo sé. Todas las opciones son muy interesantes, excepto la de la Iglesia, que es más problemática". El dramaturgo se explica. "Desde mi punto de vista, la Iglesia ha perdido su espiritualidad. Las cosas están cambiando, al menos un poco. Las iglesias son frías, desérticas, áridas... ya cansan. Ya son sólo una costumbre aburrida".

¿Es lógico, entonces, que el hombre moderno siga creyendo en el Dios que propone la Iglesia? "El problema es que la Iglesia actúa como si fuera un agente. La relación del hombre con Dios debería ser directa, personal, individual, pero la Iglesia actúa como mediación, superando al hombre, quitándole la individualidad". Castellucci piensa que hoy, la relación del individuo con la divinidad "se basa en una especie de olvido, un olvido quizá mutuo, pero que no considero negativo".

No creo que las imágenes de sexo hieran: la gente se queda realmente impactada cuando desarrolla conexiones mentales con esas imágenes

El director de teatro es consciente de que sus propuestas son agresivas para el espectador -muchos lo vinculan con el Teatro de la Crueldad de Antonin Artaud-, pero asume el riesgo: "En realidad no creo que las imágenes de sexo sean exactamente lo que hiere o provoca escándalo: la gente se queda realmente impactada cuando desarrolla conexiones mentales con esas imágenes", lanza. "El escándalo es una forma de ser incómoda que es común a los verdaderos artistas. No es lo mismo que la provocación: la provocación pertenece a la publicidad, el escándalo, al arte".