La política es muy huraña con las segundas oportunidades. Lo más habitual es que destruya líderes, partidos y candidatos después de haber desaprovechado la primera ocasión para gobernar o triunfar en las urnas. Por eso Podemos debería valorar como un regalo la coyuntura política que tiene delante. Nadie sabe si ha sido astucia o fortuna, pero los morados, otrora llamados a conquistar el cielo, han vivido sus horas más bajas a ras de suelo tras apearse de Sumar al ser expulsados del gobierno de coalición. Y su lejanía huérfana, radicalidad indomable, persistencia terca y simplismo moralista se han convertido en una nueva oportunidad.

La descomposición, por razones distintas pero confluyentes en Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, del PSOE y de Sumar puede permitirles volver a jugar la próxima partida como única izquierda limpia (si excluimos a Monedero, Echenique, Alberto Rodríguez, Isa Serra, Errejón por fundador del partido, Salvador Salvatierra o Pedro de Palacio aquí en Castilla y León).

Es improbable que, con una izquierda hecha añicos y trufada de corrupción y machismo rancio, se sienten a la mesa para ganar nada. Pero al menos hoy tienen opciones de que la ciudadanía les reparta algunas cartas para que vuelva a depender de ellos qué hacer con esa mano. A otros, como Ciudadanos, no se les permitió jamás volver al tablero. El votante de izquierda esquinada que se creyó el feminismo agresivo, el comunismo moderno, la Europa bolivariana, el pacifismo naif, la Transición engañosa y las nuevas dos Españas irreconciliables se ha quedado sin otra papeleta posible. Decepcionado, ronco y roto como Antonio Molina en los ochenta. A no ser que haga un Felipe González y se plantee votar en blanco esperando tiempos mejores para el progresismo. Aunque votar en blanco sea ahora de fachas.

Sin embargo, esta ventana de optimismo que todavía no se refleja en las encuestas no va a quedarse mucho tiempo abierta para Podemos. Ellos serían los únicos beneficiados de la izquierda en un inminente escenario electoral. No para ganar gobiernos ni articular mayorías, para eso queda un desierto, pero al menos para avanzar en escaños. Mientras el resto se refundan y renacen, ellos estarían dispuestos para volver a intentarlo.

Si hubiera adelanto de elecciones generales podría haberlo en Castilla y León, como ha dejado caer en alguna ocasión Alfonso Fernández Mañueco. Y aquí también andan bien situados, al margen de la batalla cruel entre fieles sanchistas y socialistas damnificados por Cerdán. Estos días estrenan nuevo líder. Miguel Ángel Llamas promete una nueva etapa de “humildad, valentía y ambición” con “soluciones rigurosas” a los problemas de esta tierra. Una declaración de intenciones que ya marca distancias con el legado de Pablo Fernández. Esas seis palabras son casi una enmienda a la totalidad de sus diez años en las Cortes. Si Llamas cumple, algo raro en un político, podría soñar con recuperar aquellos diez procuradores de 2015. Hay otra oportunidad. Hay mucho votante de izquierdas que va a necesitar encontrar cobijo.