Nos enfrentamos a un fenómeno en todos los sentidos; un fenómeno literario, un fenómeno personal, un fenómeno cultural. El valor creativo y estilístico de Foster Wallace está fuera de toda duda en su dimensión literaria. Como autor rompió moldes y sobresalió por méritos propios. Sus obras, en todos los terrenos que abarcó, fueron sorprendentes y extraordinarias. En su faceta personal fue un hombre arrollador que se enfrentó a la vida y a la muerte con perplejidad. Un ser humano que desarmaba con su buen corazón y desquiciaba con su intensidad desequilibrada. Un monstruo de humanidad singular y desatada. Culturalmente se convirtió en un fenómeno de masas, una manifestación a la vez popular y erudita que golpeó la conciencia colectiva con sus desvaríos y su lucidez. Un cronista de la degeneración cultural de nuestro tiempo.

La adicción y la manía

La adicción es un tema recurrente en la obra y la vida de Foster Wallace. Sus personajes, sobre todo en La broma infinita, su obra más aclamada, rezuman adicciones de todo tipo y a toda sustancia conocida. En ocasiones, la obra parece un compendio de farmacología y desórdenes compensatorios. Él mismo comenzó desde muy joven a experimentar con las drogas, y la televisión fue otra compulsión que le acompañó casi toda su vida. La adicción es el síntoma de un trastorno neurótico concreto, la manía.

La adicción es un tema recurrente en la obra y la vida de Foster Wallace. Sus personajes, sobre todo en 'La broma infinita', rezuman adicciones de todo tipo y a toda sustancia conocida

En la manía, hay un conflicto entre el anhelo natural de vivir el éxtasis y el disfrute profundo, frente al principio moral, muchas veces inconsciente, que impone la contención y el recato, algo muy propio de la tradición puritana del medio oeste norteamericano del que procede Wallace. El núcleo de esta neurosis es la ilusión de pensar que ese anhelo puede satisfacerse por medio de un sucedáneo que nunca colma la necesidad natural. Y esto lleva indefectiblemente, en una espiral autodestructiva, a la adicción como modo de vida.

¿Depresión?

Sin embargo, fue diagnosticado de depresión después de su primera crisis importante y fue medicado a partir de entonces con diversos antidepresivos durante más de veinte años. La manía y la depresión son dos trastornos diferentes, son dos tipos de neurosis diferenciadas con núcleos distintos.

Desgraciadamente se suelen confundir estados depresivos o críticos consustanciales a la vida de un ser humano, con una verdadera depresión. Estos estados en los que se tiene un estado de ánimo caído o uno se ve paralizado ante una crisis, podrían ser tratados con una psicoterapia adecuada, pero el problema está en medicar con antidepresivos que resultan ineficaces a medio-largo plazo y provocan desequilibrios permanentes en el sistema nervioso, como denuncia acertadamente Robert Whitaker en su insustituible obra Anatomía de una epidemia (Capitán Swing, 2015).

David Foster Wallace en una conferencia sobre literatura. CC

El caso de Wallace presentaba además un cierto componente psicótico de fondo que se iba abriendo paso con el abuso de sustancias y una crisis interior no resuelta, de la que hablaremos más adelante. Esta era la verdadera amenaza que le llevó a estar internado en centros psiquiátricos en varias ocasiones. En su relato The Planet Trillaphon describe su mal: “Ahora imagina que cada uno de los átomos de cada una de tus células se siente así de mal, intolerablemente enfermo (…). Cada electrón se siente enfermo también y gira desequilibrado y errático en unas órbitas dignas de una casa de los espejos…”.

El “Wallace psicótico”

Hay muchos indicios para pensar que Foster Wallace podía sufrir además una psicosis encubierta que se manifestaba en ciertos momentos de su vida y de su obra. La psicosis es una escisión en la personalidad provocada por una crisis, un estado de indecisión permanente en el que se pretenden vivir simultáneamente aspectos antagónicos e irreconciliables de la realidad. Para Wallace, el racionalismo lógico extremo, patrimonio de su tradición familiar resultaba incompatible con su necesidad de contacto con los mundos invisibles, que durante mucho tiempo sólo vivió a través de sus “cuelgues” con las drogas y el alcohol. Este es un cuadro frecuente en trastornos psicóticos que suele ir acompañado de una inteligencia excepcional en el sujeto, cualidad en la que siempre destacó nuestro autor.

Foster Wallace vivió frecuentes crisis a lo largo de su vida, crisis que ponían en cuestión aspectos de su desarrollo como ser humano y su integración en un sistema cultural del que se sentía heredero y del que renegaba. Ya en su primera novela, La escoba del sistema, presenta una cohorte de personajes disparatados, marca de la casa, con los que se identifica. La falsa identificación puede mostrar también la presencia de aspectos psicóticos. Una identificación falsa aparece cuando el papel que alguien desempeña hacia el exterior no coincide con su verdadera esencia y naturaleza. Un esquizofrénico se identifica con un personaje y esa parte de su personalidad se escinde. Su identificación con el papel del artista disparatado o del frío filósofo lógico no coincidía con su sensibilidad a flor de piel.

Foster Wallace vivió frecuentes crisis a lo largo de su vida, crisis que ponían en cuestión aspectos de su desarrollo como ser humano y su integración en un sistema cultural del que renegaba

Hay otras manifestaciones que revelan una escisión de personalidad. Por ejemplo, su afán abrumador por las notas al final. Wallace afirmaba que le gustaban las notas en sus escritos porque son “casi como tener una segunda voz en la cabeza”. O la delirante dispersión argumental de La broma infinita con sus diferentes líneas entremezcladas y desarrolladas de forma que rozan lo incoherente, menos para él mismo, que establecía conexiones inverosímiles donde no puede haberlas. Todo esto acompañado de una brillantez inaudita y una extensión apabullante revela un pensamiento fragmentado típicamente esquizoide. El manuscrito original desconcertó y deslumbró a su editor, Michael Pietsch, quien le escribió en una carta: “Es una novela hecha de jirones, casi como si el relato fuera en realidad una cosa que se ha roto y de la que alguien está recogiendo los pedazos…”.

La cultura pervertida que envenena

El sistema cultural decadente que vivimos en nuestra sociedad contemporánea está tras la crisis profunda de Foster Wallace y de muchas personas, porque la psicosis es una enfermedad cultural. Con frecuencia, la interferencia cultural en el desarrollo esencial del hombre se manifiesta en forma de enfermedades psíquicamente condicionadas, sobre todo en la psicosis. La psicosis es una perturbación provocada por la falta de una posición clara a la hora de asumir o rechazar este sistema cultural pervertido.

La crítica a la cultura dominante que realiza Foster Wallace es demoledora. La sociedad distópica que presenta en La broma infinita es aberrante. En ella, el ser humano se convierte en un mero consumidor, el medio ambiente está degradado hasta extremos hiperbólicos, los protagonistas están presos de adicciones o sufren perturbaciones de todo tipo, la política es una parodia, el consumo descarnado, la manipulación lo inunda todo y apenas hay momentos felices. Es una caricatura y, al mismo tiempo, una descripción precisa del sistema cultural perverso en que vivimos. Sin embargo, y aunque Wallace lo buscase denodadamente, lo más significativo resulta la falta de alternativas a esa cultura depauperada, salvo la disciplina monástica de los grupos de rehabilitación.

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El rey pálido, la novela que escribió a continuación de La broma infinita, insiste en este planteamiento y propone el aburrimiento como la única alternativa posible ante lo que llamó “el ruido total”, la denominación genérica del sistema cultural perverso.

El suicidio como alternativa

Foster Wallace no veía salida a la prisión del sistema cultural, aunque lo anhelaba y su escritura, como él mismo dijo, “trata de en qué consiste ser un puto ser humano”, es decir, de su errática búsqueda. En una entrevista dijo: “Mira tío, probablemente la mayoría de nosotros estaremos de acuerdo en que vivimos en tiempos oscuros y, además estúpidos, pero ¿de verdad necesitamos un tipo de ficción que no haga, sino dramatizar lo oscuro y lo estúpido que es todo?” En su afán de desdramatizar, su principal recurso era la hilaridad y el exceso. En la misma entrevista continúa: “En épocas oscuras la definición del buen arte debería ser: aquel que se dedica a localizar y aplicar técnicas de reanimación cardiopulmonar a aquellos elementos de lo que es humano y mágico que aún sobreviven y resplandecen a pesar de la oscuridad de los tiempos.”

Su suicidio no empaña su heroísmo existencial y su búsqueda dramática, pero nos quedaremos sin saber cómo hubiera descrito en su obra otra alternativa posible

Wallace buscó alternativas en la escritura, que enfocó la dispersión de su pensamiento, en la psicoterapia, que le ayudó a profundizar en sus raíces personales, en los grupos de rehabilitación, que le acercaban, de una forma casi taoísta, a verdades inefables a través de consignas insufribles para un ilustrado como él. Lo buscó en el amor, en el sexo y en el matrimonio, pero al final sucumbió a la desesperanza que le había acompañado durante toda su vida. Su suicidio no empaña su heroísmo existencial y su búsqueda dramática, pero nos quedaremos sin saber cómo hubiera descrito en su obra otra alternativa posible.

Francisco Llorente es psicólogo profundo.