Por una vez, el foco se centró en Araceli Hidalgo. Sólo tuvo que esperar 96 años. De cría, pronto tuvo que dejar el colegio y echar una mano en casa, donde eran multitud. Luego, cuando se casó y tuvo dos hijos, Araceli siempre se dedicó al cuidado de ellos porque su marido, ebanista, trabajaba fuera de casa. Años después, cuando su esposo sufrió un ictus, ya de anciano, se dedicó a cuidar de él. Sin embargo, el domingo pasado esta mujer se convirtió en la primera persona en España en recibir la vacuna que protege de la Covid-19, y los micrófonos y las cámaras de televisión se centraron en ella. Su nombre quedó grabado en la historia de este país. Con él se empezó a escribir los últimos renglones de una pandemia que dura demasiado. 

“¿Un poquito de picor?”, le preguntó a Araceli la enfermera de la residencia Los Olmos, en Guadalajara, mientras le inoculaba la vacuna en su brazo izquierdo. “Un poquitillo”, respondió ella con un deje andaluz que aún arrastra de su niñez, cuando corría con sus 11 hermanos por el barrio de las casas cueva de Guadix (Granada), donde nació y se crió.

Desde que recibió la vacuna, Araceli está contenta y agradecida, cuenta su hijo, José Rodríguez. “Agradecísima, diría yo, porque ella estaba deseando”, apostilla durante una conversación telefónica que mantiene con EL ESPAÑOL la mañana de este martes, 48 horas después de que vacunasen a su madre.

“No ha notado nada, ni una sola décima de fiebre. El lunes, después de todo el jaleo, la llamé pasadas las 10 de la mañana. Lo suelo hacer antes, pero pensé que igual estaba cansada del día anterior”, explica José. “Mi sorpresa fue al poner la televisión. ¡Estaba hablando con el Page [Emiliano García-Page, presidente de Castilla-La Mancha]! Igual la vacuna la ha rejuvenecido”, bromea el hijo de Araceli con el periodista.

Araceli Hidalgo, el pasado domingo, en el momento de recibir la vacuna. EFE

Una casa cueva con huerto

Araceli Hidalgo nació en 1924, al inicio de la Dictadura de Primo de Rivera. Sus padres, Pedro y Carmen, tuvieron 12 hijos, aunque su madre se quedó embarazada hasta en 22 ocasiones. Hoy sólo viven tres de ellos. Ella, a sus 96 años, es la mayor. Sólo una hermana sigue residiendo en Guadix.

En aquella España previa a la República y a la posterior Guerra Civil no era sencilla la vida para una familia tan numerosa. El padre de Araceli y su madre se esforzaron en sacar adelante a sus vástagos. Vivían en una casa cueva en Guadix que, frente a ella, tenía un huerto que les proveía de todo lo necesario para no pasar hambre: patatas, lechugas, cebollas, tomates, pimientos, gallinas, conejos… Junto a él había un pequeño taller con un torno para confeccionar sillas de enea, las cuales luego su padre vendía a particulares y a tiendas de muebles. 

Como solía suceder antaño en muchos pueblos andaluces -una tradición que aún hoy persiste en algunas localidades-, a las familias se les conocía por el apodo. A la de Araceli la llamaban los moruzos.

“No me preguntes por qué, porque no sé de dónde viene el mote ni en qué generación de mi familia empezó. Pero en el pueblo mi madre era Araceli la moruza”, explica su hijo pequeño, José, con 67 años, jubilado también. Moruza quiere decir de pelo ensortijado, crespo, lo que casa con el cabello de la protagonista.

Araceli sólo pudo estudiar la educación básica primaria. Aprendió a leer, a escribir y a hacer cuentas, pero pronto tuvo que dejar el colegio. En una casa con tantas bocas que alimentar faltaban las manos y sobraban libros.

“Ella siempre recuerda las Navidades como una época muy bonita. Varios de sus hermanos sabían tocar instrumentos musicales. La guitarra, el tambor... Por estas fechas solían hacer fiestas en la casa cueva en la que vivían. Mi madre todavía las guarda en su memoria con mucho cariño”, relata su hijo.

Guadix-Tánger-Madrid

A los 20 años, Araceli se casó con Antonio Rodríguez, su novio de siempre. El chico, también de Guadix, era ebanista y levantó su propia empresa de muebles. Con 25 tuvo a su hija, María Carmen. Cuatro años después nació José. Era finales de la década de los 40 del siglo pasado. Franco ya se había aupado al poder tras el golpe de estado. Era la España de la posguerra, un país gris y con hambre.

Con José siendo un bebé de pocos meses -todavía no tenía ni un año-, Antonio y Araceli hicieron las maletas y se mudaron a Tánger (Marruecos). Era la época del protectorado. Allí, Antonio abrió un nuevo taller de ebanistería. Mientras él trabajaba en la calle, su mujer se dedicaba a la crianza de los niños y a las labores de la casa. Estuvieron en la ciudad norteafricana ocho años. Luego, volvieron a cruzar el Estrecho. 

Araceli junto a su marido, Antonio Rodríguez, y sus dos hijos, durante su etapa en Tánger (Marruecos). Cedida por la familia

Ya en la península, de nuevo se instalaron en Guadix, aunque más tarde se mudaron a Puertollano (Ciudad Real), donde estuvieron dos años. En 1973, en un país que por entonces ya atisbaba el final de la dictadura, la familia se trasladó a Madrid. Allí, el padre de Araceli trabajó vendiendo pisos para una inmobiliaria. 

A principios de los 90, Antonio, el marido de Araceli, sufrió un ictus. El matrimonio se instaló en Azuqueca de Henares, en Guadalajara, donde había comprado un piso y sus hijos tenían unas parcelas de tierra. “Los cuidados de mi padre la desgastaron mucho. Ella sola no podía atenderlo. Nos pidió ayuda”, recuerda su hijo. 

Araceli y Antonio ingresaron en la residencia Los Olmos. Estuvieron juntos hasta 2004, cuando él falleció. Araceli, que ya se había hecho a la vida allí, decidió quedarse tras la muerte de su marido.

"Mi madre fue un misterio para mi hermana y para mí hasta que murió mi padre. Hasta esa fecha sólo se había dedicado a cuidarnos a nosotros y a él. Desde entonces ha aprendido a usar el móvil y a tener su propia cuenta bancaria”. 

Voluntaria

Hoy, Araceli roza el siglo de edad con una salud robusta, salvo por la artrosis que sufre en los huesos, lo que le impide caminar con agilidad. “Su cuerpo tiene el desgaste de la edad, pero nada más. Viene de una familia con miembros muy longevos. Su padre también murió superados los 90 años”.

En Guadix (Granada), a la mujer la conocían como Araceli 'la moruza'. Cedida por la familia

El pasado 24 de diciembre, los hijos de Araceli fueron a la residencia en la que está su madre para entregarle los regalos de Navidad. Tuvieron que hacerlo sin entrar en contacto con ella para evitar riesgos de contagio. Al llegar, José y María del Carmen se enteraron de que su madre se había presentado voluntariamente para vacunarse.

Tres días después, la mujer recibió otro regalo en forma de vacuna. La primera que se suministraba en España. La que le va a salvar la vida. La suya y la de todo un país.

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