A Santiago Abascal le importan un pepino las autonomías. La verdad es que nunca lo ha ocultado, desde el principio quería acabar con las comunidades autónomas; pero sorprendentemente en su partido se empiezan a dar cuenta ahora. Lo demostró cuando rompió los pactos regionales que dejaron compuestos y sin novia a cinco vicepresidentes de Vox que gobernaban en coalición con el PP en Castilla y León, Aragón, Comunidad Valenciana, Murcia y Extremadura, y también en Baleares, aunque allí no formaban parte del gobierno.

Aquello sentó muy mal a los recién estrenados barones de Vox en las CCAA, después de ponerles a todos cara de vicepresidentes para meses después arrancarles en un arrebato y sin demasiada explicación la parcela de poder que lograron con mucho esfuerzo electoral desgañitándose en mítines, mesas callejeras y captando adeptos en cada parcela de sus vidas sociales.

Bastaba ver el amargo desconcierto en la famosa rueda de prensa de Santiago Abascal del 11 de julio retransmitida desde la sede de la calle Bambú, flanqueado por caras largas y un enfado mal disimulado de aquellos a los que obligó a dejar sus cargos.

Juan García-Gallardo, el treintañero vicepresidente de Vox en Castilla y León mantuvo el tipo, tragó bilis y decidió seguir adelante con la ruta marcada -siempre- desde Madrid, alimentando el discurso -siempre- de confrontación dirigido ahora a desgastar al PP: los inmigrantes, los sindicatos, el aborto, la violencia de género…

Todo para darse cuenta, al término, de que su aventura política había terminado casi antes de empezar. De que había sido instrumentalizado para corroer al PP con el único objetivo de fortalecer frente a Feijóo el poder de Abascal en su juego de tronos a la Moncloa.

Porque, ¿de qué sirvió el éxito de Gallardo en las urnas, si logrado el objetivo de entrar en el gobierno se le ordenó abandonar? ¿Qué cabría esperar en las próximas elecciones de repetirse la aritmética parlamentaria en Castilla y León?

A la postre, muchos en Vox se han dado cuenta, como los procuradores ‘rebeldes’ de Salamanca y de Burgos, de qué no hay democracia interna -¡oh, my God!-, no se sabían parte de la organización política más vertical que ha conocido la Democracia en España. Y de que a Santiago Abascal le da igual lo que ocurra en Castilla y León, mientras disfruta de su recién estrenado liderazgo en los Patriots, bien pertrechado por Le Pen, Orbán y Salvini, el Olimpo de la ultraderecha europea.

Sin embargo, esta torre de naipes diseñada desde arriba por Abascal y sus amigos, pero sustentada desde la base por los miles de ilusionados bienintencionados de Vox puede derrumbarse con la misma facilidad con la que se erigió, si esa ilusión se torna en desencanto, y desinflarse en favor del PP.

De momento, en Castilla y León se abre un panorama incierto para Vox, descabezado y sumido en su primera gran crisis interna, que podría ser la primera de otras muchas en otros territorios. Una situación de debilidad que bien podría aprovechar Alfonso Fernández Mañueco si convocara elecciones esta primavera, sacrificando el año de legislatura que le queda, aunque él mismo ya lo ha descartado abiertamente hoy.

Mataría dos pájaros de un tiro: al PSOE, que tiene un líder muy desconocido y aún sin estrenar, y a Vox, que solo ha nombrado nuevo portavoz, pero no presidente regional. Y aquí viene el dilema de la sucesión, como en la famosa serie norteamericana y el imperio mediático de los Roy. ¿Quién hereda los trastos del joven abogado? Vox tendrá que elegir entre dar continuidad a la línea dura de Gallardo, con un presidente-candidato como David Hierro, el nuevo portavoz, o un perfil más moderado y dialogante, como Carlos Pollán, presidente de las Cortes de Castilla y León, que goza de buen predicamento entre los sectores más templados de su partido y más allá, incluso en el PP. Durante estos casi tres años de legislatura se ha ganado el respeto del hemiciclo castellano y leonés adoptando un papel más institucional que político.

La marcha de Gallardo, impetuosa y torera, encierra varias incógnitas. Me intriga tanto ese “Hasta pronto” con que se despedía de los periodistas instantes después de su dimisión en las Cortes, como esa enigmática afirmación de la carta que publicó en X: “En lo que no cabe el conformismo es en la exigencia de una conducta ética a quienes integran las oligarquías que gobiernan los partidos políticos, en nuestro caso, Vox”. ¿A qué se refiere? Veremos.