Consumada la chapuza de la carta personal del actual presidente Sánchez al rey marroquí, sin contestación y sin acuerdo alguno, en la que pasa el gobierno actual de la tradicional neutralidad inoperante española a la directa claudicación ante la invasión consumada del territorio saharaui, vuelve a agitarse la opinión pública en diferentes actitudes que van desde el sentimiento de traición a nuestras responsabilidades a la justificación de argumentos que señalan la prevalencia de los intereses del momento para dirigir una política llamada realista.
La cuestión del Sahara Occidental no es un tema aislado. Lo que está en juego es toda nuestra relación en su conjunto con el cercano norte de África, y muy especialmente con Marruecos. Por supuesto que en un mundo interrelacionado hay más componentes que influyen en nuestras relaciones exteriores, pero esta parte precisa una atención especial. Tres cuestiones destacan en lo anterior, el Sáhara, nuestras dos ciudades autónomas y las aguas jurisdiccionales de las Canarias.
Todo ello está incluido en los mapas oficiales marroquíes como su territorio propio, mejor compendio de intenciones no se puede tener. Además, tenemos el problema de la inmigración ilegal y los difíciles acuerdos agrícolas y pesqueros, entre otros.
En general, la posición de España ha acusado de graves debilidades en sus negociaciones con Marruecos, con la UE y con la OTAN. El seguimiento de las llamadas “políticas realistas” no parece que hayan sido muy exitosas en resultados hasta el momento, y además destilan debilidad, y eso se nota. Haciendo un corto resumen de situaciones , merece recordar que la OTAN deja fuera de su tratado a las españolas Ceuta y Melilla,y la utilización de la presión migratoria, usando incluso a menores.
No, no sólo es la cuestión del Sahara O. Nuestra relación con el vecino del sur ha sido de tensión constante, con altibajos periódicos a gusto del vecino, una tensión que oculta una agresión mantenida en el tiempo y que se corresponde con lo que ahora se llama guerra de baja intensidad. Tenemos tres puntos de vecindad geográfica con Marruecos, citados anteriormente, y en los tres tenemos conflictos con el vecino, conflictos creados por exclusiva decisión de Marruecos.
Pasa desapercibido el acoso constante a nuestras dos ciudades autónomas, Ceuta y Melilla, invadidas gradual y soterradamente desde hace tiempo por ciudadanos marroquíes que se instalan en ellas creando una masa ciudadana que vota y acabará siendo mayoritaria, todo ello con la ceguera de los políticos españoles que no ven el problema a largo plazo. Y también tenemos el acoso a Canarias y sus aguas jurisdiccionales.
El Sahara Occidental no tiene relación alguna con Marruecos, y así lo dictaminó el Tribunal Internacional de La Haya. La primera agresión no fue tan pacífica pues fue una imposición que acabó en invasión del Sahara O. en 1975 y su incorporación al territorio marroquí, su colonización foránea, el expolio de sus recursos minerales y pesqueros y la persecución y desarraigo de los saharauis autóctonos. La respuesta de España en 1975 fue de claudicación, pero España continúa siendo legalmente la potencia administradora y sigue pendiente realizar el referéndum de autodeterminación saharaui.
Desde entonces la postura de España en este conflicto ha sido de teórica neutralidad y de seguimiento de las resoluciones de la ONU, aunque nunca ha propiciado acciones para su justo cumplimiento. En los 47 años de invasión del Sahara O. las presiones de Marruecos contra España han sido constantes y continúa siendo un motivo de fricciones serias en nuestras relaciones . Se puede decir que nuestra claudicación deshonrosa en 1975 no nos ha traído la calma, ni mucho menos hemos obtenido ningún beneficio .
En estos momentos en los que se vuelve a hablar de posturas realistas , no hay más que volver la vista al reguero de sentencias, cárceles y persecuciones a los saharauis que todavía viven en sus ciudades ocupadas, o mirar la dureza de vida de los exiliados en la desértica hamada argelina de Tinduf. Allí sí que todavía hay dignidad y esperanza.
A la vista de los magros resultados obtenidos hasta ahora, más bien negativos, la postura de España con Marruecos tiene que cambiar radicalmente. El cortoplacismo melindroso de nuestros gobernantes nos perjudica e impide tener un proyecto sólido a largo plazo en nuestras relaciones con nuestro vecino del sur. Por supuesto no se pueden aceptar las continuas agresiones a nuestros intereses que padecemos con esa guerra de baja intensidad de Marruecos. Queremos buenas relaciones y buena vecindad , pero nunca se pueden aceptar las afrentas y agresiones que de forma repetida e histórica padecemos. Firmeza es la palabra adecuada a la situación y si nuestros gobernantes no saben tenerla no son dignos de que los mantengamos.