“Nunca me fui, pero vuelvo”, escribe Mónica Carrillo en uno de los textos que recopila para el libro `El viento nos llevará´ (2023). Precisas palabras con todo su potencial narrativo y evocador. Como microrrelato podría superar en brevedad al que suele considerarse el cuento más breve del mundo: el de Monterroso despliega siete términos (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”), y el de Carrillo, cinco.
A su vez, el pasaje de la periodista encierra también su vocación como aforismo, adagio, verso… E incluso como crónica política. Crónica que en solo cinco palabras sintetiza bastantes situaciones de nuestra vida pública. Como no hay espacio para abordarlas todas, quedémonos con los casos de Mazón y Sánchez.
Tras la dana del pasado octubre, en función de lo que vimos hacer y dejar de hacer, el presidente de la Comunidad Valenciana podría haberse ido a casa. Habría resultado verosímil su dimisión y, de no llegar ésta, habría sido higiénica su destitución.
El hecho de que no tenga el monopolio de una gestión deplorable no disculpa su irresponsable negligencia. Desde su surrealista desaparición cuando se estaba fraguando la tragedia, hasta la responsabilidad política que le salpica por nombrar consejeras que ya reconocen su insolvencia para afrontar una situación de alerta (proclamarse incompetente y focalizar la atención sobre los técnicos siempre puede ser, desde el punto de vista judicial, más ventajoso que otros supuestos).
Lo de Mazón se explica, pero no se entiende; y cuanto cabe entender… se vuelve aún más inexplicable. Pero lo cierto es que continúa, e ilustra el microcuento con el que arrancábamos. Aunque existía la posibilidad de que se fuera (podría haber dimitido de sus cargos institucionales), y aunque se barajó la opción de que `le fuesen´ (podría haber perdido la confianza de su partido y forzarse la salida de sus cargos orgánicos), el caballero se quedó. De hecho, ya casi lleva más horas en la reconstrucción postdana, que las que estuvo desaparecido en el restaurante, mientras comía con Maribel Vilaplana. Si alguien desea vacaciones de desconexión, de ésas sin contacto con móviles ni tabletas, no hace falta que busque destinos muy remotos. “El Ventorro” no es que facilite la desconexión, sino que propicia, al parecer, el coma político.
Por lo que respecta al presidente del Gobierno, hoy no voy a aludir a otras vertientes de su trayectoria, y tampoco me voy a referir a su grimoso papelón en las reseñadas inundaciones. Hoy aludo a lo que fue su primera carta a la ciudadanía, puesto que se va a cumplir un año de ese vomitivo engendro epistolar; y puesto que también ejemplifica el texto de Mónica Carrillo. Recordarán que, en abril de 2024, Sánchez emprendió cinco días de trampa y enmascaramiento. Él decidió venderlos (y su claque los compró) como cinco días de reflexión.
En aquellos folios de trampantojo y sobreactuación, se reiteraban las referencias al “fango” y a los “intereses derechistas y ultraderechistas”. Y él, sesudo y comprometido como nadie, nos aseguraba que nunca ha tenido “apego al cargo”, pero que sin embargo sí lo tiene “al deber, al compromiso político y al servicio público”. Presentándose como víctima de tantas y tantas injusticias, Sánchez se preguntaba si “merece la pena todo esto”, y nos emplazaba a una respuesta. Su política espectáculo había alimentado el cebo, y sus entusiastas ya estaban en vilo.
Tras meditar compungido sobre su marcha, en cinco días su veredicto fue concluyente: “Estoy con ánimo para tres años y los que quieran”. Como ven, una persona de firmes convicciones. Nunca se había ido, y resulta que ya había regresado con propósito de eternidad.