Vecinos de San Pedro de Paredela ayudan en las labores de extinción.

Vecinos de San Pedro de Paredela ayudan en las labores de extinción. Ana F. Barredo EFE

Medio ambiente Conservación

Los científicos que llegan cuando el fuego se apaga

Los investigadores visitan los terrenos afectados por los incendios, predicen su recuperación y determinan posibles actuaciones.

14 septiembre, 2016 00:38

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El pasado domingo 11 de septiembre, los Bomberos de Alicante dieron por controlado el incendio de Jávea después de que ardieran más de 800 hectáreas, principalmente en el Parque Natural de La Granadella. Aquí y en muchos otros lugares que este verano han sucumbido a las llamas, quienes tienen la responsabilidad de apagar el fuego y los reporteros que lo han contado se irán retirando paulatinamente del desolado paraje, cubierto, hasta hace muy poco, de matorral mediterráneo.

Ahora sin embargo comienza el trabajo para Ramón Vallejo Calzada, profesor de Fisiología Vegetal de la Universidad de Barcelona, y su equipo. Desde hace años trabaja para la Generalitat Valenciana, pisa el terreno quemado y evalúa la situación. En apenas dos semanas, y gracias a la experiencia de décadas de investigación, emitirá un diagnóstico y una serie de recomendaciones sobre la mejor forma de afrontar la recuperación del entorno natural de Jávea.

"Tenemos que entender cuál es la capacidad de regeneración de la zona en función de qué pasaría si no hiciéramos nada", señala el experto en declaraciones a EL ESPAÑOL. De entrada hay que tener en cuenta un hecho que parece ir en contra de la intuición de los profanos en la materia, pero que los biólogos conocen muy bien: "La vegetación mediterránea está muy bien adaptada al fuego después de millones de años de evolución". Aunque el ser humano sea el principal responsable de la mayoría de los incendios que saltan cada verano a las noticias, el fuego también es un fenómeno natural al que las plantas siempre han tenido que hacer frente con respuestas muy variadas.

En el caso de las encinas, se queman las hojas y las ramas más finas, pero hay una parte que no muere. El árbol es capaz de rebrotar, "crece desde abajo aunque tenga que ser desde la raíz y la cepa". El ejemplo más paradigmático de este tipo de adaptación al fuego es el del alcornoque, de cuyo tronco sólo se quema la corteza, que sirve para extraer corcho.

Otras especies han desarrollado estrategias diferentes. El pino carrasco queda mucho más afectado por el fuego y es incapaz de rebrotar, muere como árbol individual, pero a cambio tiene una extraordinaria capacidad para dispersas sus piñones, las semillas de las que rápidamente saldrán nuevas plantas hasta el punto de que, si no se interviene, su densidad puede llegar a ser excesiva.

Sin embargo, otras plantas muy abundantes en la geografía española no han desarrollado ninguna de estas habilidades frente al fuego. Es el caso de la sabina, muy presente tanto en las regiones mediterráneas como en buena parte de la Meseta.

En cualquier caso, "muchas veces los incendios no son perjudiciales para la biodiversidad", afirma Juli Pausas, científico del Centro de Investigación sobre Desertificación (CIDE, centro mixto del CSIC, la Universidad de Valencia y la Generalitat), otro de los grandes expertos en el estudio de los fuegos en el área mediterránea. El principal problema es que afecten a una misma zona en repetidas ocasiones y en periodos de tiempo demasiado cortos, lo que suele suceder por mano del hombre.

Si no es así, un incendio aislado puede incluso favorecer el desarrollo de algunas especies, sirviendo en cierto modo de limpieza, puesto que a ciertas plantas les llegará más luz y tendrán más nutrientes disponibles ante la ausencia de competidores. En definitiva, en el mundo vegetal se establece una lucha por la supervivencia similar a la del mundo animal, "como el león que se come a la gacela", y los incendios siempre han tenido su rol en este juego.

Para investigadores como Pausas, la naturaleza es su laboratorio, en el que puede comparar las zonas quemadas, las que no lo están y las que han sufrido incendios varias veces. De esta manera, estudian la evolución de la fauna y la flora y analizan los procesos por los que germina o rebrota esta última. Por eso, en función de las características del terreno afectado y del propio incendio, tienen la capacidad de predecir con gran precisión lo que va a suceder y proponen las medidas correspondientes.

Un hombre observa la zona afectada por el incendio de Xunqueira de Ambía.

Un hombre observa la zona afectada por el incendio de Xunqueira de Ambía. Brais Lorenzo EFE

No hay una receta general, pero las alarmas sólo saltan cuando el suelo está en situación de peligro, con riesgo de erosión o de una pérdida grave de fertilidad. Es entonces cuando se plantean actuaciones, que pueden ir desde esparcir ramas de árboles para evitar la erosión hasta repoblar –por supuesto, preferentemente con especies autóctonas-, algo que hoy en día sólo se lleva a cabo en situaciones excepcionales.

Intervenir es más urgente en Galicia

Aunque resulte paradójico, en Galicia, una comunidad con abundantes precipitaciones y, por consiguiente, con una mayor biomasa forestal, el impacto de un fuego generalmente es más grave que en el área mediterránea. Así lo afirma José Antonio Vega, experto del Centro de Investigación Forestal de la Consellería de Medio Rural de la Xunta. "La mayor cantidad de lluvia y la temperatura moderada facilitan una rápida recuperación de la vegetación, pero también desencadenan pérdidas de suelo más importantes que en otras áreas de nuestro país y en un reducido periodo de tiempo tras el incendio", asegura.

Esto exige que después del fuego se lleven a cabo actuaciones paliativas con mayor urgencia que en otras regiones, intervenciones "que sean capaces de soportar una agresividad mayor del clima, principalmente debido a los aumentos de escorrentía que se originan".

La oleada de incendios de 2006 "marcó un punto de inflexión en la concienciación ambiental de la sociedad gallega, que comprendió la necesidad de actuar con urgencia tras los incendios forestales para reducir sus impactos negativos".

Por eso su trabajo es intenso en estos días, recopilando una considerable cantidad de datos sobre parámetros del suelo, vegetación y relieve del terreno, tanto desde tierra como utilizando sensores remotos instalados en satélites. "Usamos también información climática y de modelos hidrológicos y de erosión, entre otros, para evaluar los riesgos y proponer medidas paliativas", señala.

Sus informes no sólo tienen en cuenta la recuperación de los bosques afectados, sino otros aspectos sociales, económicos y medioambientales, como el posible riesgo a las poblaciones cercanas por aumento de las avenidas de agua y otros daños que interfieran en la calidad del agua, los recursos piscícolas, infraestructuras e instalaciones diversas.

La presión social y política

"Tenemos la tendencia a pensar que tras un incendio siempre hay que intervenir y eso no es verdad, aunque tampoco es cierto que nunca haya que hacer nada", comenta Ramón Vallejo. En general, las decisiones se basan cada vez en mayor medida en criterios científicos, pero en su opinión los políticos tienen cierta tendencia al intervencionismo. "La percepción social es que el bosque se ha perdido para siempre, así que hay cierta presión para hacer algo y a veces se sobreactúa", denuncia.

Los adjetivos que acompañan a un incendio siempre tienen que ver con la catástrofe y la destrucción. "Hablar de que algo está calcinado significa que se ha reducido completamente a ceniza y eso no ocurre nunca en un incendio forestal", apunta.

Para los expertos un bosque quemado sigue teniendo mucha vida. El problema es que su aspecto no tiene nada que ver que con el anterior al incendio y en muchos casos seguirá sin tenerlo aunque pasen 20 años.