Sevilla

A Luis Goytisolo (Barcelona, 1935) le cuesta reconocer la Sevilla que visitaba de joven en la actual, en sus calles y fachadas que desprenden historia. Y le sucede algo similar con con su ciudad natal, no solo por su aspecto cosmopolita y turístico, sino también por el ambiente de crispación que no cesa, que se agudiza. Con un ojo en Cataluña y otro en los desafíos de la lengua española en su salto a una nueva era digital, el escritor, autor de Antagonía, un clásico rompedor, charla con este periódico en un descanso del Congreso de la ASALE, celebrado hace unos días en la capital hispalense.

Lleva 25 años siendo académico, ¿cuál ha sido el cambio más radical en todo este tiempo?

La debacle de 2008, que afectó profundamente a la Academia en el sentido de que las subvenciones del Estado bajaron un 60%. La RAE se resintió mucho de la crisis. Afortunadamente ahora el nuevo director ha conseguido lo que antes era más difícil… Las consultas del diccionario en red oscilan hoy entre 60 y 80 millones al mes. Esto da una importancia enorme al trabajo de la Academia y comprendo perfectamente que la gente se olvide del diccionario de papel. Y este uso de la red también beneficia a las grandes marcas tecnológicas y esperemos que esto favorezca todavía mucho más las consultas al diccionario, las subvenciones y las fundaciones.

La revolución tecnológica ha llegado a la lengua española, pero en su último ensayo, Chispas (Anagrama), hace una crítica de la dictadura de lo digital.

Es muy frecuente ver en los trenes, en las estaciones, cuando hay un tiempo muerto, a un adolescente actual con el móvil soldado a la mano, forma parte casi de su cuerpo. Esto, unido a que la enseñanza que ha tenido es muy inferior a la que ha tenido mi generación, mucho más superficial, le coloca en manos del móvil, y esto empobrece mucho. Está fuera de ti el conocimiento, no te ayudan a tenerlo dentro como sucedía con la enseñanza antigua: estudiar latín, gramática, geografía, historia, filosofía… Te daban un conocimiento del mundo que nada te sorprendía.

¿La sociedad se ha acomodado, no tenemos interés en conocer?

La enseñanza ahora no tiene bases, se va a lo práctico y a buscar gente que trabaje sin cobrar mucho y no plantee problemas.

¿Cuál es el estado de salud actual de la novela hispanoamericana?

Bueno, lo que sucede es que tal vez ahora es más difícil saberlo porque hay tanta promoción de escritores... y la culpa es más bien de los editores. Escritores que escriben lo que antes se llamaba un folletín, y que en general son los bestsellers, que quieren hacer creer a la gente que si uno vende mucho tienes la obligación de leer esto que es tan vendido, si no lo haces es una vergüenza. Es una novela muy mediocre en muchos casos, que oscurece mucho. Antes estaba al día de todo lo que se escribía en Hispanoamérica. Ahora no, la verdad, porque está todo tan difuso que no sabes exactamente de qué te están hablando.

En este sentido parece cada vez más difícil encontrar un libro aclamado por la crítica y que cope los primeros puestos de la lista de más vendidos. Quizá Patria (Tusquets) sea el último ejemplo…

Yo no lo he leído, pero dicen que está bien. En este caso el título ha hecho mucho y es por un punto de vista que no sería literario. Patria puede recordar a un ensayo histórico, tener un público muy patriótico, demasiado (risas).

¿Qué elementos debe contener una novela para que cualitativamente sea muy interesante?

Que el lector, según va leyendo, vaya interiorizando lo que lea y lo convierta en su propia vida, en su propio pensamiento, en su propia forma de ver la vida, al menos. Esto es lo que consiguen los buenos novelistas, los grandes escritores.

¿E internet ha modificado también la forma de escribir?

Me temo que sí, se ha convertido en una cosa más trivial.

El mayor disparate del Estado con Cataluña ha sido ceder la enseñanza

¿De dónde nace su pulsión por la literatura?

A los once años ya escribía cosas inacabadas, aunque de antes, con siete, conservo un cómic de aventuras con dibujos, los diálogos… página por página, por los dos lados, en tinta china, con la cubierta en color y marcada con un matasellos. Con once años fui a la editorial Molino, que era de libros de aventura, lo que yo leía, y me dijeron que pagaban 2.000 pesetas por texto. Entonces fui de pantalón corto, me presenté en las oficinas y les propuse escribir una novela. Pensándolo retrospectivamente, fueron gente encantadora, me recibieron muy bien, pero me dijeron: “Encantados por nuestra parte, pero tardaremos dos años en contestarle, las cosas van así”. ¿Dos años? Ya desistí completamente (risas).

Lo que pasa es que a esa edad se cambia muy deprisa: a los trece empecé un primer poema y luego ya pasé a escribir relatos. Algunos me sabe mal haberlos roto, tenían su gracia, recuerdo el tema y me hubiera gustado conservarlos. A los 19 ya empecé Las afueras y lo terminé a los 23, porque en aquella época había el servicio militar, todas estas cosas que te hacían perder mucho tiempo… Me dieron el Biblioteca Breve y me permitió dejar la carrera de Derecho, que la había elegido porque era la que menos me interesaba. Si me hubieran dejado habría elegido Arquitectura, pero estaban las matemáticas y nunca he sido muy bueno.

En la mili hubiera estado muy bien que me metieran en Aviación, porque había leído a Antoine de Saint-Exupéry [aviador y escritor francés, autor de El principito]. Siempre me había gustado la Aviación: estudias, te conviertes en piloto y luego vas de América a España pensando en otras cosas y tal, te permitía escribir novelas al mismo tiempo (risas).

¿Y qué le ha aportado la escritura a lo largo de su vida?

Ha sido fundamental. Hace poco releí Antagonía, que para mí es mi obra principal, y abarca tantas cosas… desde el nacimiento de un escritor, su vida, su novela y termina con la muerte de los últimos personajes de esta novela. Es como un libro dentro de otro. No he podido volver a escribir nada de esta altura, profundidad y extensión. Y nunca pensé que me fuese a llevar tanto tiempo… La última parte coincidió con el golpe de Tejero, lo amortiguó mucho, ni Dios compró el último volumen.

¿Qué semblanza haría de la España actual?

Es una pena lo que le ha pasado, también a otros muchos países: Norteamérica, Inglaterra… Están en un momento absurdo y España lo está en el sentido de que cada uno tira por su lado. Se están repitiendo elecciones y si seguimos así pasará lo mismo. Hay como un ego que más que las cuestiones de fondo, los políticos dan la sensación de pensar mucho en sus cuestiones personales, empezando por el presidente del Gobierno. Todos son yo, yo, yo. Esto en política es muy malo.

Todo está marcado por la situación en Cataluña. Usted, que nació en Barcelona, ¿cómo está viviendo esos enfrentamientos?

Pues no la reconozco. Cuando era estudiante, en la época que estuve en la cárcel de Carabanchel, como muchos más, porque era del PSUC, el Partido Comunista clandestino, en mi misma celda estaba el director del PSOE de entonces, Antonio Amat, un tipo estupendo que me dijo que había sido delatado por su propio partido. De 120 presos políticos, 100 éramos comunistas y los demás socialistas o felipistas, del FLP. Nacionalistas, ninguno. La figura más negativa ha sido Pujol y los Gobiernos centrales han cedido en la enseñanza, que ha sido el mayor disparate, y han creado una juventud que se cree sus fantasías y luego pasa lo que pasa.

España está en un momento absurdo por el ego de los políticos

¿Qué tipo de novela sería el procés?

Una tipo Chispas, donde ya hago referencia a esto. Hay un señor que llega a un sitio y dice: “¿Qué nacionalidad tengo que poner?”, y le contestan: “Pues la española”. Entonces empieza a decir que no hay derecho, que le dan ganas de llorar, que es algo que dice mucha gente en catalán. Entonces empieza a contar su versión de la historia de Cataluña, que no me la he inventado, sino que la he sacado de un texto serio de finales del siglo XIX donde ya se cuentan estas fantasías como que eran germanos los catalanes, a diferencia de los españoles; y sus Nueve Barones de la Fama.

¿Y cómo se combaten estas tergiversaciones?

El gran error fue ceder la enseñanza, sin duda. Si te cuentan como historia cosas que no son ciertas, lo normal es creérselas. Las elecciones no les interesan porque en ningún momento han superado el 40% [de los votos], no son mayoría.

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