Karlos Arguiñano, 77 años

Karlos Arguiñano, 77 años

Corazón

Karlos Arguiñano (77), sobre su infancia en el País Vasco: "Empecé a cocinar con 8 años porque mi madre tenía polio"

El conocido chef relata algunos de sus momentos más bonitos de su infancia en su Beasain natal.

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Beasain, un pequeño pueblo del corazón de Guipúzcoa, no aparece en muchas guías de viaje. Pero para millones de españoles, ese lugar modesto es mucho más: es la cuna de uno de los chefs más carismáticos del país.

Allí, el 6 de septiembre de 1948, nació Karlos Arguiñano Urkiola, el chef que transformó la cocina casera en un fenómeno televisivo y cultural.

Ser el mayor de cuatro hermanos marcó la vida de Karlos desde el principio. Su madre, Pepi Urkiola, quedó limitada por la polio, una enfermedad que la acompañó durante toda la vida.

En ese entorno, la mesa familiar no era solo un espacio de comida, era el alma del hogar. Y de ese alma surgió la primera chispa que encendería la pasión culinaria de Arguiñano.

"Empecé a cocinar con 8 años porque mi madre estaba impedida", ha contado el propio Arguiñano en varias entrevistas con una mezcla inconfundible de sinceridad y cariño.

Aquella afirmación, aparentemente simple, esconde mucho más que una anécdota: revela una infancia en la que la cocina fue responsabilidad, refugio y primer gran maestro.

Mientras otros niños corrían por las calles del Goierri, la zona de montañas y prado que rodea Beasain, Karlos volvía del colegio y se ponía a remangarse en la cocina doméstica.

Pasar salsas, limpiar verduras, pelar patatas, poner la mesa... Tareas que para muchos serían rutinarias, para él fueron lecciones tempranas de paciencia, precisión y amor por los ingredientes.

Ese niño que aprendió a manejar cuchillos antes que muchos de sus amigos no solo estaba ayudando a su familia: ya estaba construyendo los cimientos de una vocación.

Porque lo que empezó como deber se transformó con los años en pasión. Y esa pasión lo empujaría, primero, a formarse como cocinero profesional y, más tarde, a revolucionar la gastronomía española.

La vida en Beasain no siempre fue fácil. Arguiñano ha reconocido que no fue un estudiante brillante; de hecho, él mismo ha dicho que no destacaba académicamente y que su padre, Jesús Arguiñano, soñaba con que algún día fuera arquitecto.

Pero el aroma de un buen guiso tenía más poder sobre él que cualquier libro de texto.

Con apenas 16 años, Karlos trabajó en la fábrica de trenes de su pueblo, CAF, donde recuerda con humor cómo un compañero llegó a preguntarle si él era el responsable de unas puertas que "se abrían en las curvas".

Aquella experiencia lo convenció de que la cocina era su camino: un lugar donde podía expresar creatividad, sensibilidad y responsabilidad, todo al mismo tiempo.

A los 17 años tomó una decisión que cambiaría su vida. Se inscribió en la Escuela de Hostelería del Hotel Euromar, dirigida por el maestro Luis Irizar.

Allí coincidió con otros talentos que más tarde serían figuras de la llamada Nueva Cocina Vasca, como Pedro Subijana o Ramón Roteta.

Ese entorno, vibrante y exigente, le dio el impulso técnico y la confianza para creer que podía dedicarse profesionalmente a lo que de niño había empezado por necesidad.

Pero por encima de todo, lo que define esos primeros años es la figura de su madre. Mientras algunos chefs encuentran inspiración en cocinas de lujo o en viajes exóticos, Arguiñano aprendió a cocinar entre cazuelas humildes y verduras locales, motivado por el amor y la obligación familiar.

En definitiva, la infancia de Karlos Arguiñano no fue solo el prólogo de una carrera brillante. Fue el corazón latente de todo lo que vendría después: una lección de humildad, trabajo y amor por la cocina que muchos espectadores reconocen cada vez que él, con un gesto sencillo y una sonrisa franca, dice su famosa frase: "Rico, rico y con fundamento".