Xavier Guix, psicólogo y autor de 'El problema de ser demasiado bueno'.

Xavier Guix, psicólogo y autor de 'El problema de ser demasiado bueno'. Jordi Ribó

Salud Entrevista

Xavier Guix, psicólogo: "Ser muy bueno no sirve para que te quieran más, sino para que te usen"

"Las personas que tienden a conductas tóxicas se ceban con las buenas" / "Cuando una persona es capaz de definir lo que quiere, ya está poniendo límites" / "Lo importante no es ser bueno, es hacer el bien".

30 marzo, 2024 01:49

"De bueno eres tonto" es una frase que más de uno habrá escuchado alguna vez en su vida. Suele venir de personas preocupadas por aquellos que siempre tienen una actitud solícita ante los demás. Gente que, hagan lo que hagan con ellas, siempre permanecen al pie del cañón. ¿Por qué no cambiará?, se preguntan muchos. La respuesta no es nada fácil. Ser demasiado bueno es un problema. Y serio.

"Lo importante no es ser bueno, lo importante es hacer el bien. Ser bueno acaba siendo una personalidad que lleva a desarrollar una mala bondad", sentencia Xavier Guix, psicólogo general sanitario, postgrado en Neurociencia y salud mental y postgrado en Psicopatología Clínica. También es el autor de El problema de ser demasiado bueno (Arpa), un ensayo en el que busca concienciar al lector sobre cómo hacer el bien puede terminar siendo perjudicial.

Guix se adentra en la definición de eso que llama "mala bondad", las raíces de este comportamiento o personalidad y cómo se puede salir de él. Decir 'no' y ponerse límites son algunos de los pasos, pero sabrá aquel que es demasiado bueno que esto no es tarea fácil.

El psicólogo no dice que lo sea. De hecho, en su entrevista con EL ESPAÑOL concede que es una de las cosas más complicadas para el ser humano. Si bien, el fin ulterior merecerá la pena: "Cuando uno pone límites, se cuida y se respeta, hace el bien para sí mismo y para los demás".

¿Qué es la mala bondad?

La mala bondad se asienta principalmente sobre cuatro columnas. La primera es la obediencia, el tener una actitud de sumisión ante figuras que son de autoridad o que tienen importancia para nosotros. Personas a las que no sabemos decir que no y a las que queremos agradar y complacer. 

En la segunda columna está el portarse bien. Desde pequeñitos, el mensaje que más hemos recibido es 'pórtate bien'. Mucha gente ha aprendido que portarse bien significa encajar, complacer, esforzarse por hacerlo todo bien y quedar bien. Esas dos primeras columnas se sostienen mucho por lo que hemos aprendido en la infancia. 

La tercera columna es la angustia por no ser suficientemente bueno. Es muy interesante, porque además de angustia, implica un punto de ansiedad que repercute en el cuerpo. Asimismo, la persona está relacionada siempre con el sentimiento de culpa, por creer que alguien se ha podido sentir herido por un comentario o por algo que ha hecho. Supone una evaluación continua para saber si se está portando bien o no. Lo que más teme una persona, en este sentido, es sentir que ha hecho mal a los demás. Vive en una continua conciencia evaluativa sobre sí misma para intentar corregir todo aquello que no sea quedar bien. Esto es muy fastidioso.

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La cuarta columna tiene que ver con esta tercera y es la ira reprimida. Significa que la persona no se atreve a encarar o confrontar, no es capaz de pedir lo suyo. Se ve incapaz de mostrar su enfadado, porque si lo hace, no se siente una buena persona. Por lo tanto, traga y traga, hasta que un día no puede más. Entonces, peta de forma desproporcionada en el momento menos oportuno y con la persona menos oportuna. Con lo cual, ya tenemos ahí una manera de volver a empezar el círculo. Como se siente mal por haber causado mal de forma desproporcionada, se tiene que corregir. Y ya estaríamos otra vez metidos en el lío. 

Esto que comenta me recuerda a una frase de La Ilíada. Va de Aquiles hacia Agamenón: "Tú, rey devorador de tu pueblo, porque mandas sobre seres abyectos". ¿Puede ser un ambiente precarizado el que nos obliga a ser demasiado buenos? 

El ambiente está hecho de personas. Un espacio ambiental es una cosa, pero el ambiente lo hacemos las personas a través de nuestras relaciones. Hay lugares donde hay muy buen ambiente y hay lugares en los que el ambiente es tóxico. Cuando estamos en un ambiente tóxico, algunas personas, sobre todo las personas buenistas, caen en una trampa, no pueden creer que haya gente que sea tan mala o que las pueda tratar tan mal, cuando ellas en principio no han hecho nada. Se quedan como congeladas, porque no entienden qué está pasando. Precisamente, las personas que tienden a tener conductas tóxicas se ceban con las buenas, porque saben que no se van a confrontar y que van a ser sumisas.

Siempre decimos "lárgate lo antes que puedas", pero si no se puede, se tiene que cambiar de actitud. No es que tenga que ser confrontativa, a lo mejor se tiene que entrar en un espacio de indiferencia. Decir "mira, esto no va conmigo, yo cumplo con lo mío. Será lo que tenga que ser, pero yo me muestro indiferente ante eso". Si la salud se resiente, hay que largarse de ahí, porque al final se va a tener una enfermedad, que será peor.

Las bajas laborales por estrés y ansiedad están en su punto más álgido. ¿Qué le parece este dato?

Ahí tenemos un par de cosas. La primera es el rendimiento. Estamos en la sociedad del rendimiento. Ha calado la idea de que tienes que rendir a tope y que esto es imparable, es un no parar desde que te levantas hasta que te acuestas. 

A esta idea del rendimiento se añade la idea de que no tenemos tiempo. Voy todo el día rindiendo como un loco y, por lo tanto, voy estresado. Si, además, me encuentro con compañeros o con situaciones tóxicas en la empresa, al final uno acaba cogiendo la baja, porque sencillamente no puede con todo.

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Ha llegado un momento en el que hay que hacer cierta revisión. Algunas empresas lo hacen. Revisar un poco los protocolos del rendimiento, del trabajo y de las relaciones. Si no, la gente va a enfermar. Bueno, es que está enfermando, como usted ha dicho con las bajas, una cifra que los psicólogos también manejamos, porque tenemos la consulta llena de gente con ansiedad y depresión.

El consumo de benzodiacepinas también está en máximos históricos.

Cuando se está mal, lo que hay que hacer es un tratamiento de fondo. Sin embargo, la gente se ha acostumbrado a estas pastillas. ¿Por qué? Porque no duerme. Si no duerme, entonces va mal y tiene que tranquilizarse como sea. Tiene que aguantar como sea, porque tiene que rendir. Es una rueda que no acaba nunca.

¿Todo este problema de ser demasiado bueno viene de la infancia?

Casi todo viene de la infancia. Una personalidad se hace desde pequeñitos. La personalidad del niño bueno es aquel niño que se ha dado cuenta de recibe el halago, la estima y el aplauso de los demás, cuando se porta bien, cuando hace las cosas raudo y veloz y cuando cumple con las expectativas que esperan de él. Entonces, se siente reconocido y amado. Llega un día que, haciendo lo mismo, no le aplauden. No le reconocen. Incluso le echan la bronca. El niño, de repente, se siente absolutamente perdido.

Ese gran vacío produce lo que llamamos en Psicología la disociación de la personalidad. Tenemos individuos que por fuera son de una manera y por dentro viven de otra. Esa disociación genera muchos malestares que en el libro están muy bien descritos. 

Precisamente, una de las partes que más me ha llamado la atención del libro es la gente que es demasiado buena, pero luego incurre en contradicciones como ser infiel.

Si uno es tan bueno, como decía el gran psicólogo Jung, entra en una relación de compensación. Necesita ser un poco malo, por algún lugar tiene que desahogarse. Esas personas, como tienen una vida muy para adentro, nunca muestran sus sentimientos reales y sólo sienten que son ellas mismas cuando no están con nadie. Pues eso, tengo una suscripción a un canal porno, hago apuestas, tengo por ahí un rollo que no sabe nadie. Viven ocultamente, porque ante los demás tienen que mostrarse siempre buenas. Tienen que practicar aquello que llamamos "las virtudes públicas".

No hay nadie que sea absolutamente bueno, ni aunque sea en sueños. Acaban teniendo sueños, incluso pesadillas, en los que tienden a hacer maldades. El inconsciente está compensando al consciente. Tienen que buscar su salida, porque si no, no pueden más.

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¿Se puede dejar de ser demasiado bueno?

Sí que se puede. El niño bueno o la persona adulta que practica la mala bondad tiene que recuperarse a sí misma, tiene que encontrarse consigo misma. Ese encuentro es el punto de partida para que se dé cuenta de que, en realidad, estaba haciendo un personaje. Y darse cuenta también de que, al final, ser muy bueno no sirve para que te amen más, sino para que te usen.

El problema es que, como esa persona ha vivido tan de cara a la galería, no sabe bien ni quién es ni lo que quiere. Ahí tendremos que hacer lo que llamamos "el encuentro con uno mismo". Le podríamos llamar la crisis de los 40 a los 50, que es cuando la gente se da cuenta de que lleva toda una vida intentando hacerlo todo bien y no le ha servido de nada y no es feliz. 

Bueno, ahora ya hay mucha gente joven hablando de poner límites

Sí, tiene toda la razón del mundo. Aparente, recalco aparentemente, son chavales que ya no tienen la misma relación con la autoridad. Incluso tienen problemas con ella. Pero no se lo pierda. Por ahí están desobedeciendo a la autoridad, pero por otro lado están siendo muy obedientes al algoritmo. Están siendo muy obedientes a las modas, a las marcas personales y a lo que hacen sus ídolos. Al final, acabamos obedeciendo siempre a alguien o alguna cosa que de algún modo nos sirve como guía para nuestra vida.

¿Cómo se pueden empezar a poner límites?

El clásico problema del ser humano siempre ha sido cómo ser yo mismo y serlo con los demás. Ahí está la enorme dificultad. Hay que decir se resuelve cuando tú te defines a ti mismo. Es decir, ¿por qué no pongo límites? Porque tampoco sé lo que quiero, tampoco sé exactamente cuáles son mis principios, las cosas que a mí me gustan, lo que yo deseo y, sobre todo, mantener mis necesidades cubiertas. 

Una persona lo que tiene que hacer no es imponer sus límites a los demás, sino respetar lo que ella quiere, respetar lo que para ella es importante y respetar sus necesidades. Cuando una persona es capaz de definir lo que quiere, ya está poniendo límites. 

Yo siempre uso una metáfora que es muy fácil de entender, la del mar y la costa. Tú miras al mar y dices: qué maravilla, cuánta extensión. Pero, cuidado. Te metes ahí y te disuelves. Necesitas mirar a la costa y ver qué está definida. En lugar de perderte, lo que hace es encontrarte. 

Poner límites ayuda mucho más a los demás de lo que pensamos. Me tengo que poner mis límites para que el otro sepa hasta dónde puede llegar.