Habaneras de Nueva York
Habaneras de Nueva York
Era diciembre y helaba. Era de noche en una casa de Harlem, como una película de Woody Allen, pero esto es una historia de Carlos Cano, que es el Woody Allen de Andalucía porque es quien la ha contado mejor.
Era en diciembre, sé que lo era. Y también que en Nueva York no hay mecedoras, ni patios, ni loritos, pero hay cristaleras en cada ático sin cortinas y en cada ventana la novia de un embarcado... Porque yo, como Fitzgerald primero, elijo muchachas románticas entre la multitud e imagino que en unos minutos voy a entrar en su vida.
¡Ay, barcas de Central Park! ¡Ay, calles rectas que cortan con la Quinta Avenida! Era nieve el aire que allí corría. Ay, suspiran de frío. Ay, los neoyorkinos, al saber que este Atlántico que aquí corta, es el mismo que entra por Sanlúcar y sube hasta la Torre del Oro, pero habiendo dejado allí la gracia y lo caliente del sol.
¡Viva Manhattan, kilómetro 0 del imaginario de mi generación!
Ay, Nueva York, que tiene a Colón en lo alto dominando el West Side, marinerito en tierra, del otro lado del mar, esculpido en piedra y en vez de condenarlo al exilio le ponen lo más alto posible para que lo vean todos sin pérdida, ni perdón. Ay, «New York, New York» que tiene a Sinatra, pero no a Carlos Cano. O eso pensaba yo...
Era diciembre y helaba. Era de noche en una casa de Harlem, como una película de Woody Allen, pero esto es una historia de Carlos Cano, que es el Woody Allen de Andalucía porque es quien la ha contado mejor. Sus canciones tienen mucho de filmografía. Sus imágenes más fuerza que el cine, María la portuguesa un Oscar, las Habaneras de Antonio Burgos otro a mejor guión.
Era la casa de Gigi y Christian -colombiana y francés de Granada- un viernes de diciembre ya de noche. Se abre la puerta, se abre vino, se estrecha el océano y cuando ponen música de fondo resulta que suena Carlos Cano con sus Habaneras como si estuviéramos en Sevilla y no en mitad de este frío en Nueva York. El Hudson es el Guadalquivir de por aquí por el que no suben goletas, pero amerizan aviones. Y en Manhattan todos los rascacielos tienen complejo de Giralda sin campanas; es decir, de edificios mudos, afónicos de desgañitarse entre tanto ruido y tanta modernidad. Pero resulta que en una casa de Harlem, Central Park arriba -parque de María Luisa sin María Luisa-, se escuchan las Habaneras de Sevilla.
«A pocas cuadras de aquí le operaron», me cuenta Christian, que lo conoció porque era amigo de su padre. «Por culpa del amor / yo nací en Nueva York. / Nací en Nueva York / igual que Superman, que Batman y que King Kong».
A Carlos Cano NY le parecía provincia de Granada. Cuanto más la miro yo lo que encuentro es Sevilla, Nueva York del siglo XVI por la que no pasa el tiempo ni se pone el sol. O quizá es que llevo Sevilla en el corazón. Y en el MET, junto a Velázquez y Murillo, Valdés Leal...
¡Viva Manhattan! Y la gente que escucha a Carlos Cano en Nueva York.