Los últimos días han sido propicios, políticamente hablando, para encontrar en cualquier medio de comunicación una expresión que personalmente me suena muy mal, como la de "rodar cabezas".

La prensa escrita y los medios audiovisuales han estado diciendo que los espiados independentistas pedían que rodaran cabezas para que la dignidad de los espiados, cuando estaban cometiendo fragantes delitos contra el Estado, España, se vieran recompensados. Y este es el problema.

En el término "rodar cabezas" se combinan dos peligrosas cuestiones que, en estos momentos, se dan con mayor fruición: por una parte la debilidad del que cede, cuya vida física, emocional, profesional o política depende de antojadizos deseos, y por otra, la recompensa al solicitante de tal hecho.

Desde que la humanidad existe, la imagen de la cabeza decapitada sobre una bandeja de plata se ha hecho patente en muchas narraciones literarias e históricas. Y en todas ellas se muestra una absoluta dependencia y fragilidad de quien ofrece el "trofeo"; y, en segundo lugar, el ganador del mismo, el que ha solicitado la recompensa que exhibe dicha cabeza picada en su lanza como premio y como aviso a los rivales porque es el símbolo de poder y victoria definitiva sobre “el rival más débil”.

Además de lo expuesto, el término "rodar cabezas" nunca me ha gustado por otras características que se suele dar a lo largo de la historia en los que les gusta ejercitar esta macabra técnica: que se acostumbran a ella y se convierte en una obsesión. Por su fragilidad, cuando sus oponentes les solicitan responsabilidades antes sus actos, inmediatamente encuentran a alguien a quien echar la culpa para "cortarle la cabeza" y así redimir su ineptitud.

Se pasa de dar explicaciones responsables a ofrecer culpables. Se han acostumbrado a redimir su culpa y, como una obsesión, "cortan cabezas". Por otra parte, quienes solicitan los trofeos convierten esta práctica en un ritual de purificación de sus malas acciones. Es decir, todas sus equivocadas acciones, sus malos comportamientos, sus "pecados" son limpiados en la "sangre" del que ha sido sacrificado.

Con todo ello, ni los primeros, los que decapitan, ni los segundos, los solicitantes de la cabeza, salen dañados. El único perjudicado es el decapitado al que no le dieron tiempo de defenderse y evitan que la verdad se pueda conocer en su totalidad.
Trascurridos los días adecuados, todo vuelve a su lugar. El débil, en su incapacidad, parece fuerte y los delincuentes mucho más fuertes y purificados.

Pero este desarrollo teórico de lo que pueda significar la expresión que motiva este artículo no puede quedarse en un simple análisis filosófico. Mi pretensión es que, una vez analizado conceptualmente el problema, se contraste con la práctica, con lo que acontece en la realidad y se saquen las consecuencias oportunas.

En el caso que nos ocupa y que no hace falta ser explicado ni exhibido, se pueden observar personajes muy débiles, cuya dependencia de los deseos de otros les hacen frágiles, pues sobre ellos siempre pende la "espada de Damocles", y otros sujetos que en su despotismo y, a pesar de sus delitos, se sienten cada vez más fuertes y exigentes.

El que cede es cada vez más débil y el que gana en sus deseos cada vez más fuerte. Esta combinación es peligrosa por la reacción que pueda darse. Si desde mucho antes de la Revolución Francesa, la decapitación ha sido una de las penas más suculentas de la Historia por su componente de dominación ante el enemigo, es en ese momento cuando se hace una obsesión descontrolada dando comienzo al "reino del terror".

Las consecuencias, pues, nunca son buenas porque no son nada recomendables para un estado democrático. En él, nunca un gobernante puede manifestarse débil y condescendiente ante los delincuentes, aunque su permanencia en el cargo dependa de ellos. No se puede estar cediendo constantemente y darles recompensas porque con sus trofeos redimen y purifican sus culpas.

Además, como es imposible encontrar siempre un "chivo expiatorio” al que "cortar la cabeza”, esta táctica por encontrar culpables se convierte en una obsesión y puede hacer traspasar al gobernante la peligrosa línea al "reino del terror".

Hecha la reflexión solo queda que si alguien tiene la posibilidad de que lo lean y reflexionen los directamente implicados, nos podría venir muy bien a todos si tomaran nota. ¡Espero que lo entiendan!