En las salas de cine suceden cosas que no vemos.

En las salas de cine suceden cosas que no vemos. Tim P. Whitby Getty Images

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Así huelen el terror, la intriga y la comedia

Un estudio descubre que las películas de cine son capaces de cambiar la composición química de nuestra respiración, una posible pista en la búsqueda de las ansiadas feromonas humanas.

13 junio, 2016 02:21

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Una persona huele una bola de algodón que otra ha llevado bajo la axila mientras veía una película de terror. Esto tiene un nombre, y no es fetichismo, sino ciencia. "No entiendo por qué la axila, pero durante mucho tiempo todo el mundo se ha centrado en la axila", comenta a EL ESPAÑOL Jonathan Williams, investigador del Instituto Max Planck de Química en Mainz (Alemania); "cuando tenemos un sistema mucho mejor para enviar señales: la boca".

Los humanos somos sobre todo una especie vidente y parlante. Hoy más que nunca somos seres audiovisuales, o al menos eso tendemos a creer. Pero hay todo un mundo ahí fuera. Sólo hemos empezado a comprender cómo otras innumerables especies consiguen comunicarse eficazmente sin palabras.

Las abejas explican la ubicación de lugares de interés a través de su danza. El pasado marzo, un estudio revelaba que las antenas de las hormigas no sólo sirven como receptores de comunicaciones, sino también como emisores, gracias a un tipo de compuestos químicos que identifican a qué colonia pertenece cada insecto y que otros son capaces de leer; como una especie de pase de seguridad del hormiguero.

El poder del olfato

La de las hormigas es una señal química, y éste es probablemente el sistema de comunicación más extendido en la naturaleza, desde las bacterias a los organismos más complejos. ¿Y nosotros? A pesar de lo que suele creerse, los humanos tenemos un fino olfato capaz de detectar hasta un billón de olores distintos, según un estudio reciente. Y las indagaciones sobre el olfato no dejan de sorprendernos: en los últimos años se ha descubierto que poseemos receptores de olores en tejidos muy diversos, desde el riñón a los testículos, y que estas minúsculas narices repartidas por nuestro organismo pueden ser esenciales en el funcionamiento de numerosos órganos.

Y a pesar de todo, se diría que los humanos no somos especialistas naturales en comunicación química. O por lo menos, no al mismo nivel que otras muchas especies en las cuales se ha demostrado ampliamente la existencia de un mecanismo concreto: la palabra mágica es "feromonas", sustancias volátiles que provocan una respuesta determinada en otros miembros de la misma especie. Mágica, porque se ha convertido en una especie de santo grial para toda una industria cosmética, química y farmacéutica. Quien lograra crear una fragancia capaz de inducir conductas o emociones en otras personas, como deseo sexual, confianza o sumisión, tendría en sus manos la llave de un negocio multimillonario.

Pero desengáñense: a pesar de las innumerables proclamas publicitarias que circulan por ahí, lo cierto es que la ciencia aún no ha demostrado fehacientemente la existencia de feromonas humanas. "Aún no hay pruebas sólidas, lo cual no quiere decir que no existan", señala Williams. De hecho, hay indicios sugerentes de que nuestra comunicación química es posiblemente mucho más sofisticada de lo que hemos creído hasta ahora. Un ejemplo: la leche materna contiene señales químicas que podrían servir al recién nacido para localizar dónde está la cantina. Otro estudio sorprendente descubrió que el olor de las lágrimas de las mujeres reduce el nivel de testosterona en los hombres.

El pasado año, Williams asistió a un congreso científico sobre respiración, un campo un tanto ajeno para un químico atmosférico como él. Pero acudió con un propósito muy concreto: informarse sobre marcadores químicos emitidos por la respiración. Allí aprendió que dos de las sustancias más típicas en el aliento humano son el isopreno y la acetona. "Lo cual me hizo muy feliz, porque estoy muy familiarizado con ellos, ya que son muy importantes en la selva amazónica, donde solemos medir".

Intriga química

Williams tenía una idea, bastante alejada de su terreno habitual de la composición química de la atmósfera: quería ir más allá del algodón en la axila. Así que, sin contar siquiera con financiación específica para ello, se propuso analizar qué había en el aire que salía por el sistema de ventilación del cine mientras los espectadores veían la película. Es decir, qué tipo de señales químicas, en caso de haberlas, estaba emitiendo la audiencia; un total de 9.500 personas repartidas en 108 sesiones de 16 películas de varios géneros, desde Lluvia de albóndigas 2 a Paranormal activity 6, y desde El hobbit: la desolación de Smaug hasta Machete kills.

Los resultados se han publicado en la revista Scientific Reports. Williams y sus colaboradores detectaron innumerables compuestos en el ambiente del cine, pero centraron su estudio en tres: dióxido de carbono (CO2), isopreno y acetona. Estas sustancias van aumentando su presencia en el aire a lo largo de la película, pero mientras que el sistema de ventilación de la sala funciona de forma constante, en las concentraciones de estos compuestos aparecen picos. Y éstos se corresponden precisamente con momentos concretos de las películas. Así, los investigadores descubren que las secuencias etiquetadas como "suspense" o "comedia" son las que producen señales químicas más claras en la respiración de los espectadores.

¿Señales que recibimos inconscientemente, y que en tiempos ancestrales habrían servido para alertar a la tribu de un peligro o, al contrario, transmitir tranquilidad? En otras palabras: ¿feromonas? Williams no arriesga: "Yo tengo que hacer de científico aburrido y decir que no estamos haciendo ninguna proclama sobre feromonas", bromea. "Las señales están ahí. Pero ¿son estas señales percibidas?", se pregunta. "Cuando abrimos una botella de isopreno o acetona notamos su olor, pero ¿sería posible que existiera un umbral por encima del cual los detectáramos incluso sin darnos cuenta?".

Lo que Williams sí tiene claro es que su método es el adecuado para responder a todas estas preguntas. Saber si captamos estas señales y si nuestro organismo reacciona ante ellas sin que seamos conscientes será el siguiente paso. Y después, tal vez incluso las aplicaciones de estos estudios al cine o la publicidad: ¿qué anunciante no desearía tener en su poder la clave para provocar una reacción bioquímica en la audiencia? Williams ya planea próximos estudios, para los cuales buscará aliarse con psicólogos y otros especialistas: "Gente acostumbrada a trabajar con gente; ¡nosotros nos sentimos mucho más cómodos volando en avión sobre la selva amazónica!".