Me molesta esa gentecilla que maneja doble vara de medir a la hora de contemplar a los tiranos. Gentecilla que distingue entre dictadores malos y dictadores buenos. Gentecilla que se pone muy digna al condenar los regímenes dictatoriales que le son ajenos, y que sin embargo justifica a los déspotas que son de su cuerda ideológica. Esa gentecilla siempre me ha molestado, y esa gentecilla cada vez me resulta menos soportable.
Errejón acudió el jueves ante el juez, a raíz de la denuncia que puso contra él, por agresión sexual, Mouliaá. El mocete está descubriendo ahora lo que es un Estado de Derecho y la importancia que encierran sus conquistas. En su infame trayectoria política, habría deseado dejarlo todo como un solar (él, junto a su camarada Iglesias, había venido a "asaltar los cielos", y durante años ambos dieron la tabarra con sus murgas y sus purgas, con su odio y su vocación autoritaria). El día de la declaración enarboló otro discurso. Llegó vestido de azul, con su abriguito y su canesú, mostró su "plena confianza en la actuación de la Justicia", y añadió: "Yo vengo hoy aquí a defender mi inocencia". Ya ven. Quien acostumbraba a pisotear la presunción de inocencia de quien se terciase, la invocaba para sí. Algo es algo. (Hala, Íñigo. Poquito a poco, poquito a poco. Sin forzar: la m con la a, ma; y luego ya sigues leyendo a Laclau y a Mouffe, que tanto te fascinan).
El pasado octubre Errejón dimitía y perpetraba uno de sus inefables escritos (este chico tiene suerte de que la pedantería no esté tipificada). Nos contaba que en la primera línea institucional y mediática se es más eficaz "con una forma de comportarse que se emancipa a menudo de los cuidados"; y apelaba a la "subjetividad tóxica"; e invocaba la "contradicción entre el personaje y la persona"; y blablablá, blablablá. Para quienes se rasgaron las vestiduras por tanta expectativa en él depositada; para quienes siguen hoy sermoneando que Errejón "ha decepcionado a muchos progresistas"; para quienes de un modo u otro se hicieron cómplices de estos tipos... creo que es sensato recordar.
La Justicia, y nadie más, será quien tenga que sentenciar sobre la cuestión delictiva que está encima de la mesa. Pero lo que sí cabe contemplar son actitudes que Errejón nos brindó en su ejercicio político. No en un dormitorio, sino de forma bien transparente, a los ojos de todos: desde la coactiva e intimidatoria práctica del escrache (cómo olvidar a Errejón y a Iglesias, tan machitos ambos, coaccionando a Rosa Díez, impidiéndole el uso de la palabra y dificultando la asistencia a quien libremente hubiera acudido a escucharla); hasta las babosas loas a despreciables tiranías: "Hoy en Venezuela vuelven a sonar ladridos de pasado (...). Chávez vive, la lucha sigue" (zzzzzzzzzz... zzzzzzzzzz... es escucharte, Íñigo, y me embargan los `maullidos de futuro´).
Por acabar. Al dimitir Errejón, Juan José Millás dijo: "El personaje político era impecable y la persona, un monstruo". Millás, perejil de tantas salsas, tan encantado siempre de conocerse, resolvía aquello que no está en su mano dirimir; mientras mitificaba una carrera política que, por lo ya dicho, está muy lejos de ser "impecable". Aludo a esas declaraciones del escritor, porque son bastante extrapolables a ciertos ámbitos. Los Millás de turno, tan sobradetes, tan capaces de mirar por encima del hombro a todo aquel que se aparte un ápice de sus soflamas, brindan una vez más su sectaria destreza. Y ya he explicado la opinión que me merecen los cómplices de los tiranos, y los cómplices... de tales cómplices.