Inés Luengo, con algunas de sus cabras en Sayago

Inés Luengo, con algunas de sus cabras en Sayago Cedida a EL ESPAÑOL Noticiascyl

Zamora

Inés, una de las últimas cabreras de Zamora: "A veces me pagan la leche a 70 céntimos, se la estoy regalando"

Sus cabras pertenecen a una raza en peligro de extinción. Un poco como ella, puesto que es la única cabrera que queda en los Arribes del Duero.

Más información: La ganadería ovina en Zamora se apaga: sin jóvenes, sin relevo y con la raza castellana en peligro de desaparecer

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Inés Luengo, de 40 años, es hoy la última cabrera de los Arribes del Duero y casi la única de Zamora dedicada exclusivamente al cuidado de cabras. Curiosamente, su rebaño está formado por animales pertenecientes a la raza de las Mesetas, una especie en extinción. Más o menos como ella.

Así que no es de extrañar que sus vecinos le dijeran que estaba "como una cabra" cuando dejó su trabajo en el albergue de peregrinos de Fariza, para hacerse cargo de un rebaño de 80 animales del que no sabía absolutamente nada.

La oportunidad surgió en 2018 cuando un ganadero de Badilla iba a llevar sus cabras al matadero porque quería dejar el negocio y jubilarse. Quiso el destino que un profesor de la Universidad Laboral de Valladolid visitara Fariza y explicara a Inés la situación del rebaño.

Animada por la experiencia familiar de su pareja hicieron que Inés se animara a intentarlo. Aunque nunca había cuidado cabras, decidió aceptar el reto. Los trámites burocráticos y las visitas veterinarias tardaron casi un año, pero finalmente pudo comenzar.

El primer desafío fue físico y logístico: trasladar ochenta cabras desde Badilla a Fariza a pie. Los animales eran salvajes y apenas confiaban en las personas. "Solo conocían a su anterior dueño, así que íbamos todos los días para que no nos tuvieran miedo", recuerda.

Con paciencia, las cabras se adaptaron a su nueva cuidadora y hoy el rebaño ha crecido hasta 200 ejemplares. Todo un logro en siete años de durísimo y sacrificado trabajo diario. Pues las cabras no entienden de vacaciones, bajas o descansos. Mantenerlas requiere jornadas largas y constantes cuidados.

Precios injustos

Otra de las problemáticas de su labor es el pago por su producción. La leche que producen se paga a precios muy bajos, mucho menores que los de mercado.

Inés explica que el precio depende del extracto quesero y la estación: en primavera, cuando hay más verde, el extracto es menor y la leche puede pagarse a 70 o 60 céntimos el litro, mientras que en otras épocas puede llegar a 90 céntimos.

"Se la estoy regalando", explica la sayaguesa, aunque no le queda otro remedio que aceptar los precios de los intermediarios. Algo que Inés considera muy injusto, teniendo en cuenta el gran éxito del que gozan los productos provenientes de la leche de cabra.

Inés Luengo, su perro y algunas de sus cabras en Sayago

Inés Luengo, su perro y algunas de sus cabras en Sayago Cedida a EL ESPAÑOL Noticiascyl

Además, la ganadera defiende que sus animales se alimentan en exclusiva de los pastos sayagueses, sin piensos ni estabulados, por lo que la calidad de su leche es absolutamente natural y ecológica.

Y eso se extiende a su propio entorno, en el que está haciendo una labor vital para la protección del medioambiente de Fariza y alrededores. Sus cabras limpian los montes, controlan la vegetación y ayudan a prevenir incendios.

"Desde que empecé aquí, que no había cabras, y la zona que recorro es la ribera contra Portugal, el monte estaba cada vez peor. Se nota por donde andan las cabras", explica. Es decir, que esta ganadera está realizando con sus animales cortafuegos naturales, contribuyendo a la protección contra incendios de su pueblo.

Unos animales muy peculiares

Las cabras no son animales dóciles y tienen una personalidad muy peculiar. Inés explica que controlarlas es muy complicado y para su vigilancia diaria, utiliza collares GPS en diez cabras dominantes para controlar dónde están.

"Te dice cada dos segundos dónde está cada cabra porque, si no, te aparecen en cualquier lado en un momento", explica.

Inés Luengo, en el exterior de su nave con sus cabras

Inés Luengo, en el exterior de su nave con sus cabras Cedida a EL ESPAÑOL Noticiascyl

La cabra dominante recibe señales de pitido o una leve corriente eléctrica si se aleja demasiado, lo que permite mantener al grupo unido y seguro, dentro de las zonas de pasto donde trabaja Inés.

También es esencial proteger a sus animales del temido lobo, que ha causado no pocos disgustos en la comarca de Sayago. Por eso, Inés deja a los animales en el monte de día, pero por la noche vuelven a su nave para evitar ataques.

La actividad es constante: ordeños, cuidado de los chivos, recorridos diarios y alimentación. Y así todos los días. "Es un trabajo de casi 24 horas, te tiene que gustar mucho", añade.

Los horarios son intensos. Inés se levanta al amanecer y organiza la salida y el retorno del rebaño, ajustando la rutina según la luz y la temperatura. Incluso durante los veranos más calurosos, saca a las cabras temprano y las devuelve a casa para que tengan sombra y alimento.

Las vacaciones son prácticamente inexistentes, y la vida familiar debe conciliarse con la ganadería. Un ejemplo de esto es su hija, ahora en el instituto, la cual también depende de su planificación para trasladarse diariamente al centro de Bermillo de Sayago.

El relevo generacional

Ella admira lo que hace su madre y le gusta el oficio, pero Inés le ha pedido que estudie y que baraje otras opciones. "Si luego lo que le gusta es esto, siempre va a tener la opción abierta", detalla.

Precisamente, el relevo generacional es otro de los grandes males de la ganadería en la provincia de Zamora.

Inés Luengo sentada con algunas de sus cabras

Inés Luengo sentada con algunas de sus cabras Cedida a EL ESPAÑOL Noticiascyl

Inés es consciente de que muy pocos jóvenes se sienten atraídos por la ganadería extensiva en Zamora. Ella ve "imposible" empezar de cero en un oficio tradicional como este, que exige conocimientos que no se aprenden de la noche a la mañana, una inversión económica importante y una paciencia infinita frente a la burocracia.

Inés se queja de que todas administraciones que deben ampararlos exigen trámites sin fin. Registro de animales, control de nacimientos y muertes, informes veterinarios y hasta las solicitudes de ayudas. Todo debe documentarse al detalle.

Inés pone como ejemplo que "si se te muere una cabra, son cinco papeles y si quieres empezar, primero pagas todo de tu bolsillo y a los cinco años te dan el dinero".

Esta combinación de exigencias administrativas y la necesidad de invertir antes de recibir cualquier compensación convierte el inicio de una explotación en un reto casi titánico, especialmente para quienes no cuentan con experiencia previa ni recursos familiares.

Para ella, estos obstáculos no solo dificultan la supervivencia económica de la explotación, sino que también desincentivan a las nuevas generaciones de ganaderos, acelerando la pérdida de un conocimiento tradicional que se transmite de generación en generación.