La toga era la prenda más emblemática y definitoria de la República Romana. De ahí que, cuando nos refiramos a la toga, utilizada de forma secular en la Justicia española, hagamos referencia a un aspecto arcaico de la misma, que encubre todo un proceso escénico, una parafernalia visual, en el que se desarrolla el proceso jurídico en su etapa final: la vista oral.

En esa estructura teatral, los intervinientes en ella (jueces, fiscales y letrados) se alzarán en un estrado en el que, todos ellos, se encontrarán al mismo nivel y en igualdad de trato de las partes, siempre de cara al público o a quienes intervienen en el proceso como partes, peritos o interesados.

La justicia se desarrolla en un nivel elevado respecto del público, pero en igualdad de trato y posición entre las partes.

Hemos de partir de la premisa de que la Justicia es el único poder del Estado reflejado expresamente en la Constitución y se trata de un poder de control, establecido en todo sistema político, como resolutorio de los conflictos de los ciudadanos, reservándose para sí la capacidad de decisión y la coerción precisa para el cumplimiento de sus resoluciones independientes de los otros poderes.

La Justicia es palabra, forma, protocolo, es un modo de hacer las cosas. Sin esas formas, sin esos procesos, sin esos "teatros" se pierde la realidad de la misma, el poder que la misma encierra, la igualdad de las personas y se tuercen sus decisiones, que se ven envueltas en la palabra. Si perdemos la posición igualitaria de los estrados, si nos despojamos de la igualdad que imprime la toga, si el proceso no existe, la Justicia se pierde, la independencia se trunca.

En su día, no hace tanto, para actuar ante el tribunal era preciso el birrete, traje, zapatos y corbata negra, camisa blanca y toga. Se perdió el birrete, del que guardo un ejemplar; se perdió el traje negro, pese lo cual. si mi intervención es ante una Audiencia o Tribunal Superior, suelo cursar con él o al menos muy oscuro; la corbata nunca me la pongo de colorido, sino que acudo con ellas dentro de la precisa discreción, y la toga es la única prenda que se mantiene en la Ley Orgánica del Poder Judicial y en el Estatuto de la Abogacía, su pérdida supondría la equiparación del Poder Judicial a una simple administración pública.

Consecuencia de la covid19 y de que muchos letrados no tienen en propiedad su toga, se autorizó la actuación sin dicha prenda, como se autorizó la no presencialidad en el acto judicial y se han desplegado un sin fin de actuaciones que, resultando cómodas, incluso positivas, consiguen despojar a la Justicia de la presencialidad, la inmediación real, el sentimiento y detalles que sin la presencialidad se pierden y pueden ser importantes; por ejemplo, mal se puede identificar una persona si no se quita la mascarilla o lo contemplo en una pantalla de ordenador.

Obsérvese que los Jueces y Magistrados acuden a sus intervenciones, de forma casi unánime, con sus togas, en menor medida, pero siempre mayoritariamente, los fiscales con las suyas y sólo los letrados comparecen desnudos de la misma, sin concienciarse de que ello supone posicionar a su cliente, como parte, en un formato distinto, desigual respecto del resto de intervinientes.

En la medida que el protocolo, la forma, son consustanciales a la Justicia, si la parte contraria no viste toga, con el fin de igualar formalmente la posición, no la calzaré.

Cada vez que entre y salga de una sala de vistas realizaré una reverencia, que no es al Juez, sino un reconocimiento y respeto al acto que se está celebrando, se ha celebrado o se celebrará y nunca una sumisión o servilismo a nada ni a nadie.

En la medida que desprendamos de estos protocolos a la Justicia, los jueces no serán más que funcionarios de alto nivel en una administración pública más y, por ende, perderán su imparcialidad y se someterán a los principios administrativos de jerarquía y obediencia, y los letrados dejaremos de ser operadores jurídicos en posición de igualdad, para no ser más que un administrado sin sometimiento a reglas, principios, éticas y modos de hacer, que se incrementan con el conocimiento técnico, perderemos la esencia, perdiendo la Justicia.

La Justicia es una máquina precisa que requiere de la presencia y buen funcionamiento de todas sus piezas: un juez, un fiscal, un secretario, un letrado, unos funcionarios. Si retiras o dañas o mal funciona una sola de ellas, se perjudica todo el proceso y el resultado. Cada pieza debe de intentar actuar correctamente y obligar al resto a realizar su labor con criterios óptimos, de forma que, cada vez que contemplemos un defectuoso cursar de la Justicia, busquemos qué defectos en las formas, proceso o protocolos se han producido y/o qué pieza o piezas no han funcionado, para evitar la repetición del defecto.