La escritora Rosa Montero.

La escritora Rosa Montero.

Cultura Entrevista a la autora

Rosa Montero: "Deseo que la pandemia nos ayude a implantar para siempre la renta básica universal"

La prestigiosa escritora presenta 'La buena suerte', una novela sobre el amor, el azar, el bien y el mal, y sobre cómo reponernos a lo fortuito y devolverle el revés sin morirnos de miedo. 

29 agosto, 2020 02:07

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Rosa Montero es un cascabel, un pedazo vibrante de alegría al teléfono -de esa que no es si no un hábito-: está llamada a lo bello, a lo sugerente, a las promesas sonajero que viven en las cosas. Y sabe, con todo, que la vida duele y que el que más o el que menos está muerto de miedo, muerto de miedo de verdad, pero que el pánico no puede convertirse en parálisis ni hacer de nosotros unos cobardes morales. 

En su nueva novela, La buena suerte (Anagrama), Montero cuenta la historia de un hombre enigmático que se baja atropelladamente de un tren para ir a caer en uno de esos pueblos asfixiados del sur de España: un manojo de secretos. ¿Huye de algo? ¿Quiere morir o quiere empezar a vivir de nuevo? Habla Montero del bien y del mal, del amor tierno y del eminentemente corpóreo, habla de nuestros pudores, de nuestras miserias y traumas, de las cosas terribles que no queremos decir en voz alta. Del azar irremisible, por supuesto, y de cómo nosotros, si le echamos cara y estilo, podemos devolverle el revés. 

No sé dónde leí que no existe la suerte, sólo la mala suerte. 

¡A lo mejor me lo leíste a mí! (ríe). Lo creo, en un sentido: la mala suerte existe y está claro, porque hay gente que lo hace todo maravillosamente y luego sale a la calle y les pilla un camión y les mata. Eso es mala suerte. Pero la buena suerte es otra cosa, porque en realidad se la gana uno, es lo que nosotros decidimos hacer con nuestra vida. No tenemos ningún control sobre nuestro destino, somos como juguetes del azar absolutos, no manejamos nada de lo que nos sucede pero sí podemos manejar cómo respondemos a lo que nos sucede. El abanico de elección es muy pequeño, pero siempre hay un abanico, ¿sabes? Donde te juegas el futuro, la vida, la felicidad y la dignidad. Eso es la buena suerte, la magia que uno hace para sobrevivir y para llenar de luz espacios que de otro modos serían devorados por las tinieblas. 

¿En quién deberíamos creer más, en los psicólogos, en los curas, en los astrólogos…? ¿Quién sabe más de la suerte?

Ah, no, no. La fe ciega, a mi juicio, es absurda. Es como una ideología. No. Hay que creer en la conciencia, en tener unos principios éticos, en seguirlos, en cuidar al prójimo, en tener empatía. Somos animales sociales y la vida sólo se vive con los otros. De eso habla esta novela: del miedo a la vida, al amor, no sólo al pasional, sino al comprometerse con oras personas. Amar nos hace vulnerables. Nos pone en riesgo.

Pero no amar por miedo nos convierte en misántropos. No atreverte a ponerte en riesgo por querer a alguien es morirte en vida. No hay que creer en muchas cosas a lo loco, sino intentar sopesarlo todo, contra la fe ciega, contra el dogmatismo y el fanatismo. Hay que intentar reflexionarlo todo y saber por qué hacemos las cosas.

Abres el libro con una cita de Lorenzo El Magnífico: “Quien quiera estar contento, que lo esté. Del mañana no hay certezas”. ¿Qué sabes de la alegría, cómo amasarla?

Soy una persona muy alegre, creo que es algo congénito: forma parte de la sopa química, debo de tener oxitocina o muchos neurotransmisores… la alegría no tiene nada que ver con la felicidad, es una actitud casi animal de las células, que se regocijan de estar vivas. Un día me levanto, salgo a la calle y hace un día de sol y digo “oh, pero qué alegría, qué día tan maravilloso”. Y si al día siguiente me levanto y llueve digo “oh, qué estupenda esta lluvia…”. Soy una disfrutona.

Eso no impide que todos llevemos una mochila a la espalda de piedras llena de traumas, de pérdidas y de dolores. La vida está llena de dolores, eso en la novela también se cuenta, pero importa mucho la gran conciencia de estar viva. La alegría como hábito se puede fomentar, puedes escoger más la vida que la muerte.

¿Por qué, si hasta hace nada vivíamos en el presunto Estado del Bienestar y al menos la mayoría de gente goza de techo y comida, cada vez estamos más insatisfechos, más infelices? ¿Por qué esta angustia y este nihilismo moderno? Cada vez más medicados, más ansiosos, más depresivos…

Es lógico, porque si estás centrado en encontrar algo para comer antes de que caiga la noche porque si no te mueres de hambre o un techo que te cobije o evitar que te maten o te violen… si estás en esa batalla primera y primaria por la vida no te da tiempo a deprimirte. Todas tus energías están concentradas en una supervivencia radical, pero cuando tienes eso cubierto -que es una aspiración, desde luego, irrenunciable para toda la humanidad-, te queda tiempo para llegar a las preguntas existenciales. ¿Qué hacemos aquí, como sobrellevar este camino hacia la muerte y hacia la nada, qué sentido tiene lo que hacemos, estamos viviendo bien o mal?

Aunque no lo reflexiones tan explícitamente, hay un vacío que queda detrás. Te dedicas a taparlo con la compulsión de compras, o de comida, o de tabaco, o de beber… porque realmente la vida es enigmática, tremendamente enigmática. No tenemos respuestas pero sabemos que estamos condenados a la muerte, que es insensata y no nos cabe en la cabeza. Todo eso hay que manejarlo. Hay que llegar a un acuerdo. Yo escribo para intentar llegar a un acuerdo con todo eso.

¿Cómo influye el dinero en esa capacidad de alegría?

En esta sociedad el dinero es la medida de todo, por desgracia, y lo ha sido siempre, aunque en el Medievo fuese con propiedades: los que tenían el castillo mandaban, los siervos eran los esclavos de los señores… todo es poder económico. Todo tiene un precio y eso es deshumanizador y ridículo. Por supuesto que necesitamos el dinero para no perder el techo del que hablábamos, pero a partir de ahí hay que intentar otras cosas. Deseo que el horror de la pandemia nos ayude a implantar para siempre la renta universal básica.

Uno de los personajes de esta novela, Felipe, dice lo siguiente: “La gente no se divide entre ricos ni pobres, negros y blancos, derechas e izquierdas...”. Sino en las buenas y malas personas. Eso sí: ¿cómo ver venir a las malas y cómo distinguir a las buenas?

Se va aprendiendo. Hay un 1% de psicópatas peligrosísimos… no es que sean asesinos en serie todos, pero son peligrosos. Hay un 4% de psicopatoides, que son muy mala gente, y el resto… bueno, hay una gama, pero en general, no sólo en el ser humano, sino en el mundo animal, hay más estrategias de supervivencia que se basan en la cooperación que en la depredación.

Tendemos más a la bondad, por así decirlo, pero las personas son muy complicadas. Mira, hicieron un experimento interesantísimo de psicología social donde le contaban a la gente que iba a ser un experimento sobre el aguante del dolor, pero no era sobre eso.

Una persona se metía en un despachito con unos mandos y en otro despachito se supone que había una persona conectada también a esos mandos que recibía descargas eléctricas si la primera los pulsaba con creciente intensidad. La primera persona tenía al lado a un profesor que le iba diciendo que aumentara la intensidad de la descarga, y desde el despacho se oían gritos de dolor cada vez más fuertes, hasta niveles de verdadero peligro.

Estaban muy incómodos, la inmensa mayoría, pero aunque odiaban los gritos, por cobardía moral y por no enfrentarse al instructor, al que tenía el poder, seguían dándole. Todo por no buscarse problemas, digamos. Son esas cosas miserables del ser humano, esa inseguridad, ese miedo… la mayoría de seguidores de los grandes fanatismos terroríficos no es que hayan sido muy malos, es que son muy cobardes.

También es una novela sobre el amor: ¿qué has aprendido del amor que no sabías con 18 años?

Sigo aprendiendo todo el rato. Con 18 años, con los primeros amores, hasta te crees el teatro, que es todo mentira… quiero decir, te sientes completamente apasionada. Yo soy una apasionada de libro, pero ya me estoy quitando (ríe). La primera vez lo ves como un rayo venido del cielo, pero no es verdad: como decía San Agustín, el apasionado lo que ama es el amor, ama la sensación de estar enamorado y se engancha al primero que pasa por el lado para echarle encima toda su idealización, su imaginación… te enamoras de alguien que no es y te inventas al otro.

A los apasionados nos cuesta más convivir. Cuanto más apasionado eres, menos futuro tiene la relación, porque más ajena a la realidad es. La realidad va socavando el personaje que te has inventado. El amor real consiste en conocer al otro, aceptarlo y aún así, amarlo. Yo, después de repetir esa condena de libro de ejercer una y otra vez la fantasía, la enajenación, he aprendido a querer y a ir tejiendo.

Tejiendo una relación que pasa por el conocimiento, por la comprensión mutua, por perdonarse, por llegar a acuerdos… casi como dos países fronterizos. Es un aprendizaje continuo, ya te digo, y hacerse viejo no significa que se sea más sabio. Conozco a muchos viejos completamente necios que no han aprendido nada en su vida.

¿Cómo ves el mundo dede que se instauró la pandemia? ¿Qué explicación le das a todo esto?

Se hablará de esta pandemia, si el mundo sigue, dentro de 400 años, igual que ahora hablamos de la gran pandemia de la peste negra de 1348. Es un hecho histórico tremendo y global lo que nos ha pasado y no estábamos en absoluto preparados. No sabemos nada, damos palos de ciego, y nos queda mucho sufrimiento añadido al desplome económico. Hay que aguantar, tener entereza y esperanza para sacar de esto lo mejor posible, como decíamos, la renta básica universal.

Después del trauma, la tragedia y la pobreza terrible de la Segunda Guerra Mundial, se creó el Estado de Bienestar justamente, como compensación, aunque ya lo hayamos deshecho, pero duró unas décadas. Ojalá aprendamos a ser más humildes y a vivir en un mundo más sostenible donde el valor último no sea siempre el dinero, porque es absurdo, como lo habría sido que las mascarillas se fabricasen sólo en Asia porque salen más baratas. Es ridículo.

¿Cómo crees que late ahora mismo el movimiento feminista? ¿Cómo valoras su escisión tanto en el tema prostitución como en el tema Ley Trans y cuáles son tus posturas al respecto?

Es una falsa escisión, son debates simplemente abiertos en muchos sentidos y en muchas ocasiones creo que se basan en la ignorancia de los temas. No hay crisis en el feminismo por el tema trans, el debate se basa en la ignorancia de lo que es la transexualidad, se creen simplemente que son las drag queen o algo así.

No tienen ni idea de lo que están hablando. Además, no es tan relevante, porque el feminismo es un movimiento histórico, no una ideología -que son sistemas cerrados de pensamiento-, y en el siglo XXI es impensable que haya una persona, hombre o mujer con mínima educación y decencia, que no sea antisexista del mismo modo en que debe uno ser antirracista.

Se ha cambiado la estructura social en los últimos cien años, pero ha sido un trabajo de milenios. Es algo mucho más grande que estos debates… bienvenidos siempre, los debates. En cuanto a la prostitución, para mí lo ideal es un mundo sin ella, y para conseguir eso tendremos que educar a la gente y cambiar sus cabezas. Pero el prohibicionista lo que hace es poner a las mujeres en más indefensión todavía. Hay que luchar contra las tratas, evidentemente, y contra las bandas tremendas de torturadores y violadores, pero ese presunto estupendo método sueco de culpabilizar y perseguir a los clientes…

Una mujer independiente que no tiene un chulo, que trabaja en esto -no es lo mejor, desde luego-, pero se mantiene y mantiene su nivel de autodefensa y su dignidad, de repente se encuentra con una ley en la que no puede ofrecer directamente sus servicios a los hombres, y eso, ¿qué fomenta? Al intermediario. La trata. Con eso se fomenta la trata. Hay estudios hechos. Verdaderamente es horrible y hay que demostrar que lo es, cómo no, pero cambiando la educación y el sentimiento de la gente, no prohibiéndolo, porque eso las vuelve más vulnerables.