Museo Atlántico, de Jason deCaires Taylor.

Museo Atlántico, de Jason deCaires Taylor.

Turning Points
Cultura ARTE

El año visto a través de la lente de tres artistas

Obras de arte que nos sobrecogieron, nos inspiraron y nos hicieron ver el mundo de manera diferente.

28 diciembre, 2017 02:29

Museo Atlántico, de Jason deCaires Taylor

Océano Atlántico, cerca de Lanzarote, Islas Canarias

Se impone una ligera atmósfera sepulcral en el Museo Atlántico, un grupo de instalaciones escultóricas sumergidas creadas por Jason deCaires Taylor, artista británico, instructor de buceo y naturalista submarino. Las habitan cientos de figuras humanas que descansan no lejos de la costa de Marruecos, en el Océano Atlántico, cerca de isla de Lanzarote.

Esta reunión submarina, que se encuentra a una profundidad de entre 10 y 12 metros, fue construida con hormigón de pH neutro, sin metales ni otros materiales corrosivos y no tendrá ningún efecto negativo sobre los ecosistemas marinos o la flora y fauna local. Es más, a medida que vayan siendo colonizadas por corales, peces y otras especies locales, las figuras podrían convertirse en un arrecife artificial y en zona de cría para la vida marina.

La exposición subacuática solo es accesible para buceadores, submarinistas y viajeros a bordo de barcos con fondo transparente. Es decir, las figuras están tanto literal como figuradamente alejadas y en su sumersión sugieren una quietud casi pompeyana, a pesar de estar rebosantes de vida. Museo Atlántico abrió sus puertas al público en enero de 2017.


Declaración del artista

Trabajar en el mar es hacerlo en un entorno muy diferente. El arte público tradicional suele incluir metal o materiales de fundición, pero yo he tenido que emplear mucho tiempo en desarrollar los materiales para que sean apropiados para una ubicación subacuática y no causen ningún daño. De hecho, los materiales utilizados fomentan y sustentan la vida.

Mucha gente me dice: “Creas todas estas increíbles esculturas y después vas y las tiras al mar y acaban perdidas y olvidadas.” Yo quería ser capaz de cambiar eso y hacerle ver a la gente que, de hecho, el fondo del mar es un lugar precioso, realmente sagrado, y nuestro objetivo debería ser protegerlo y atesorarlo. Al poner obras de arte ahí, creo que más o menos contribuimos a cambiar este sistema de valores.

Creo que empatizamos más con las cosas en las que vemos una parte de nosotros. Quería que eso nos conectara



Me asombró lo rápido que se desarrollaron las cosas. Creo que la biomasa marina de la instalación ha crecido en un 200 por ciento. Ahora hay bancos de miles de sardinas. Hay tiburones ángel, rayas mariposa. Toda una cadena de especies ha aparecido en una zona en la que hace tan solo dos años no había nada.

Algunas de las esculturas han sido completamente envueltas por grandes esponjas naranjas. Han crecido varias especies diferentes de algas, algunas realmente preciosas. Hay plantas rojas y verdes que se mueven con la corriente.

Pero la forma humana está tan integrada en nuestra psique que la reconocemos aunque cambie mucho. Creo que empatizamos más con las cosas en las que vemos una parte de nosotros. Quería que eso nos conectara. El profundo mundo subacuático parece un lugar absolutamente ajeno, separado de nosotros. Quería poder usar las obras para sentir la conexión con el espacio.

Monumento, de Manaf Halbouni

Dresden, Alemania

Una instalación contra la guerra en el corazón de la ciudad de Dresden, al este de Alemania, que se propone recrear una de las imágenes más inquietantes de la guerra civil siria. Manal Halbouni supervisó como elevaban tres autobuses, de unos 12 metros de alto y de 12 toneladas de peso cada uno, y los colocaban en vertical delante de la grandiosa iglesia de Frauenkirche, en la plaza Nemarkt; iglesia que también había quedado hecha escombros y que fue reconstruida a principios de la década de los 90. La obra fue presentada en febrero.

El trabajo del señor Halbouni se basó en una fotografía de 2015. En ella se veían tres autobuses completamente destrozados y apoyados en vertical en una calle de Alepo; hacían de improvisada barricada para proteger a los civiles de la lucha entre el gobierno sirio y las fuerzas rebeldes. El señor Halbouni, de 33 años de edad, cuya madre es de Dresden y que creció en Damasco, dijo que no era capaz de quitarse la imagen de la cabeza.

Los autobuses suscitaron un emotivo debate en Dresden, una ciudad que fue casi totalmente destruida hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando los ataques aéreos de los aliados desataron una tormenta de fuego que mató a decenas de miles de personas. Más recientemente, la ciudad se ha convertido en un baluarte para los conservadores mientras Alemania lidia con la cuestión de cómo acomodar a los miles de refugiados que llegan cada día.


Declaración del artista

En Siria siempre fui el alemán por mi madre alemana. Cuando me mudé a Alemania, me convertí en el sirio. No me considero como alguien integrado. Soy de aquí. No tengo que integrarme.

Para este proyecto de los autobuses trabajé a muchos niveles. Dresden fue totalmente bombardeada en el 45 y a mucha gente se le ha olvidado el aspecto que tenía la ciudad después de la guerra. Los autobuses también le recuerdan a la gente que vive en tiempos de guerra que ellos también tendrán la oportunidad de reconstruir sus ciudades.

Ninguna guerra dura para siempre. A Dresden le llevó largo tiempo reconstruir muchas partes de la ciudad, 72 años, y aún no han terminado.

Cuando me mudé a Alemania, me convertí en el sirio. No me considero como alguien integrado. Soy de aquí



Pero la extrema derecha intenta catalogar la obra como algo árabe o islamista. Mientras la instalación estuvo montada, iban cada lunes a gritarles a los autobuses.
Era gracioso verlo. Los autobuses no se movieron en absoluto. Eran mucho más fuertes que la gente que gritaba.

A veces daba la impresión de que para esa gente gritarles a los autobuses era como hacer terapia, porque no son felices y tienen problemas y de repente tenían esta cosa a la que le podían gritar. Y después podían volver a sus casas.

Flor sefirótica, de Makoto Azuma

Bahía de Suruga, Japan

Desde un desierto en Nevada, Makoto Azuma ha observado como una de sus esculturas florales se elevaba 30.000 metros hasta la estratosfera de la Tierra. En otros experimentos, el artista botánico japonés ha congelado flores en bloques de hielo, les ha prendido fuego y las ha dejado a la deriva en medio del mar.

Su trabajo está profundamente conectado con lo efímero de las flores y las emociones incipientes que a menudo asociamos con la naturaleza — la belleza fugaz, la tristeza fugaz, implícitas en la vida y la muerte, en la fuerza y en la delicadeza.

En su último proyecto, “Flor sefirótica: sumergiéndonos en lo desconocido,” el señor Azuma ha vuelto su mirada hacia abajo, al fondo del océano. En agosto, él y su equipo hicieron descender cuatro elaborados ramos y un bonsái a la Bahía de Suruga, cerca de la base del Monte Fuji. La pieza fue documentada con fotos y video y constituye la última entrega de “In Bloom,” una serie en la que las flores se ven lanzadas a reinos y condiciones antinaturales.


Declaración del artista:

Casi nunca pensamos sobre las aguas profundas, pero es ahí donde se originó la vida. En este proyecto quería yuxtaponer las flores, que son seres vivos, con estas oscuras y desconocidas profundidades. Mi país de origen, Japón, una isla con avanzada tecnología marina, fue una elección natural. Escogimos la Bahía de Suruga porque es donde se encuentra la fosa oceánica más profunda de Japón.

Una vez dejamos caer las flores, me sorprendió mucho lo resistentes que eran. El primer día hubo intensas tormentas pero las flores no se rompieron ni se aplastaron



Durante tres años, mi equipo y yo planeamos meticulosamente cómo hacer descender los arreglos y las cámaras en un entorno de altísimas presiones. Nos asociamos con la Agencia Japonesa de Ciencias y Tecnología Marinas y Terrestres y llevamos a cabo experimentos en piscinas. Para los arreglos florales elegí una variedad de flores fuertes y de colores vibrantes que se fueran a mover con gracia en las corrientes oceánicas. Cuando finalmente estuvimos listos para filmar, fuimos a cinco zonas diferentes de la bahía que iban desde los 300 a los 1000 metros de profundidad.

Una vez dejamos caer las flores, me sorprendió mucho lo resistentes que eran. El primer día hubo intensas tormentas pero las flores no se rompieron ni se aplastaron. En lugar de eso, cambiaron de forma y bajaron hacia el fondo del océano. Los colores parecían aún más intensos debajo del agua.