Nadie con un poco de inteligencia, un mínimo de sentido común y cierta preocupación por el futuro de España y de sus ciudadanos puede pasar por alto las nuevas propuestas que se están haciendo en la Educación en España.  

Nos hemos empeñado en que los niños, cuando van a la escuela, van a “pasar el rato” y reducimos el periodo de enseñanza/aprendizaje a una mera diversión, cuan paso por una sesión cinematográfica. El mayor esfuerzo exigible al alumno es ir al colegio, al instituto e, incluso a la universidad. Con el asistir ya es suficiente porque pensar que además tiene que esforzarse en trabajar, atender, aprender, participar,… parece una tarea traumatizante para el niño.

Por eso, creer que su trabajo pueda ser evaluado, valorado e incluso calificado como bueno o mejorable, no entra en los postulados de estos ideólogos de la mediocridad.  Personalmente pienso que cuando un profesor se empeña en divertir a los alumnos, generalmente es porque no sabe enseñarles nada. Es más difícil enseñar bien, enseñar con autoridad y comprensión, enseñar con eficacia y eficiencia para los alumnos que simplemente divertirlos.

Cuando un alumno aprende y descubre el sabor del saber, el conocimiento y adquiere el gusto por él, encuentra diversión en su trabajo. La diversión aparece ante un trabajo bien hecho y, claro está, en alcanzar este punto tiene mucho que ver con la pericia del docente y el esfuerzo personal.  Pero, ante las dificultades que esto encierra y ante el inmenso esfuerzo que supone para un docente y un discente alcanzar esta meta, lo reducimos todo a nada. En vez de formar buenos docentes, sabios en sus materias, entregados y bien remunerados social y económicamente, los reducimos a meros entretenedores de niños. 

Derivada de esta visión paupérrima de la educación aparece otra intervención desacertada: la eliminación de contenidos, asignaturas y su sustitución por propuestas ideológicas. Ya no es posible estudiar la Revolución francesa, la Primera Gran globalización hecha por España tras la conquista de América o la Guerra Civil. Ya no se estudia el terrorismo de ETA ni se quiere enseñar lo que supusieron para España los grandes acuerdos del 78, pero se recogen “sesudas” reflexiones sobre la influencia del reguetón en los jóvenes.

Se olvidan los números romanos, los logaritmos, los quebrados y hasta la regla del tres y lo que se propone tiene que ser bajo la perspectiva de género. ¡Me imagino a los números en arduas discusiones en el descubrimiento de tal asunto!    Desaparecen grandes periodos de la Literatura para sustituirlos por mediocres aportaciones de autores cargados de ideología. La Filosofía desaparece y la que se mantiene se reduce a dos horas testimoniales a la semana. Nada valen las palabras del propio presidente del gobierno que aprovechando el Día Mundial de la Filosofía de hace unos años aseguraba que esta asignatura «debe volver a las aulas y ese es el compromiso del Gobierno. Estudiarla resulta vital para entendernos unos a otros y para desarrollar un pensamiento crítico de que nos ayude a hacer frente a las injusticias». Visto lo visto la conclusión es clara, no interesa desarrollar pensamiento crítico, no importa entendernos unos a otros ni hacer frente a las injusticias.

En este afán por imponer sus tesis diseñan programas, currículums, materiales “didácticos” y artículos, publicados en tribunas de pedagogía, en los que se olvidan de importantes autores de pasados siglos (los clásicos), a los que desdeñan porque son aburridos para los chicos, no los entienden, hablan en un lenguaje poco sexista, juegan con conceptos mal vistos en la actualidad, y un sinfín de argumentos del presente para juzgar el pasado. Lo justifican porque los alumnos no encuentran gusto por la literatura.

Como solución proponen eliminar a Cervantes, Quevedo, los místicos, Lorca y sustituirlos por Alicia en el País de las maravillas, Peter Pan, Coraline o Harry Potter. Algunos defienden prescindir de Platón, Aristóteles, Tomás de Aquino, Descartes o Kant para entretenerlos con actuales artículos periodísticos escritos por modernos “intelectuales”. En la música es más interesante, por actual, hacer inmersiones por el mundo de las “batucadas”, que divierten más, que enfrentarse a la sexta de Beethoven que fue un autor poco claro en apoyos políticos. Qué decir del arte. Es mejor excluir a grandes pintores del Barroco que pintaron escenas religiosas o mitológicas ya desconocidas y sustituirlas por grandes murales grafiteros.

Esta es la línea propuesta para la educación en España. Claro está, con este panorama quién es el valiente de poner metas, barreras que saltar u obstáculos para llegar al final. Al final llegan todos y de la misma manera. Los aprobados o suspensos no existen y por lo tanto ya no hay fracaso escolar. Lo hemos defenestrado de un plumazo. El problema es que siempre es a costa de los que pudiendo aprender, formarse, progresar, cada cual, según sus capacidades, no se les da más oportunidad que la mediocridad.

Con este panorama educativo cobra actualidad una viñeta que inunda las redes sociales en la que se indica a unos niños en la escuela con el cerebro vacío. Esa será la otra “España vaciada”, niños y jóvenes sin formación, sin pensamiento crítico, manipulables y, sobre todo, indefensos ante la realidad. Frente a ellos los que han podido huir de esta catástrofe educativa, los que gracias al poder adquisitivo de sus progenitores se han formado en el esfuerzo y el trabajo fuera de la escuela pública serán los grandes beneficiados.

Según Jorge Sáinz, catedrático de Economía Aplicada de la URJC, «Este currículo es de mínimos y los máximos estarán vinculados a la renta que tengan sus padres y de los conocimientos que les puedan trasmitir». Por eso como dice Jorge Cabanes: “estamos engañando a los chavales. La escuela exigente es el mejor método de igualación social; cuando dejas de ser exigente, los que más sufren son los que vienen de ambientes familiares menos exigentes». En consecuencia, los autollamados “defensores de lo público” están dando alas a lo privado.  Y todo se resume en una sola intención: querer hacer de la educación una bandera de adoctrinamiento ideológico. Craso error y una tropelía mayúscula.