Opinión

El insulto

El polémico ninot de Felipe VI ardiendo.

El polémico ninot de Felipe VI ardiendo.

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El insulto es la acción de ofender o humillar a otra persona. Simple, sencillo, fácil de entender y comprender, incluso unos cuantos de este hermoso país llamado España. Espera, espera, antes de indicar con el dedito a tu vecino, al compañero del curro, a la criatura que conduce un vehículo a motor.

Algunos tenemos una nula simpatía por la gestión del gobierno. Gracias a sus méritos propios, descubrimos día a día cómo nos están llevando a la peor época conocida. Nos enfrentan a diario tildando a una parte de la sociedad con el calificativo «extrema» e indolente, de odio hacia el resto. Ellos, quienes se han autoproclamado «progresistas», supuran aversión por la discrepancia a sus ideas, propósitos y fines. En cambio, para llegar donde llegaron, mienten. ¿Es la mentira un insulto?

Mentira

«Los malos son malos por sus acciones; nunca porque nosotros pensamos en su maldad, aunque lo sea». Es un principio fundamental. ¿Es lícito mentir y usar la mentira como insulto? Para llegar al gobierno de España, sí. «La mentira es un arma revolucionaria» según Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, de pequeña estatura y nacido al lado del río Lena. Utilizó esa estratagema para acceder al poder; modificó legislación y reglamentos, de tal forma que, una presunta democracia se convirtió en una amarga dictadura —¿a quién recuerda?—; amarga para aquellos que sufrieron durante años la pobreza, hambruna, violencia, tortura y muerte.

Esa forma de organización de un Estado se replicó en otros, tanto de su entorno, como allende los mares. Resultado, más de 100 millones de muertos. A día de hoy, aún permanecen en algunos países. Otros, increíblemente, abogan por llegar a esos sistemas añorados. Resulta muy extraño que, determinados individuos, simpaticen por esas tristes y dolorosas situaciones en la distancia, sin irse allí a disfrutar de esas «bondades» que anuncian. ¿Puede ser un insulto negar la evidencia de la mentira?

Arte

Siempre, de toda la vida, resulta dudoso el concepto «arte» para el común de los humanos. Hay obras como gustos por los colores. Más o menos acertadas, dependiendo de la época; de mucha o menor valor, según la tasación. Uno de los mejores índices consiste en la popularidad entre los ciudadanos. Por ejemplo, una película puede recibir una gran acogida en la recaudación en taquilla, pese a los críticos que indican su vanalidad, poco argumento, chistes o situaciones simples, facilonas, poco imaginativas. En cambio, puede un largometraje sesudo recibir el título de «obra maestra»; creado por un genio, de esos que necesitan explicar durante una hora o diez la simbología de la trama, visión del texto, personajes, luz, sonido, elementos técnicos y poca o nula recaudación en taquilla. Será la poca «cultura» de la mayoría de la sociedad. Será.

Financiación

Muchas de las expresiones artísticas poseen una dudosa, muy dudosa calidad para ser acogidas en el espectro «arte». Dentro de ese lugar, tan etéreo como amplio, el mejor logro del autor es conseguir alcanzar el precio de su estimación por la creación. Es decir, «el arte no es hacerlo; arte es venderlo».

La financiación privada hace lo que le da la gana con su dinero; para eso es suyo. Libertad, democracia con el límite de la ley como frontera de la expresión. Una empresa privada, ya televisión, ya productora, puede gastar su dinero para lo que buenamente quiera y crea. En ello consiste la libertad de mercado: gestionar tu dinero para conseguir beneficios. ¿Quién crea un negocio con intención de perder su inversión?

La financiación pública posee unos límites superiores. «El dinero público no es de nadie», según la exministra Carmen Calvo. Ese control del Tribunal de Cuentas limita y protege las finanzas públicas de los dispendios en las administraciones.

Insulto

El gestor público debería ser diferente, tener principios y fines distintos; al menos en teoría. Se da la circunstancia compleja a la hora de contratar una actuación de un presunto «artista». Ejemplo. En una localidad, el concejal encargado de festejos busca organizar eventos, actuaciones, para celebrar la festividad local. El presupuesto, mínimo, «hay que ahorrar», en teoría. Entre el elenco de posibilidades encuentra a un individuo, al parecer gracioso y «artista». Su mayor logro consiste en repetir y ladrar frases insultantes contra personas, grupos de la sociedad, con características o enfermedades que condicionan su día a día.

Ese fulano hace mofa de las personas con discapacidad, que tienen «plaza de aparcamiento del puto minusválido»; befa de la edad, «cuidaos los jóvenes, vais a durar más que esos», señalando a personas mayores; ningunea a personas con alguna mutilación, «no daré dinero y me da igual el número de miembros que le falten». ¿Desconocimiento? Sabía perfectamente a quién contrataba, «por sus obras les conoceréis». A socialistas y ciudadanos, también.

Gastar dinero público para que nos insulten. ¡Váyanse a la mierda con su «arte»! Fuera del término «insulto», es un deseo.