La Trinchera

De toros y toreros: un lugar para el aficionado en la boca del león.

Un toro de Cuadri en los corrales de Las Ventas pidiendo toreros naftalina

Un toro de Cuadri en los corrales de Las Ventas pidiendo toreros naftalina

La plaga de los toreros naftalina

Ahora que las figuras de siempre están más que amortizadas y a los nuevos no los conocen ni en sus barrios, los aficionados y las empresas cantan juntos la epopeya de los matadores naftalina. Llegan con una historia de superación que contar, digerida la soledad del fracaso: han encontrado su hueco en un sector incapaz de generar nuevas promesas. Los naftalina disfrutan de la segunda oportunidad que les concede la profesión con la edad que tenían los toreros de los 90 cuando habían estrellado cinco o seis mercedes e iban de vuelta de los cortijos y los divorcios.

No se trata de viejas glorias que reaparecen como hizo Antoñete en los 80. Es diferente: son toreros reciclados de su propio talento. En la juventud, acabaron sepultados por las temporadas. La producción de la industria les dio la espalda, no estuvieron a la altura. De alguna forma mantuvieron viva cierta técnica, consiguieron el valor de los renegados. Pasan los años, un buen día aparecen anunciados, logran la actuación de su vida cuando nadie los recordaba. Suena encantador y ese es el problema. Los triunfos suelen llegar con ganaderías duras, la coartada utilizada para exponer un relato sin fisuras sobre injusticias y dineros perdidos.

El toreo concede a las leyendas palabras como “solera”o “poso”. Les caen como medallas a los matadores que lo consiguieron todo en el momento de los buenos: vuelven por un día, se les ve caminar por la calle o fuman bien en las entrevistas. Los naftalina han conseguido desvirtuar esos términos, cargando de galones sus creaciones pretenciosas, caducas, redichas. El olor a cerrado llega a los tendidos cuando les pueden a un toro. Escucharlos hablar es sórdido, esa épica cursi que empalaga. Alimentan la burbuja de la tauromaquia conmovedora.

De sus ilusiones marchitas surge la literatura de autoayuda que mueve a la gente. Se conocen muy bien a sí mismos. La hierba de la boca se les secó hace tiempo, pero ese personaje vende más que los torerillos con hambre. La afición se deja llevar por los trucos y los discursos, y hasta los vídeos de su preparación tienen más visualizaciones que cualquier resumen de las novilladas.

Es el producto definitivo para estos tiempos decadentes: ofrecen algo nuevo, no molestan y son baratos. Antes, todos estos reencontrados eran interesantes por haber perdido, agazapados en sus casas, reviviendo las anécdotas, rumiando los conocimientos que ya no iban a poner en práctica. Los chavales los tenían como referencias. Ahora taponan sus oportunidades. La carne fresca se pudre en algún lugar perdido del sector, la carne vieja nos la venden como novedad.

De ese camelo les gusta participar a muchos. Los naftalina se apoyan en sus limitaciones, elevadas como virtudes. Caen simpáticos, y las arrugas, las canas y cierta paciencia creadora quedan muy bien en los documentales, en los reportajes, en las redes sociales, donde se les alimenta el ego que les caducó hace varias décadas.

¿Qué es tan interesante? Pues la afición se derrite con sus fantasías de bohemia y romanticismo. Este proceso sigue imparable su curso. Llegará el día que los toreros que perdieron el tren en algún momento de las últimas temporadas tengan su rentrée. Los jóvenes pueden estar tranquilos: interesarán más cuando sean unos carrozas.

La tauromaquia está hecha para que los chavales quemen la matrícula de la universidad en las puertas grandes de las plazas de toros, ese horizonte de la vida normal agarradita al contrato. O al menos matarse en el intento. Nos van a obligar a actualizar los viejos refranes: el torero con 45.

Los toros viven un momento complicado con las figuras que acumulan tantos años de mandato, la reducción de ferias, la debilidad de los pueblos, la crisis de competencia entre empresarios y apoderados, la concentración de ganaderías, la falta de dinero, el desinterés del público y ahora hay que sumar a los problemas la presencia de los toreros naftalina que leen poesías a los toros en los pocos lugares libres que tenían los chavales de veinte años para estrellar sus aspiraciones, conseguir el éxito o perder la vida en cualquier enfermería. Bienvenidos a la tauromaquia de jubilados para jubilados.