Crispación es sinónimo de convulsión, mientras que su antónimo es distensión. Mesura es sinónimo de comedimiento y su antónimo es el exceso.

Aquel que crispa realiza una acción agresiva y/o violenta que produce una reacción que retroalimenta la situación y provoca el mantenimiento de la tensión. Si frente a una acción generadora de crispación se reacciona con mesura, no necesariamente se elimina el efecto de tensión que se busca con la convulsión generada, es incluso posible que una falta de reacción, o la reacción comedida o moderada, impida frenar la escalada de crispación.

La mesura es un modo de proceder en la vida que facilita las relaciones entre adversos, que permite la conversación y la negociación, que no depende de una forma, sino de un fondo real, pues algunas personas pueden resultar mesuradas en sus formas y utilizar métodos de imposición que generan una situación injusta y, por otra parte, una persona puede convulsionar y agitarse cuando, aún con formas aparentemente discretas, están dañando sus basamentos o fundamentos personales.

Nuestro modo de actuar y de vivir debe de cursar mesurado, pero la defensa de nuestros valores, fundamentos y cimientos debe de ser férrea, firme, resistente, en la medida de lo posible, debe de estar exenta de violencia, pero resultar inquebrantable, lo que efectivamente al enemigo, a aquel que pretende romper nuestras bases, le generará crispación.

Por tanto, nuestra vida debe de moverse en la defensa de nuestros valores de forma comedida, moderada, juiciosa e intentar convencer al adversario y evitar a los enemigos, buscar de este modo evitar la crispación y/o conmoción, de no ser precisa en la defensa no de una posición u otra, no de una visión u otra, sino de los fundamentos de vida que debemos tener.

El otro día, en la ceremonia de graduación, el sacerdote, con su mejor intención y sentimiento, hizo una alabanza a la mesura, contraponiéndola con la crispación, exaltando los valores del centro y criticando los planteamientos extremos, de forma que, básicamente, podríamos estar de acuerdo, pero olvidó o, al menos no mencionó, que nuestro Señor azotó a los mercaderes, que se enfrentó a los sacerdotes y se mantuvo firme en sus planteamientos. ¿Acaso Jesús pecó de crispador, o extremista?

Efectivamente, Jesús fue un personaje que generó crispación en su tiempo, removió los cimientos de las personas, lo pagó con la muerte y era una persona mesurada, pacífica, amorosa y amante, lo que demuestra que no se puede equiparar mesura y crispación, ni santificar el centro para demonizar el extremo, que lo importante son los valores, los principios, los fundamentos reales que buscamos.

Si ser extremista es defender la igualdad de las personas y no aceptar postulados divisores, la existencia de adversarios y no de enemigos, la libertad de elección y vida del ser humano y no de la muerte como un supuesto Derecho, la familia como ladrillo básico del edificio común y no las ideologías que luchan contra la naturaleza de las cosas, la ayuda al necesitado y no la solidaridad bien engrasada... Si eso es ser crispador, o falto de la mesura precisa, lo siento padre, pero mi obligación es presentar la otra mejilla, pero seguir el camino de la crispación y del extremo.

Debemos de vivir mesuradamente, con cimientos sólidos y defensas de nuestros fundamentos que no permitan dar un paso atrás, pues los valores deben de ser nuestro principio y fin. Si aceptamos que todo vale, nada sirve, todo depende de quién o cómo se diga o haga, si todo es relativo, ni tú ni yo valemos nada, pues dependerá del ojo que nos mire.

La sal es un condimento que da sabor a la comida, que en exceso la amarga, pero, en defecto la deja sosa. Si somos sal, debemos servir a nuestro destino.