Puede parecer un sonoro taco tabernario de los que se vociferan cuando tras tomarse media docena de vinos de la Ribera del Duero, alcanzamos enrojecidos como la grana la escala quinta de la borrachera, citada en los baretos en un vistoso azulejo de Talavera de la Reina  y la ilustración de un beodo de nariz moldeada con el mapa de La Rioja.

En ese escalímetro, el grado quinto lo constituyen los insultos al clero, con lo cual mencionar el tema de los ovoides de Trump es de por si blasfemia de pecado mortal. El transgresor titular pudiera formar parte de aquellos esloganes de publicidad disruptiva que utilizaba Benetton y su fotógrafo Oliviero Toscani.

Si retozamos con la palabra, en los Estados Unidos no hay huevos. Para nada estamos en una tesis doctoral sobre las criadillas de mister president, ni de ese país que un día tuvo algo de las virtudes british y que por los modales de Trump y su troupe va camino de un neanterdalismo de taparrabos. Para prueba el recibimiento de Zelenski.

En los Estados Unidos faltan huevos. Apostíllese que de gallina. Por culpa de la peste aviar, hay que importar huevos de México. Trump no quiere hispanos en su país, pero que gallus de pitas sobren y que escaseen testes de chicanos. Eso sí, que solo sean de gallinas Dorking de pura raza inglesa, que mister Donald aspira a la construcción de una identidad biológica U.S.A, donde no quepan más que ocho apellidos britanos, scot o sajones y sea pelirroja y pecosa la nueva Venus de Milo.

¿Va de huevos la moratoria arancelaria que para México acaba de fijar? Trump quiere doblegar a Europa. Y tan desea que doblemos la testuz, que no va solo de geopolítica o misiles, sino de artimañas económicas arancelarias, que también nos afectarían a Castilla y León. En nuestra Comunidad, en cuestiones de comercio internacional, nos toca jugar con las cartas que reparten otros. No nos dejan ni hacer guiños, como en el mus. Somos una tierra de productores, de “manos” que siembran y cosechan, de fábricas que ensamblan o producen, pero las decisiones de mercado se mueven a miles de kilómetros y se toman en despachos donde el mapa de España es una sola anécdota más en la balda cargada de informes sobre los cobardicas que somos los europeos, incluidos Viriato y el Cid Campeador. A mister Trump Castilla y León no le suena ni de los juegos del tetris.

Los agricultores y ganaderos de esta comunidad ya conocen lo que supone que Estados Unidos decida penalizar al producto europeo. En 2019, la administración Trump impuso duros aranceles para el vino, el queso o el aceite de oliva, como represalia en la disputa con la UE por las ayudas a Airbus. Con los próximos aranceles, sufrirán en Castilla y León las bodegas, productos agrarios, industria o la automoción.

Castilla y León sin el amparo del gobierno de España ni de la UE, no tiene margen de maniobra en estas guerras globales. Las alternativas de diversificar mercados, apostar por Asía, Hispanoamérica o reforzar el comercio con la propia Unión, son soluciones escasas.

Por la buena educación, me he pasado de frenada al dar a Trump el tratamiento de mister. Carece usted de glamour alguno. Nunca tendrá un cumpleaños como el de Kennedy en 1962 con Marilyn Monroe interpretando sensual en el Madison Square Garden la icónica canción “Happy Birthday, Mr. President". Trump lo suyo no es la música, que ya lo advirtió Federico Trillo. Usted se retrata en dos palabras: ¡Manda huevos!