Opinión

Epístola de Pablo a Pedro

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en el Congreso de los Diputados, durante el debate de investidura.

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en el Congreso de los Diputados, durante el debate de investidura. EFE Madrid

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Camarada Pedro, como bien sabes hemos cumplido 4 años, 4, de nuestro acuerdo. Los imbéciles de la extrema derecha se reirán al escuchar ese término numérico en este año 2021. Nosotros, tú como doctor en economía y yo en política, sabemos que, la duración de este acuerdo, será esa cifra para empezar.

Los tiempos han sido duros, difíciles para la plebe de este país, que antes llamaban España. Vosotros y vosotras, nosotras y nosotros, tú y yo, hemos llevado el peso más complicado de todo el trabajo. Recordarás la poca o nula imaginación que había en las formaciones políticas sobre nuestro futuro. ¡Ay, pusilánimes!

Los acuerdos con esas gentes tan dispares fueron dando poco a poco sus frutos. El palo y la zanahoria es el fundamento en política. Hay muchos ejemplos a lo largo de la historia. Poner en práctica todos y cada uno de los anhelos extremistas resulta una profunda utopía. Sin embargo, como bien acordamos, prometer, lo que es prometer, se promete y punto pelota. Luego, a la hora de cumplir las promesas, hemos de ser más cuidadosos para no dejar en sus manos la dirección de nuestra nave. Ellos, extremistas ajetreables, son felices siendo el mascarón de proa donde rompemos el hielo de la extrema derecha, cada día más menguada, mientras nosotros manejamos el timón del barco. Ya lo dijo aquella «danzanta»:

—¿Quién maneja mi barca?

Heredamos unos cuantos líos de Mariano. Principalmente el deseo de libertad de esa región al nordeste. Hice visita a varios en el talego. «¿Libertad? Claro. ¿Amnistía, indulto?» —¿te acuerdas?— «Hay que seguir los plazos sin meter prisa ni sacar la pata del banco cada poco tiempo». Sí, sí, se tragaron todo aquello y, como ves, camarada, los días y semanas, meses y años pasan para todos; ellos volverán al sombrío, en cuanto pasen las elecciones. En tanto, tú dando vueltas en el avioncito por ahí y yo ayudándote.

Comprendo perfectamente sus movidas. Nosotros y nosotras tuvimos que comer lo nuestro y lo suyo para conseguir votos en nuestro platillo de la balanza electoral. ¿Recuerdas, Pedro? «Las ministras y ministros han de ser simples, torpes, incluso mal vestidos si hiciera falta: ellos serán el objeto de las críticas y burlas antes que nosotros y nosotras. Veintiún escudos, veintiuna barreras antes de llegar a ti y a mí». ¡Qué gran reflexión!

Has obrado muy bien con la negociación de los «Pé-Gé-É». Esos Presupuestos Generales del Estado, cuyo apócope te salió genial en la rueda de prensa para cambiar las siglas de los camaradas vascos oprimidos, resultan ser nuestra tabla de salvación. Cuentas y números son tu estrategia, amigo, sabes de economía y el doctorado se te hace pequeño. Ni de color ni blanco, el «novel», eres un fenómeno.

Esos extremistas dan mucho la paliza con los liberadores del pueblo vasco. Conozco bien el paño, como sabrás. Mis contactos se remontan a ser su enlace en la capital del «centro». Después me invitaron a dar varias conferencias en sus maravillosos locales de copas y comida. ¡Jo, tío, tenías que probar un bacalao al pil-pil hecho por Otegi! ¡Está cojonudo!

Según me dicen, están encantados contigo y conmigo. Mis gestiones para acercar a los presos secuestrados por el gobierno español son celebradas en su mayoría. Los pasos, sinceros, afianzando las posiciones, sin distorsiones entre los más reticentes de los «gudaris». ¿Las presuntas víctimas de la derechona? Un susurro, un pequeño grito de la asociación mayoritaria cuando se levanta del sillón, donde se vuelve a sentar tras haber dado un ligero pataleo. Correcto, si se desvían, se les retira la subvención y punto. Ya, ya ves cómo hablando tranquilo, mirando a los ojos, diciendo «h» y luego «b» todo se desarrolla de manera perfecta.

La vacuna está llegando poco a poco. Fíjate lo molesto que han estado los partidos políticos y la poco influencia en las encuestas. Les dices cualquier tontería y «¡hala, a vivir!», como si fueran sindicalistas de cervezas y mariscadas.

Los fríos del invierno han pasado: la nieve y Filomena, entre otros. Aquí se nota en los coches y garita de la Guardia Civil, que amablemente colocaste en la calle, junto al modesto domicilio de Irene y mío. Ahí, en Moncloa, se aprecia menos. Hemos repartido bien los cometidos de cada uno y los resultados florecen cuan aceitunas en los olivos otoñales.

Nos viene a la memoria aquello de «no podré dormir» si yo estoy en tu gobierno. ¡Qué bueno! Los tres —incluida Bego, tu Begoña— sabemos que duermes como un lirón, como un bendito, bandido, sin importarte ni un tomillo todas las barbaridades sucedidas.

Camarada Pedro, te exhorto a seguir la misma vía, el mismo camino; unidos tú y yo para conseguir el propósito de libertad, amistad y prosperidad para las vuestras y vuestros, nuestros y nuestras, quienes hemos elegido el mejor futuro para estos países y naciones que formarán una república social y común. Para común, nosotros comunistas, donde lo suyo es nuestro y lo vuestro será mío y solamente mío.

Ya me entiendes, camarada Pedro.