La exploración de la tumba de Tutankamon, coloreada.

La exploración de la tumba de Tutankamon, coloreada. Reuters

Ciencia

Un hongo letal que mató a diez arqueólogos en una antigua tumba, nueva esperanza de terapia contra el cáncer

El Aspergillus flavus, que se identificó en los 70 en una tragedia arqueológica, está relacionado con el mito de la 'maldición de Tutankamón'.

Más información: El 'detective de huesos' granadino halla el primer cáncer de mama de la Historia

Publicada

A veces, lo que parecía una leyenda maldita puede terminar siendo una promesa de vida. Diez científicos murieron en los años 70 tras abrir la tumba del rey Casimiro IV en Polonia, y durante años se habló de una maldición similar a la que rodeó la apertura del sepulcro de Tutankamón en los años 20.

La causa, según los investigadores, no fue ninguna fuerza sobrenatural, sino un hongo tóxico: Aspergillus flavus. Lo que nadie imaginaba entonces es que ese mismo hongo, culpable de tantas muertes, podría convertirse ahora en una poderosa herramienta para tratar el cáncer, en concreto, la leucemia.

El hallazgo lo firma un equipo de científicos cuyo trabajo acaba de publicarse en la revista Nature Chemical Biology. Tras aislar varios compuestos del hongo, descubrieron que algunos de ellos —llamados RiPPs, por sus siglas en inglés— tenían una estructura única basada en anillos interconectados.

Esta configuración parece tener la capacidad de sabotear la división celular, un mecanismo clave en la proliferación del cáncer. Es decir, podrían servir para matar células cancerosas que se reproducen sin control, como ocurre en la leucemia.

Este sabotaje ocurre por la interferencia en la formación de microtúbulos, estructuras esenciales dentro de la célula que se encargan de distribuir el material genético durante la reproducción celular. Según explicó en un comunicado la doctora Sherry Gao, autora principal del estudio, al bloquear los microtúbulos se impide que las células se dividan correctamente, desencadenando su muerte.

Este mecanismo no es nuevo en oncología: otros fármacos aprobados como la vincristina o el paclitaxel actúan de forma similar. Sin embargo, los asperigimicinas representan una nueva clase de compuestos naturales que podrían añadir diversidad a nuestro arsenal terapéutico.

Lo más sorprendente fue que una de las variantes del compuesto, al modificarla ligeramente con un lípido, consiguió resultados muy parecidos a dos medicamentos clásicos usados en leucemia: la citarabina y la daunorrubicina. Pero lo más interesante es que esta eficacia se logró tras modificar ligeramente la molécula original, añadiendo un lípido que facilitó su absorción celular.

Es un avance que, aunque preliminar, despierta esperanzas reales. José Larios, hematólogo del Karmanos Cancer Institute de Detroit, lo celebra con cautela: "Es emocionante encontrar una nueva sustancia con potencial citotóxico, pero todavía queda mucho camino". Se estima que solo uno de cada diez fármacos que alcanzan la fase II de ensayos clínicos acaba siendo aprobado por la FDA.

Como ocurre con cualquier nuevo tratamiento, este compuesto derivado del hongo tendrá que pasar por muchas pruebas antes de llegar a los pacientes. Primero se testará en laboratorio y en modelos animales. Si todo va bien, vendrán los ensayos clínicos en humanos, divididos en varias fases, para garantizar tanto su eficacia como su seguridad. El proceso puede llevar más de una década.

De 'maldición mortal' a cura

La historia de Aspergillus flavus nos recuerda también algo que la ciencia conoce bien: los hongos, aunque a veces letales, son una mina para el desarrollo de fármacos. Desde la penicilina de Fleming hasta las estatinas para el colesterol o ciertos inmunosupresores, muchos medicamentos fundamentales nacieron del estudio de mohos y esporas.

Eso sí, tal como advierte el oncólogo Larry Norton del Memorial Sloan Kettering Cancer Center, extraer principios activos de un hongo no es fácil ni barato. Si el compuesto necesita producirse a partir del hongo en grandes cantidades, habrá que encontrar una forma de sintetizarlo artificialmente para hacerlo viable a nivel industrial.

Es decir, no bastará con cultivarlo en laboratorio: habrá que recrearlo químicamente. Esta fase es crucial para garantizar que el tratamiento pueda fabricarse en grandes cantidades, con la pureza y estabilidad que exige la medicina moderna.

Otro reto es la especificidad del tratamiento. Según los experimentos iniciales, los asperigimicinas fueron eficaces contra células de leucemia, pero no mostraron resultados alentadores frente a otros tipos de cáncer como los de mama, pulmón o hígado. A menudo, en oncología, la precisión lo es todo: lo que funciona contra un tipo de tumor puede ser inútil —o incluso dañino— contra otro.

Este hallazgo cobra aún más relevancia si se considera la capacidad de las células tumorales para desarrollar resistencia a los tratamientos actuales. La leucemia, en particular, es una enfermedad donde los fallos terapéuticos y las recaídas son frecuentes debido a la elevada tasa de mutación de las células malignas, es decir, por su capacidad para adaptarse y resistir a los tratamientos actuales.

El hecho de que este hongo se encuentre en contextos tan extremos —como tumbas cerradas durante siglos— añade una dimensión casi poética a su transformación en medicina. Aunque todavía estemos lejos de ver a los asperigimicinas convertidas en un fármaco comercial, el descubrimiento ya ha abierto una puerta que vale la pena seguir explorando.