Escultura en honor a Santa Bonifica en la ciudad de Salamanca.

Escultura en honor a Santa Bonifica en la ciudad de Salamanca.

Salamanca

Bonifacia Rodríguez: santa y valiente feminista, repudiada por transgresora

El hecho de ver a religiosas implicarse con tanto ahínco en asuntos tan mundanos no estaba bien visto por el clero mas purista, que se opuso rotundamente

21 mayo, 2023 07:00

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Bonitos nombres y suaves de pronunciar los de Juan y Maria Natalia, que trajeron a su primera hija al mundo el 6 de junio de 1837 y la llamaron Bonifacia. Luego tuvieron otros cinco hijos, redondeando a ocho los miembros de esta familia cristiana, artesana de la sastrería y afincada en Salamanca.

Terminado el colegio, y tras la muerte de su padre, Bonifacia Rodriguez Castro aprende el oficio y trabaja por su cuenta para ayudar a su madre a sacar adelante a sus hermanos. Los principios fueron malos, un horario interminable y una nimia ganancia. Aquí supo Bonifacia de las duras condiciones de la mujer trabajadora. A los pocos años montó su taller de labores y trabajó duro y en silencio, con gran devoción por la Inmaculada y por San José. Al casarse la única hermana que le quedaba – los demás no llegaron a adultos- su madre y ella quedaron solas en el mundo, con la rutina de las misas diarias en la Clerecía de Salamanca, que era jesuita. 

En ese tiempo, el taller de Bonifacia recibe visitas de amigas suyas que, curiosas por su vida y para evitar riesgosas diversiones de domingos y festivos, acudían a hacer labores con ella y con su madre, lo cual llevó a crear la Asociación de la Inmaculada y San José, después apodada “Asociación Josefina”. Quizá fuera esta labor apostólico-social lo que hizo que Bonifacia recibiera la llamada de la Virgen María, y decidió hacerse dominica en las cercanas Dueñas.

Pero el destino está escrito, dicen, y en el otoño de 1870, antes de meterse a monja, llega a la ciudad charra Francisco Javier Butinyà, un jesuita gerundense con una gran inquietud apostólica hacia el mundo laboral. Atraída por ese mensaje evangelizador y ensalzador del trabajo de Butinyà, Bonifacia se pone bajo su dirección espiritual y le cuenta sus planes de ingresar en el convento. Pero, el jesuita catalán, que estaba conociendo a las chicas de taller, y el potencial de la asociación que tenían con Bonifacia, les sugiere fundar una nueva congregación femenina, orientada a cuidar a la mujer trabajadora. Así, un frio día de enero de 1874, Butinyà y Bonifacia, junto a su madre y otras cinco chicas de la Asociación Josefina fundan la Congregación de Siervas de san José.

El obispo de Salamanca en ese momento, Lluch i Garriga, secundó con entusiasmo dicha fundación. No en vano, se trataba de un novedoso proyecto de vida religiosa femenina ensamblada en el mundo del trabajo, un taller en el que las Siervas de san José ofrecían trabajo a mujeres pobres o desfavorecidas, adúlteras, prostitutas y madres solteras, “pecadoras” en definitiva, y les evitaban de este modo los peligros que en aquella época suponía para ellas trabajar fuera de casa.

Aun así, el hecho de ver a religiosas implicarse con tanto ahínco en asuntos tan mundanos no estaba bien visto por el clero mas purista de la diócesis salmantina, que se opuso rotundamente. Y en efecto, a las pocas semanas de fundar la congregación, Butinyà y los jesuitas fueron desterrados de España, y al año siguiente, en enero de 1875, el obispo “amigo” fue trasladado a Barcelona.

Bonifacia quedó sola ante los nuevos directores de la congregación, que resultaron ser sacerdotes que malmetían e intentaban separar las opiniones de las hermanas. Estas, influenciadas por estos, empezaron a dudar de aquello, y acabaron por alejarse de las cualidades originales de la congregación implantadas por el jesuita catalán, cuya única protectora ahora era Bonifacia. Esta fue su batalla durante siete largos años, hasta que, en 1882, Bonifacia es expulsada de la congregación por su director, que aprovechó que ella estaba de viaje en Gerona visitando a otras siervas de san José catalanas. La razón alegada para su cese como orientadora y superiora de la institución no fue otra que la supuesta transgresión de sus ideas.  

A partir de ahí, no dejaron de lloverle calumnias, humillaciones y rechazo, con el objetivo de que se marchara de la capital salmantina. Y lo consiguieron, pero fue ella misma quien propuso al obispo de Salamanca fundar una nueva comunidad en Zamora. Éste aceptó y, sin más, cogió a su madre y partieron camino de la ciudad de famoso cerco.

Los de Salamanca se desvincularon de Bonifacia y de los asuntos de Zamora hasta el punto de que en 1901 el Papa aprobó la congregación de las Siervas, pero dejó fuera a las zamoranas, lo cual humilló el corazón de Bonifacia que seguía trabajando en silencio. En un arrebato de hermanamiento, fue a Salamanca para charlar con sus antiguas hermanas, pero ellas le cerraron la puerta en la cara, y tuvo que regresar a Zamora mascullando “No volveré a la tierra que me vio nacer ni a esta querida Casa de santa Teresa”. Y así fue. Solo le quedaba la esperanza de que, a su muerte, ambos institutos y sus integrantes se abrazaran en comunión.

Con esta ilusión, con el cariño de sus allegadas, y de la gente de Zamora, que la tenía por ejemplar, expiró en agosto de 1905. Dieciocho meses más tarde, las casas de las siervas de san José de Salamanca y Zamora se unían. Al final, ella tenía razón. Las Constituciones de la fundación original ya habían sido modificadas, y los fines de la congregación eran diferentes a los originales propuestos por Butinyá, pero al menos ya estaban unidas, como era su deseo y gracias a las gestiones de Socorro Hernández, una de sus discípulas.

Además, fue esta hermana Socorro, quien ocultó unos documentos bajo el suelo de la capilla zamorana en los que se relataban los actos de Bonifacia, y fue en 1936 cuando la nueva superiora de Zamora quiso estar al tanto de los orígenes de la casa y se descubrieron dichos documentos. En 1941, se reconoció oficialmente que Bonifacia fue fundadora de las Siervas, y en octubre de 2010 Benedicto XVI aprobó el decreto de canonización que la convirtió en Santa. Hoy las siervas tienen congregaciones, talleres y colegios en todos los continentes.