Miguel junto a su pareja Paula tras la conquista de un título

Miguel junto a su pareja Paula tras la conquista de un título Cedida

Valladolid

Miguel, deportista vallisoletano que triunfa en Islandia: “El sueldo es más alto, hay más vacaciones, y nada en B”

Miguel Mateo, junto a su esposa Paula, comenzó esta “gran aventura” en 2017 y se ha convertido en un referente del voleibol siendo entrenador y jugador. “Gracias a Islandia me considero mejor persona, valoro más lo positivo sobre lo negativo".

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Por las ventanas del pabellón de Neskaupstadur, la luz entra tímidamente. Es Islandia y allí pronto anochece, se convive más con la oscuridad que con la luz. Sin embargo, se escucha el golpeo en el suelo de un balón de voleibol.

Es Miguel Mateo Castrillo, un vallisoletano de la generación del 89, que lleva ocho años viviendo en este país donde el invierno dura medio año y donde la oscuridad se convierte en un compañero del día a día.

Esta “gran aventura” surgió en el verano de 2017, recuerda Miguel. Estaba negociando para irse a jugar a Barcelona y empezar un nuevo futuro allí con su mujer, Paula. Pero tuvo la curiosa llamada para jugar en Neskaupstadur, un pequeño pueblo en el este de Islandia donde hay mucho voleibol.

“Allí también podría jugar mi mujer, y podíamos estar juntos. Esa era la pieza clave de este gran cambio».

La decisión, como tantas veces en la vida, fue fruto de la casualidad. Paula necesitaba vivir en el extranjero para trabajar en inglés y desarrollar su carrera profesional. Miguel, después de años de voleibol en España, estaba abierto a “nuevas experiencias”. La ecuación parecía perfecta.

Miguel, Paula y su hija en el polideportivo

Miguel, Paula y su hija en el polideportivo Cedida

“Recuerdo de mis primeros días una sensación de libertad enorme, de pureza. Como cuando vas al pueblo de los abuelos”, afirma a EL ESPAÑOL Noticias de Castilla y León.

“Llegamos a Neskaupstadur y paramos con el coche en un mirador sobre unos fiordos junto al mar. Fue un momento superespecial. Nunca olvidaré esa imagen”. Fue el inicio de una nueva vida.

Está claro que Islandia es un lugar exótico para viajar, pero duro para vivir. “Lo más difícil de vivir aquí es el invierno, sin duda”, confiesa Miguel.

“Llegamos a tener solo cuatro horas de luz, y no es muy intensa. A eso se suman las continuas nevadas y las temperaturas bajas. Pero al final te acostumbras, los edificios están muy bien preparados para este clima. Es más mental que físico”.

Con el tiempo, el cuerpo se adapta, pero es cierto que la mente sigue pensando en pucelano. “De Valladolid echo de menos a mis familiares, sin duda. Ver crecer a mis sobrinos, ir a algún partido suyo de fútbol, pasar tiempo con mis padres y mis hermanos… y la gastronomía, claro. Eso siempre se echa de menos”.

Ahora bien, el frío enseña otras cosas. En Islandia, Miguel y Paula encontraron una comunidad que valora el respeto, la calma y la cooperación. “Es una cultura muy diferente a la española, con mucho que aprender. Gracias a Islandia me considero mejor persona, valoro más lo positivo sobre lo negativo e intento ver las cosas con más perspectiva. Antes era demasiado impulsivo”.

Hoy, Miguel entrena los dos equipos sénior del club: masculino y femenino. Una tarea doble que, en otros lugares, sería imposible. “La liga está construida para que un entrenador pueda dirigir ambos equipos”, explica. “Se organizan los viajes y partidos para hacerlo viable, de lo contrario sería inviable”.

El equipo femenino es más joven, con jugadoras locales y una exigencia técnica notable. “Entrenan muchísimo y son muy perfeccionistas. De ahí su éxito”.

El masculino, por su parte, mezcla jugadores islandeses con extranjeros. “Tienen más experiencia, más físico, y la clave está en la preparación táctica”.

Los horarios son casi militares. Entre cuatro y seis días de entrenamiento más dos sesiones de gimnasio. “Aquí pasamos muchas horas en el pabellón, pero como las distancias son cortas, todo es más llevadero. Podemos compaginar casa, trabajo y deporte sin volverte loco”.

Miguel celebra con un compañero

Miguel celebra con un compañero

El nivel, dice, no es comparable con España: “Somos 50 millones frente a 300.000”. Pero la comparación va más allá del talento. “El jugador español suele ser muy técnico y talentoso, aunque a veces demasiado impulsivo. El islandés, en cambio, es fuerte, disciplinado, trabajador… pero quizá le falta esa chispa de valentía en los momentos de tensión”.

Miguel sigue entrenando con el equipo masculino, aunque ya no juega tanto. “Eso me ayuda a ver las cosas mejor desde fuera. La comunicación con los jugadores mejora, y el trabajo también. Es cierto que hay bastantes casos de entrenador-jugador por necesidad, pero no es lo ideal”.

Temporada histórica

El año pasado, su club vivió una temporada histórica. “Hicimos el triplete con ambos equipos. Es la segunda vez en la historia que lo consigue un club, y la otra vez también fue el nuestro, cuando yo solo entrenaba al femenino”.

La voz se le llena de orgullo cuando habla del equipo femenino. “Fue una apisonadora todo el año. En la Copa casi se nos escapa, pero las chicas supieron reaccionar. Los chicos, en cambio, empezaron siendo el cuarto equipo de la liga y acabaron ganándolo todo. El trabajo diario, la conexión y la confianza hicieron el resto”.

Más allá del deporte, Islandia le ha ofrecido una estabilidad que en España, dice, es difícil de encontrar. “Este es un país con una tasa de paro casi nula. Eso genera seguridad. El trato al trabajador es muy bueno y los trabajos, de media, son menos estresantes. Aquí el sueldo es más alto, hay más vacaciones, y todo está regulado. En España sigue habiendo mucha economía sumergida, incluso en el alto rendimiento”.

Miguel ha visto crecer su club y su propia carrera. “Al principio fue un desastre, todo muy amateur, pero poco a poco el club ha ido profesionalizándose. Ahora cada uno sabe cuál es su tarea y el ambiente es otro. Yo también he crecido mucho como entrenador”.

Paula, el motor

Si Miguel es el rostro visible del éxito deportivo, Paula es el corazón que lo hace posible. “Ella entrena a los más pequeños, desde los sub10 hasta las sub14. El club ha multiplicado por cinco el número de deportistas desde que ella llegó. Tiene una capacidad increíble para enganchar a los niños”.

La pareja se ha convertido en un pilar de la comunidad. “Nuestra simbiosis ha sido perfecta: lo deportivo en el pabellón, lo extradeportivo en casa. Lo hemos sabido separar muy bien, por eso seguimos aquí tantos años”.

Ahora esperan su segundo hijo. Ariel, su hija mayor, tiene casi tres años. “Islandia es un país maravilloso para criar a un niño. Es muy seguro, hay muchos medios, y el índice de natalidad es alto. Lo único difícil llega cuando los niños crecen, la oscuridad limita mucho la vida fuera de casa. Pero el deporte está muy presente. Todos los niños practican uno o dos deportes hasta los 13 años”.

Volver a España

Aunque su vida está tejida ya en los fiordos, la idea de volver a España planea a veces sobre la mesa del desayuno. “La parte de volver siempre está presente”, admite. “Tengo dos años más de contrato, así que mínimo estaremos ese tiempo, quizá más. Para regresar, primero debemos tener claro que es el momento familiarmente. Luego, que exista un proyecto serio, profesional y estable. Es lo mínimo que un profesional debe exigir”.

Como jugador, el vallisoletano se queda con una espina: “Nunca llegué a la selección absoluta, aunque estuve en las categorías inferiores. Hubo un par de años que parecía posible, pero no se dio. Como entrenador, me encantaría dirigir la selección islandesa absoluta. Ya estuve con las categorías menores y de asistente de la masculina. Pero hay mucha competencia”.

Si se compara el nivel de Islandia con el de España, la conclusión sorprende. “El campeón islandés podría pelear por ascender a Superliga en España. En femenino un poco menos, pero la selección islandesa femenina es más fuerte que la masculina. Si comparas, por ejemplo, la población de Islandia con la de Valladolid, es como si un equipo vallisoletano jugara en segunda y quedara entre los últimos frente a los islandeses”.

La vida en Islandia tiene sus rutinas, distintas pero acogedoras. “Solemos ir a la piscina los domingos con nuestra hija. Son piscinas al aire libre, pero el agua está caliente, y es un placer increíble cuando fuera hay nieve”.

También hay costumbres que cambian poco: “Desde que llegué tomo café sin azúcar, mucho más que antes. Mantengo los horarios de comida más o menos españoles y, cuando puedo, disfruto de un buen embutido”.

Lo de la siesta, confiesa riendo, “es una utopía, con el trabajo y una niña pequeña”.