
Luis Argüello sosteniendo el cáliz profanado de Qaraqosh
Argüello carga contra el "individualismo" en una homilía con un cáliz profanado por el Isis de un disparo
Ha asegurado que este individualismo hace “imposible” la “convivencia y la gestión de los asuntos públicos”.
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La Iglesia de la Catedral de Valladolid ha acogido, este Jueves Santo, la celebración de la Misa Crismal que ha estado presidida por el arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Luis Argüello.
A esta celebración han acudido más de un centenar de presbíteros, que han renovado sus promesas sacerdotales; el cardenal Ricardo Blázquez, arzobispo emérito de Valladolid; y monseñor Manuel Sánchez Monge, Obispo emérito de Santander que tiene establecida su residencia en la Archidiócesis de Valladolid.
Durante la Misa Crismal, que ha congregado en la Seo vallisoletana a cientos de fieles, se ha consagrado el Santo Crisma y se han bendecido los óleos que se emplearán, entre otros, en futuras ordenaciones, los sacramentos de la iniciación cristiana, bautismo y confirmación, en la dedicación de nuevos altares e iglesias y en la unción de los enfermos.
Como signo de comunión con los cristianos perseguidos en el mundo, el arzobispo de Valladolid ha presidido la celebración de la Eucaristía con el cáliz profanado por el Isis con un disparo en Qaraqosh (Irak).
Homilía íntegra de Argüello
“Gloria y alabanza a Jesucristo, el Señor, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos. Gloria y alabanza a quien, por el Misterio Pascual, nos permite formar parte de su cuerpo, de su vida, de su entrega, de su misma misión.
Gloria y alabanza a quien nos permite ser la esposa de Jesucristo y nos constituye como una asamblea de llamados que quiere adquirir esta forma del cuerpo de Cristo, cuerpo que se entrega y ofrece para el bien del mundo.
Gloria y alabanza al Señor que, en esta asamblea de llamados que caminamos juntos con una corresponsabilidad diferenciada, según la vocación en la que hemos sido convocados, nos permite tener delante de vosotros, querido pueblo santo de Dios, al ministerio ordenado.
En los obispos, saludo con especial afecto a don Ricardo Blázquez, cardenal de la Iglesia y Arzobispo emérito de esta nuestra Diócesis; como a ti, querido Manuel, que auxilias al obispo, viviendo ahora como obispo emérito de Santander en nuestra ciudad de Valladolid. Queridos hermanos presbíteros y diáconos, en un presbiterio que expresa también la riqueza de la Iglesia, presbíteros del clero diocesano, presbíteros de la prelatura del Opus Dei, presbíteros de diversas congregaciones religiosas, presbíteros del Colegio de los Ingleses que seguís llenando con vuestra presencia de alegría nuestra Iglesia vallisoletana.
Todos bautizados y ordenados y, desde esa condición, miramos cada cual nuestras capacidades, carismas, nuestros dones que el Señor nos ha concedido para que vivamos lo esencial: la sacra mentalidad que nos hace sacramento de la presencia de Jesucristo como pastor, como siervo, como sacerdote y esposo de la Iglesia.
Queridos diáconos, que nos recordáis a todos que nuestra condición es ministerial, que nuestra condición es de servicio, más hondamente, que nuestra condición es sacerdotal.
Podríamos decir que esta Misa Crismal, que es prólogo de la Pascua, que es una Misa ya de Pascua cuando acaba la Cuaresma, cuando comenzaremos esta tarde el Triduo Pascual y con él el tiempo de Pascua, nos permite, el prólogo, acoger los frutos de la Pascua que llegan a nosotros a través del Bautismo que renovaremos en la Vigilia Pascual, Bautismo que nos hace a todos profetas, sacerdotes y reyes, Bautismo que nos incorpora al cuerpo de Cristo, que nos regala el don de la victoria sobre el pecado y de la vida eterna vencida a la muerte por el Cristo.
Por el Bautismo y la Confirmación, amigos, somos ungidos, cristianos, es decir, sellados con el espíritu de la esperanza, de la promesa, para, realizando la misma misión del Señor, poder anunciar la vida en Fe, esperanza y caridad a nuestros conciudadanos. Sí, por el Bautismo todos somos sacerdotes, por el Bautismo todos estamos llamados a anunciar el Evangelio, por el Bautismo todos estamos llamados a ensanchar el Reino de Dios.
Pero queremos incorporar a la historia una novedad: la novedad de la gracia. Porque sin la gracia el profetismo termina siendo una acción política, porque sin la gracia el ejercicio de vida sacerdotal termina siendo un reclamo de honor correspondido, porque sin el Bautismo la propuesta del Reino de Dios termina siendo una bandera ideológica sin la gracia del Señor.
¿Qué nos aporta la gracia que recibimos por el Bautismo? La posibilidad de vivir como personas en las que en su corazón ha sido vencido el pecado.
¿Qué nos aporta la gracia? La posibilidad de dar la vida. Porque sólo el don de sí edifica la Iglesia y transforma la sociedad. Sólo el ejercicio de nuestra misión, dando la vida, no reclamando derechos, no pretendiendo autonomía, no queriendo vivir independientes y desvinculados unos de otros; sólo esa novedad edifica la Iglesia y transforma la sociedad.
El mundo en el que vivimos ha hecho tal elogio del individualismo que parece imposible la convivencia y la gestión de los asuntos públicos. El individualismo se mete como un virus en el presbiterio, en las congregaciones religiosas, en las familias, en las realidades asociativas del pueblo santo de Dios, en la vida de las parroquias, que impide que pueda surgir la novedad del Evangelio.
Sólo dejando que el Señor actúe en nuestros corazones, venza al pecado y, entonces, nos haga capaces del don de sí, surge la novedad de la vida cristiana que, como hemos escuchado tanto en el Evangelio como en la profecía de Isaías, devuelve la vista a los ciegos, devuelve la libertad a los cautivos y anuncia el año de gracia a todos los pobres.
Sólo esta novedad abre nuestros ojos y nos permite reconocernos como hermanos, abre nuestros ojos y nos permite caer en la cuenta de la dignidad sagrada de todos: de los enemigos, de los inmigrantes, de los distintos, de los opuestos. Sólo la gracia del Señor, que queremos salir a los caminos para anunciarla, trae la libertad a los cautivos en las diversas cautividades, cautividades dramáticas que sufren tantos de nuestros hermanos.
Hoy, celebraremos la Eucaristía teniendo como cáliz un cáliz que ha llegado de Irak, un cáliz desfigurado, un cáliz martirial que habla del martirio de hermanos nuestros en este mismo momento de la historia.
Tantos cautivos a causa del Evangelio, tantos cautivos a causa de la injusticia del sistema económico, tantos cautivos a costa de la manipulación de conciencia, de la difusión de tantas y tan diversas adicciones, tantos cautivos del amor propio, tantos cautivos del propio proyecto ideológico pastoral, tantos cautivos a los que anunciar la libertad.
Pero, hermanos, para poder anunciar la libertad hay que haberla acogido, hay que renovar la vida bautismal en nosotros para que la victoria sobre el pecado sea realmente quien resplandezca en nosotros y también la victoria sobre la muerte, porque hoy el testimonio que estamos llamados a dar para anunciar el Evangelio a nuestros contemporáneos es un testimonio martirial, valga la redundancia.
Solo en un testimonio de entrega paciente; solo en un testimonio de experiencias comunitarias que asombren, que llamen la atención; solo en un testimonio de matrimonios que viven juntos, que se perdonan, que no reclaman derechos el uno al otro, que están abiertos a la vida, que ofrecen a nuestra sociedad el testimonio de ser un signo del amor de Jesucristo a la Iglesia también en la fecundidad de la acogida en los hijos; solo en el testimonio de hermanos presbíteros, diáconos, obispos, que estemos dispuestos a dar la vida por los demás, que no pasemos factura, que entreguemos tiempo, que nos unamos unos a otros, que nos encontremos, que demos testimonio de la comunión de la que somos signo…
Sí, hermanos, estamos llamados a un don de sí martirial que edifica la Iglesia y transforma la sociedad, pero está claro que esto no lo podemos hacer por nuestras propias fuerzas. Porque queriendo hacerlo por nuestras propias fuerzas afirmamos el amor propio, afirmamos la autonomía y eso nos disgrega. Precisamos la gracia. por eso existe nuestro ministerio, hermanos, nuestro ministerio sacerdotal para edificar un pueblo todo él sacerdotal, nuestro ministerio de la palabra para edificar un pueblo profético, nuestro ministerio de la atención pastoral para edificar un pueblo que dé testimonio de la verdad y de la justicia del Evangelio en las acciones sociales y políticas de la vida cotidiana.
Precisamos edificar un pueblo sacerdotal y para eso está nuestro ministerio. Por eso, nuestro ministerio se concentra en ser cauces de la gracia; por eso, en nuestro ministerio tiene tanta importancia que ofrezcamos la gracia en el sacramento del Perdón, que dediquemos tiempo a la escucha en el sacramento de la Confesión; por eso, en nuestro ministerio tiene importancia que celebremos la Eucaristía y que ayudemos al pueblo santo de Dios a descubrir que la Eucaristía no es un acto piadoso en el que cada cual elige su altar, su horario, su momento, sino que la Eucaristía convoca a los dispersos, nos reúne el domingo en el altar con el que compartimos la fe, con la comunidad cristiana con la que peregrinamos en el tiempo. Un ministerio sacerdotal para ser cauce de la gracia que edifique un pueblo sacerdotal, un pueblo de llamados, un pueblo coaccionado, que está llamado a la entrega martirial de la vida.
Amigos, vivamos con alegría esta gran Misa Crismal, este acontecimiento de la Iglesia diocesana que no es sólo una misa para los sacerdotes, que es una misa, una Eucaristía de todo el pueblo santo de Dios, que tiene un momento singular, preciso, justo cuando acaba de concluir la Cuaresma con el rezo de laudes y la hora tercia de la Liturgia de las Horas, cuando estamos adentrándonos en el misterio de la Pascua que comienza esta tarde aparece esta Misa Crismal, este acontecimiento de la Iglesia diocesana en la que todos caemos en la cuenta de que la Pascua nos permite vivir el don de sí, la entrega de la vida, la vida esponsal… para edificar la Iglesia como signo de comunión en medio del mundo que transforma e innova la sociedad en la que vivimos.
Gloria a ti, bendito Jesús, testigo fiel y primogénito de entre los muertos”.