He esperado a que pasara el día de autos para comprobar si en Tordesillas sucedía algún incidente con su famoso Toro de la Vega.

Visto lo acontecido, viene a mi memoria el famoso estrambote de Cervantes que termina con el “fuese y no hubo nada”. Esto es, por suerte no ha pasado nada y la suelta del toro, por cierto, de excelente trapío y presencia ha discurrido en dicha población como un encierro más de los muchos que se celebran en Castilla y otros lugares de España.

Yo, ya como presidente de la Asociación Taurina Parlamentaria, escribí un artículo sobre el tema en el año 2014, sosteniendo que el Toro de la Vega no era Tauromaquia, sino algo diferente, un torneo medieval, y que no estábamos ya en la Edad Media, por lo que por muy antigua que fuera la tradición, ésta como tantas otras, debían adaptarse al sentir de los tiempos y evitar la catarata de críticas que producía la muerte del famoso toro en la calle.

Sostenía que habría que empezar por decir que, aunque dichos espectáculos taurinos son en sí plurales y no monolíticos, en los que caben, además de los espectáculos generales protagonizados por profesionales o aspirantes a serlo, otros denominados “populares” entre los que, dada su diversidad, alguien podría encuadrar el del famoso toro, que ello no era así. Por tanto, habría que señalar las razones por las que esto no es posible, ya que la muerte de las reses bravas en los espectáculos taurinos no pueden dejarse al arbitrio de los asistentes, ni mucho menos mediante la utilización de instrumentos o armas, como lanzas o similares, puesto que el espectáculo taurino popular es incruento por naturaleza y la muerte del animal se realiza sin presencia de público, tal como determina la normativa que los regula, como es el Reglamento Taurino de 1996.

Incluso, en la actual regulación del denominado Torneo del Toro de la Vega, existe paradójicamente un capítulo, el séptimo, titulado 'El respeto al toro', en el que se afirma que “Como principal participante, el toro merece el respeto y admiración de los torneantes y espectadores, como es costumbre en este rito”, lo que no se compadece en absoluto, con el tratamiento que se le venía dando al animal.

Francisco Brines, el gran escritor y poeta, recientemente fallecido, hablaba del respeto al toro como víctima, diciendo que “Nunca la víctima, y aún más si en ella nos encarnamos, debe ser despojada de su dignidad. Exijámosla siempre fuerte, orgullosa y noble ante la muerte, como a nosotros mismos”.

Ahora, se pretendía no matar el toro en la calle sino clavarle arponcillos y divisas, lo que tampoco ha sido autorizado por el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León, al que han acudido los antitaurinos, que también querrían hacer lo mismo, esperemos que no lo consigan nunca, en los espectáculos reglados, por aquello que dijo José Bergamín, “todo el que no puede ver el toreo, no lo podrá entender jamás por falta, no por sobra de sensibilidad verdadera, de clarividencia”.

En definitiva, de acuerdo con el lema de una asociación que presido, “Los hombres y los animales en su sitio”, el Toro de la Vega, está, por fin, en el sitio que le corresponde.