Ángel Fernández Benéitez y Francisco Somoza

Ángel Fernández Benéitez y Francisco Somoza JL Leal ICAL

Zamora

Ángel Fernández Benéitez: “Nadie que se dedique a escribir poesía puede pretender ser una celebridad”

El poeta junto al arquitecto Francisco Somoza presentan el libro ‘Cuatro estaciones’, con más de un centenar de poemas y de acuarelas

16 abril, 2022 14:07
Juanma de Saá / ICAL. - El poeta Ángel Fernández (Zamora, 1955) recibe en su casa al arquitecto y pintor Francisco Somoza (Puebla de Sanabria, Zamora, 1952), con quien ha elaborado una obra muy especial, sin más causa ni justificación que el mero deseo de hacerla y sin necesidad de coherencia temática ni temporal. Es el arte de quien quiere y quien puede.

Más de cien poemas no tienen por qué corresponderse con otras tantas acuarelas, de manera que no hay que buscar tres pies al gato. Se trata de una obra conjunta, editada primorosamente por Joaquín Gallego, de dos amigos con talento y sensibilidades afines que ocupará un lugar destacado en cualquier biblioteca. Porque sí.

Desde el barrio de Carrascal, la capital zamorana ofrece una perspectiva diferente. Ni siquiera hay que formular la primera pregunta.

(Ángel Fernández) La ciudad se ve muy bien porque se ve lejos. Es como mejor se puede ver. Cuando estoy dentro de la ciudad, se me produce una especie de malestar tremendo.

(Francisco Somoza) Yo creo que todas las ciudades son mucho más bonitas de lejos que de cerca.

(A. F.) Lo malo es que, por ejemplo, Madrid no la puedes ver de lejos.

(F. S.) Ni Valladolid. No tiene visión lejana.

(A. F.) No me interesan ni Valladolid ni Madrid lo más mínimo. Y, en el libro, tampoco me interesa Zamora, aunque hay quien me ha dicho que ‘vaya libro zamoranista’. Yo le dije que creo que no lo ha leído con atención. Es verdad que los temas los imponen las acuarelas de Paco Somoza, que son bastante zamoranas o de la naturaleza pero ya me encargo yo de poner un punto de distancia respecto a la ciudad.

¿Cómo se gestó este libro?

(F. S.) Tuvimos un proyecto que no cuajó y que consistía en hacer un libro de miradas paralelas: la mirada poética de Ángel y la de mis acuarelas. El proyecto no se hizo pero no quiere decir que algún día no salga. Tenemos material.

(A. F.) No me pongas nervioso. Yo no puedo ponerme nervioso porque luego tengo que tomar tranquilizantes. Tanto tranquilizante, aunque sea recetado, acaba tocando la cabeza. Yo soy un drogadicto de receta médica por requerimiento facultativo.

Lo tradicional ¿no es que concuerden los poemas con las imágenes, en este caso, las acuarelas?

(A. F.) Aquí no tienen por qué tener correlación. Contra lo corriente, que es que un pintor haga las ilustraciones de un texto, aquí ocurrió lo contrario: el pintor había hecho sus acuarelas y el otro, o sea, yo, adosé un poema.

(F. S.) Pero hay un punto anterior en el que existe una coincidencia divergente de miradas, aunque no parezca muy lógico, cuando dos personas, en un momento determinado, coinciden en lo que miran. Aquí, es Zamora en su vertiente más universal porque hay una parte de Zamora compatible con otros paisajes, sensaciones, luces de las estaciones… Las acuarelas de este territorio tienen esa coincidencia con los poemas de Ángel, que también tienen carácter universal. El mundo no es tan distinto como nos parece.

Entonces, no se le ha podido poner un título más internacional al libro…

(A. F.) Pues sí. Yo tenía en mi archivo ‘Las cuatro estaciones’ y no sé si fue Paco o el editor quien le quitó el artículo. Fue afortunado. Ahora, no sé si son las cuatro estaciones del año solar o las cuatro estaciones de la vida de un hombre. Más bien, lo segundo. Son las cuatro edades del hombre.

(F. S.) Es una referencia bastante profunda. Hablar de los poemas con calificativos tan rimbombantes, probablemente, nos aleje de la sencillez con la que Ángel escribe.

(A. F.) Cuando me enseñó Paco las acuarelas, que fue en una cafetería, un poco a la zorrona, pensando que ya tenía los poemas para adosarlos, dije que podíamos hacer un apaño. A los dos días, me llegó una caja con cuatro carpetas que reproducían más de cien acuarelas y me di cuenta de que iba a ser tremendo. Pensé que me iba a costar un poema para cada acuarela, dado que mi producción es de maduración lenta, y me vi un poco desbordado. Inmediatamente, rectifiqué y dije que iba a adosar cosas que vinieran a cuento.

Hay unos cuantos poemas ad hoc, ¿no?

(A. F.) Sí. Hay uno del que estoy más orgulloso: ‘La fuente peregrina’. Es una fuente que yo conocí en varios sitios distintos.

¿Se movía?

(A. F.) No. La movían. Cuando vi la acuarela, no tenía un poema sobre una fuente y creí que me iba a tocar bailar. Chocó con mi memoria porque es una fuente que, por fin, han colocado casi donde estuvo y en el mejor sitio en el que puede estar. Mi memoria la recordaba a disposición de los concejales y ayuntamientos diferentes que, de repente, la quitaban de San Martín de Abajo, la ponían en la plaza de la Constitución, la dejaban abandonada y, de repente, la cambian de sitio. La acuarela de Paco me la ofreció en el sitio en el que me habría gustado estar. No la fuente, a mí mismo me habría gustado estar allí.

(F. S.) Sabes que esa fuente la llevé yo allí, ¿no?

(A. F.) Sí, sí. Lo sé, lo sé. Con muy buen criterio. Es el poema en el que he dejado correr esa vena, que tanto se me afea, de la sátira. La mueca satírica y, por eso, lo titulé ‘La fuente peregrina’.

Normalmente, es una horterada pedir al poeta que lea su poema. ¿Podemos hacerlo?

(A. F.) Sí, claro. No me importa leerlo, aunque sea una cursilada. 

(F. S.) Hace poco, me regalaron un libro con algunos poemas de Claudio y es droga de la buena escuchar a Claudio recitar sus poemas.

Muchos poetas recitan fatal sus poemas. Me viene a la memoria Rafael Alberti.

(F. S.) Lo que pasa es que cada uno quiere decir una cosa, como pasa con los dibujos y la arquitectura. A mí me gusta saber qué quiere decir exactamente el poeta, no lo que interpreto yo. 

Y ¿cuando no quieren decir nada?

(F. S.) Pues se les nota, como a todo el mundo. 

(A. F.) Bueno, ¿quieres que lo lea?

Por favor.

(A. F.) ‘La fuente peregrina. ¿Puede peregrinar la fuente? / Hay caprichos del hombre tan absurdos / como hacer a una fuente peregrina. / Pues no es una figura literaria / y puede parecerlo, sin embargo, / la hicieron peregrina los alcaldes. / ¿Habrá encontrado al fin algún reposo? (…) A mí me gusta ser romántica / en un rincón amable. / Y uno, en su delirio, le responde: / Puedes estar tranquila, así pareces. Me sonríe. / Y yo repito: ¡Hermana!, / y suena mi palabra como un eco’. Explico: suena mi palabra como un eco porque hay un poema de Antonio Machado dedicado a una fuente, a la que también llama ‘hermana’. Yo carezco de originalidad y tengo mis fuentes.

Nunca mejor dicho.

(A. F.) Es verdad. (Risas).

Un poeta que lee bien sus poemas.

(F. S.). Claro que los lee bien. Cuando conocí a Ángel fue porque presentaba un libro y recibí una invitación. Había sido tutor del menor de mis hijos, un profesor estupendo que sigue recordando, y fuimos a la presentación. Me encontré con un pedazo de poeta. Le escuché leer un poema y no pude por menos que acercarme a decirle que estaba alucinado. Ir a aquella presentación me reportó ese placer y, después, esta relación.

¿No te produjo rubor acercarte a mostrar tu admiración?

(F. S.) Hace años que lo hago.

(A. F.) Yo me atreví. Era José Saramago. Yo viví en Lanzarote muchos años y, antes de irse él a vivir allí, estábamos en un restaurante donde se comían unas paellas extraordinarias, apareció. Yo acababa de leer un libro suyo y no pude por menos que acercarme. No me hizo sentir en absoluto incómodo. Quizá he sido muy osado en ocasiones. Cuando era un mozo, pensé que iba a hacer la tesis sobre Claudio Rodríguez. Me puse en contacto con él y me recibió en su casa. Seguramente, le decepcioné por mis conocimientos. Al final, no la hice yo pero la hizo Jambrina y, además, muy bien. Yo la habría hecho peor y, sobre todo, muy distinta.

Con esta cercanía, ¿queda la puerta abierta para que la gente se acerque?

(A. F.) No creo. Si yo tengo fama de borde... Además, la cultivo y eso hace que me tengan no solamente miedo razonable, sino también odio. Habría querido que me educaran mal y poder decir lo que me da la gana, pero me educaron bajo las consignas cristiano-judías, que es que tienes que sufrir mucho en esta vida porque luego te va a ir de perlas en el más allá.

(F. S.) Yo también echo mucho de menos la mala educación. Es un ingrediente de la personalidad. El sentimiento de culpa y las buenas composturas son una faena. Hay mucha gente que te quitarías de encima diciendo las cosas claras y también sería mejor para ellos.

¿Este libro es el primero de una serie?

(F. S.) Yo estaría encantado. Hubo una primera intención fallida y, para esta, han coincidido una serie de astros. Un día apareció Joaquín Gallego, un editor de primer nivel y amigo, y le expuse la idea. Joaquín ya conocía a Ángel y dijo que lo iba a hacer. Sacamos mil ejemplares y se venden a buen ritmo, aunque no hemos hecho ninguna presentación. Nos echó una mano la Diputación de Zamora, la Fundación Castilla y León y Caja Rural de Zamora.

(A. F.) Una edición de mil libros de poesía es una tremenda insensatez. Entiendo que ningún editor se comprometiera a meterse en este fregado. Lo ha vivido más de cerca Paco porque yo no quería ocuparme de nada más. No está el horno para bollos. Al editar un libro de poesía, el poeta se convierte en agente comercial. Tiene que presentarlo, hacer una gira comercial por lo cercano, lo no tan cercano y el extrarradio y yo no tenía ganas. Mis traslados no son cómodos, soy perezoso y, además, ya he experimentado esa sensación de vacío tremendo cuando vas a presentar un libro y te encuentras con cinco personas. Nadie que se dedique a escribir poesía puede pretender ser una celebridad.