El Jueves Santo es celebrado como el día del amor fraterno y del perdón, comienzo expreso del fin humano y principio de la divinidad de Jesús el Nazareno, aquel que predicó el amor entre los hombres al unificar los mandamientos en amar a Dios y al prójimo.

El amor hoy en día es un producto descatalogado y fuera de mercado, se ha transformado en la sexualidad sin sentido, en el mero disfrute personal y utilización del otro como instrumento del placer propio. Se ha perdido el amor constructivo de proyectos de vida en común, el amor sexual del disfrute conjunto, el amor de sustento, de apoyo, de sentimiento que te hace sentir al otro como una persona que te importa. Se ha perdido la caridad, el respeto, el sentimiento por el ser humano al que vemos sufrir y, en una de las acciones más crueles, pasamos de largo sin hacer nada, permitiendo que no sólo no se atenúe sino que incremente su sufrir, eso sí se nos llena la boca de amor, de solidaridad, de empatía, de generosidad que sólo cursa si hay un lucro, si se obtiene un beneficio, si el beneficiado soy yo.

Ya los padres no son más que meros prestadores de bienes, no en todo caso bien ejecutados, las esposas desprecian el sufrimiento del marido con el que ya no tienen nada en común, los maridos no apoyan a sus mujeres e incluso algún salvaje las agrade, no sin que ellas también los acosen psicológicamente, no es una acción de hijos, padres, varones o mujeres, es una pérdida absoluta de sentimiento que en cada caso cursa de una u otra forma no menos cruel o dolorosa una que otra.

El amor está en desuso y es una mercancía que no se vende, y prueba de ello es que el perdón, en su aspecto tanto petitivo como concesivo, no se conoce, el engreimiento, el orgullo, la vanidad o el sentimiento de superioridad, e incluso la vergüenza de reconocer el error o la humanidad que lo genera, impiden reconocer que todos nos equivocamos, que todos ocasionamos daños a los prójimos, que somos no sólo falibles sino errados en multitud de ocasiones y, esa falta de amor, ocasiona un dolor en el cercano que podría ser evitado si se reconoce y se pide y concede el perdón.

Reconociendo que cometo errores, que soy de los que se equivoca a diario e incluso que conscientemente he podido actuar ocasionando daño a otros, lo que suelo encubrir en la dureza de mi profesión, lo cierto es que seguro que he dañado a algunas personas, por lo que, consciente de ello, con el corazón contrito, con un sentimiento real de dolor, me gusta, necesito, me sana, reconocer el daño producido y todos los Jueves Santos pido perdón, me humillo sin pudor frente a aquellos a los que ocasioné un daño, un perjuicio o un dolor y requiero su perdón.

Es una actuación que llevo haciendo desde que comencé a escribir en público, hace ya más de 25 años, cada Jueves Santo, y no es algo que me resulte fácil, ni agradable, ni me genere satisfacción, pero es algo que da paz a mi alma, en la medida que recupero el sentimiento de amor a los demás que durante el resto del año, poco a poco, día a día, pareciese perderse o anestesiarse con el devenir de las cosas.

Pido perdón de corazón a mi familia, a mis amigos, a mis clientes, a mis cercanos, a mis adversarios, a quienes se consideran enemigos, en definitiva, a todos y cada uno de los que se han acercado a mí y les he podido, consciente o inconscientemente, dañar y perjudicar sin necesidad, sin criterio o sencillamente destrozando su corazón o sentimientos.

El amor es dar y recibir, pero va incluso más allá, es dar aún sin recibir, de forma que aunque no me diera yo tengo la obligación de dártelo y si no lo hice te ruego me perdones, me lo dejes ver claro, pues hay veces que precisamos aumentos de los que carecemos, y te garantizo que buscaré el modo de no volver a hacerlo y crecer juntos.