Opinión

Realidad y singularidad humana

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El mundo que conocemos se encuentra en permanente cambio y evolución. Pero este dinamismo se delimita a la realidad material, porque ésta es la única que el método científico que los humanos hemos inventado permite medir y verificar. Lo inmaterial no es objeto de la ciencia física o natural, porque no es empíricamente demostrable por el método científico. Lo inmaterial existe y actúa, pero requiere de otra aproximación metodológica específica. Por esta razón, resulta cuando menos sorprendente que algunas inteligencias tan notables como la de Mario Bunge hayan carecido de una agudeza intelectual para reconocer que el hecho de que la ciencia natural no explique ni pueda explicar lo intangible o inmaterial no significa que no exista o no pueda conocerse por otros medios.

En este sentido, resulta paradójico que en determinadas teorías actuales en el campo de la biología evolucionista se manifieste un sustrato cripto-teológico derivado de las categorías antropológicas y sociopolíticas del protestantismo, en clave secularizada. Se plantea soterradamente una dicotomía dualista entre naturaleza y cultura, entendiendo la civilización como contraposición al estado de naturaleza. Los “memes”, al modo explicado por Dawkins, crearían las condiciones para superar a los genes y acelerar así los mecanismos de preservación de la especie, sin necesidad de esperar a que los cromosomas produzcan por sí mismos la mejora. En estos términos, la cultura humana se presentaría como la salvación frente a la perdición a la que nos abocaría la naturaleza.

Por otra parte, el problema del neurocientificismo tan en boga actualmente es que se ha construido sobre un materialismo y determinismo que reduce todo, en última instancia, a interacciones de azar y necesidad de las partículas subatómicas. Algunos neurocientíficos, sobre todo los más divulgadores, incurren en sus propias trampas gnoseológicas al explicarnos que el fundamento de la racionalidad desarrollada por los humanos es el cerebro. Pero, ¿acaso las cargas eléctricas y las reacciones físico-químicas son “racionales”? La razón subjetiva es una propiedad del ser humano, como individuo integral y social, no de su cerebro. La razón es una singularidad humana, no una propiedad de sus compuestos materiales y conexiones nerviosas. Las sinapsis neuronales expresan ciertamente una realidad de lo humano, pero ésta ni se reduce ni se identifica completamente con aquellas.

Por tanto, la dificultad de este neurocientificismo es que aplica el método científico extralimitándose de su ámbito objetivo, pretendiendo definir y caracterizar una realidad se desborda con su metodología. En algunos ámbitos surge una necesidad cuasi-religiosa por encontrar una “teoría del todo” que explique la realidad humana proyectando un sesgo mecanicista que se da de bruces con la extraordinaria complejidad de las facultades y cualidades humanas. Esta tendencia explicativa totalizante parece además especialmente invasiva en lo que se refiere al estudio de la conducta y de la sociedad. Sobre la base del cerebro y de la genética algunas corrientes pretenden absorber la psicología, la sociología y la ética. Y sobre las nuevas capacidades de la tecnología, pretenden también legitimar sus decisiones de transformación por la mera posibilidad de hacerlo en potencia. Los prefijos “neuro”, “bio” o “trans”, delatan este tono reduccionista y totalizante de la deriva epistémica dominante en la actualidad. Surgen así la “neuroética”, la “biopolítica” o el “transhumanismo”.

Sin embargo, los excesos de este neopositivismo científico tan reduccionista siguen topándose con los enigmas de los sentimientos y de la intuición tan presentes en el lenguaje, en la obra artística o en el culto religioso. Cada comunidad humana da sus explicaciones de lo inefable, sus respuestas ante el misterio. La singularidad humana radica precisamente en esa realidad anímica, psíquica o espiritual común que emerge, de la materia y la informa pero que no se explica solamente por ella. La necesidad de razonar la realidad inmaterial es lo que motiva la búsqueda de sentido a la existencia y es lo que precisamente ha actuado como el motor de la historia, a diferencia del resto de las especies animales que carecen de “cultura” o “cosmovisión”.

Probablemente sea una cuestión de tiempo hasta que prevalezcan una renovada epistemología que junto con una cosmología contribuyan a terminar con la confusión contemporánea introducida por los excesos y reduccionismos unidimensionales de las corrientes tecno-neuro-cientificistas. Un desarrollo humano integral y social exigirá que encontremos una auténtica demarcación, transversalidad y coordinación de todos los saberes y disciplinas, a fin de comprender mejor la misteriosa y hermosa discontinuidad que manifiesta la humanidad respecto de la realidad del resto de los seres y de su propia materialidad y limitación física.