Un brote de sarampión en Ohio (Estados Unidos) ha dejado, hasta el momento, un balance de 81 niños afectados, de los que 29 han pasado por el hospital. Solo tres niños habían recibido una dosis de la vacuna (la pauta completa son dos). Se trata del mayor brote del año en el país y, aunque los 117 casos totales están lejos del récord que marcó 2019 con 1.274 infecciones, las autoridades sanitarias estadounidenses temen un intensificación en los brotes de enfermedades prevenibles debido a la creciente desconfianza en las vacunas.

En Europa, en cambio, la confianza en las inyecciones alcanzó un pico en 2020 y, aunque este año ha descendido ligeramente, no acusa el desgaste ocurrido al otro lado del Atlántico, donde los movimientos antivacunas son más fuertes, impregnando el discurso político (sobre todo el republicano).

Estos días se cumplen dos años del inicio de las vacunaciones contra la Covid. El 8 de diciembre de 2020, una mujer británica de 90 años recibía la primera dosis de una vacuna aprobada en el mundo. En España fue Araceli Hidalgo, una interna en la residencia Los Olmos de Guadalajara, la que tuvo ese honor el 27 de diciembre. Desde entonces, se han inoculado más de 13.000 millones de dosis a lo largo y ancho del planeta, 104 millones en nuestro país.

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Las vacunas han estado en el centro del debate público en estos dos años de pandemia. Nunca antes un medicamento ha sido examinado tan minuciosamente y en tan poco tiempo. Los numerosos estudios e informes realizados desde su aprobación concluyen, de forma indiscutible, que han sido enormemente beneficiosas en la gestión de la Covid. Sin ser perfectas (ninguna vacuna tiene una eficacia del 100%), salvaron 20 millones de vidas solo en su primer año de existencia, según una estimación aparecida el pasado junio en The Lancet Infectious Diseases.

Estos preparados han generado un intenso debate sobre su obligatoriedad y los límites de la salud pública. Porque las vacunas solo son efectivas, como instrumento de control de epidemias, si alcanzan a un alto porcentaje de la población. Y el movimiento antivacunas ha aprovechado para atraer gente a su causa.

Desconfianza creciente en Estados Unidos

Una reciente encuesta de la Kaiser Family Foundation revelaba que el 35% de los padres de niños menores de 18 años en Estados Unidos opinaba que los padres deberían tener capacidad de decisión sobre vacunar o no a los niños de sarampión, rubeola y parotiditis, tres enfermedades que se combaten con una única vacuna, conocida como triple vírica.

La cantidad de padres que así lo piensan ha crecido notablemente desde 2019 (es decir, justo antes de la pandemia), cuando solo un 23% opinaba de esa manera. También ha crecido el porcentaje sobre el total de adultos: del 16% al 28%.

La vacuna triple vírica es el paradigma de la desinformación de los círculos antivacunas: siguen acusándola de estar relacionada con el autismo a pesar de que el estudio en que se basan ha sido desmontado varias veces, está retractado desde 2010 y han salido a la luz los vínculos del autor principal, Andrew Wakefield, con abogados que habían planteado pleitos contra dicha vacuna.

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Más allá de los bulos, la vicepresidenta senior de la Kaiser Family Foundation, citada por The Washington Post, reconocía que el sentimiento público contra la obligación de vacunar ha crecido significativamente desde la pandemia.

Esta desconfianza también ha sido impulsada por autoridades públicas. La última de ellas ha sido el gobernador de Florida, Ron DeSantis, anunciado, hace escasos 15 días, que elevará al Tribunal Supremo una petición para investigar "todas y cada una de las malas praxis" con las vacunas contra la Covid. La revista médica The BMJ le acusa de que su intención no es tanto esclarecer la verdad como impulsar su figura como potencial candidato republicano a la Casa Blanca en 2024.

El sarampión no es la única enfermedad prevenible con vacunas que ha aparecido en los últimos meses. En verano se detectó en Nueva York un caso de parálisis por poliomielitis, una enfermedad que había sido erradicada en Estados Unidos décadas atrás. Un poco antes, en marzo, el estado de Carolina del Sur había vivido dos brotes de varicela, enfermedad que, pasada en la infancia, no reviste gravedad, pero que en la vida adulta sucede todo lo contrario.

Europa y las vacunas

Mientras tanto, a este lado del charco la confianza en las vacunas mantiene alejadas estas infecciones (a pesar de que se detectó el virus de la polio en aguas residuales de Londres hace unos meses). Según el último informe bienal de la Comisión Europea, la percepción de que son seguras y efectivas se mantiene alta, aunque menor que en informes anteriores.

Así, el 82,3% opina que son seguras, cuando hace dos años era el 87%. No obstante, es un porcentaje cuatro décimas mayor que en 2018. Ha disminuido más la percepción de que son eficaces: un 85,6% frente al 89,7% de 2020 y el 87,2% de 2018. La confianza en la triple vírica se mantiene, mientras que aumenta la de la gripe y disminuye la del papiloma humano.

En este barómetro, España es el segundo país con mayor aprecio a las vacunas de Europa, tras Portugal: el 90% opina que son seguras, sin cambios desde 2020. Pese a ello, solo poco más de la mitad de la población tiene una dosis de refuerzo de la vacuna Covid, y solo el 54,9% de los mayores de 60 se ha inoculado el segundo refuerzo con las vacunas adaptadas.

Los datos europeos son buenos si tenemos en cuenta cómo ha aumentado la suspicacia en Estados Unidos. Sin embargo, la Asociación Española de Vacunología advierte que se ha abierto una brecha en la confianza en las vacunas entre los distintos grupos de edad, con los mayores respaldándolas cada vez más y los jóvenes mostrándose más desconfiados.