Blog del suscriptor

La 'yersinia pestis' y sus consecuencias en el s. XIV

Ilustración de la peste negra en la Biblia de Toggenburg.

Ilustración de la peste negra en la Biblia de Toggenburg. Wikimedia Commons

  1. Blog del suscriptor
  2. Opinión

Los brotes surgen en reuniones en espacios cerrados, también en abiertos con hacinamiento. Todos persiguen con afán disfrutar del buen tiempo en comandita para intercambiar vivencias de la realidad angustiosa de meses atrás o simplemente una amigable charla para evadirse de la disciplina sanitaria. Se busca el refugio del grupo como algo instintivo para protegerse de los males que acechan. Quizás sea la fatiga de guerra.

Pronto se olvidan las duras imágenes de hospitales, morgues y familias sumidas en el dolor y nos adentramos en la insolidaridad de muchos que abarrotan espacios para festejar sus derivas primaverales.

Nada nuevo puede decirse, las pestes han asolado el mundo en muchas ocasiones y han provocado evoluciones en el pensamiento, la sociedad y la economía.

En la peste que diezmo en un 60% la población de Europa en el s. XIV fue traída por los genoveses desde Mongolia en sus barcos. Dadas las relaciones comerciales que mantenían, los jefes mongoles cedieron tierras para la construcción de ciudades amuralladas, así nació la ciudad de Caffa, la actual Feodosia, en la península de Crimea, a orillas del mar Negro. Todo transcurría con normalidad hasta que la conversión al islamismo provocó que el Kan Kipchak decidiera la expulsión de los cristianos europeos.

Huyeron de aquella parte de Asia y llevaron consigo ratas y roedores en sus bodegas y pulgas en sus ropajes. Era el año 1346. En unos casos fueron las rutas marítimas las que facilitaron la propagación de la bacteria Yersinia pestis; en otros, los camellos, las pieles y los alimentos se convirtieron en vectores de la transmisión. Todo generó horror, muerte y escepticismo como nunca se había visto.

En 1347 llegó a Constantinopla y después a Génova y Venecia. Por las rutas comerciales se fue diseminando como el polen es esparcido por los vientos en todas direcciones.

La sabiduría y la tecnología del hombre se mostró insuficiente. Venecia aparecía despoblada, 100.000 muertos en tres meses en Florencia. En 1348 llegó a Francia, Gran Bretaña y Baviera.

La gente optó por marchar al campo. Contrariamente a lo que pensaban, la probabilidad de adquirirlo se incrementaba. La densidad de población no era determinante del contagio sino la población de roedores, más numerosas en la campiña.

Con todo, con el pesar y la amargura de unos años en donde la sociedad quedó comprometida, ciudades desoladas y campos abandonados produjo cambios de importancia.

El hombre sin sentido, arrojado a un mundo que sucumbe. La devastación sorprendió la conciencia de muchos porque ante tal sufrimiento todo permaneció sin señales visibles de perturbación. Este hecho motivó la quiebra de la visión neoplatónica de la naturaleza que se regía por sus propias leyes lo que tiempo después fundamentaría el conocimiento científico.

La epidemia supuso el impulso de las ciudades y del Estado en detrimento del poder rural.

Y sin embargo, la innovación fructificó con unos avances sorprendentes. En épocas de precariedad el ingenio del hombre alcanza nuevas cotas de creatividad.

Se inventó la imprenta, las gafas y los relojes y el interés europeo por los mecanismos complejos.

La artillería emergió como fuerza militar y la colocación de cañones en los barcos supuso el dominio marítimo europeo frente a otros en todos los mares dando lugar a un floreciente comercio.

Los campesinos se erigieron como nueva fuerza social reduciendo sus cargas tributarias, fomentando la innovación en sus negocios e incrementando el consumo que a su vez estimulaba la creación de manufacturas.

¿Todos estos cambios que eclosionaron por la epidemia en el s. XIV, acaso se producirán con esta pandemia que padecemos en el s. XXI?

Sin duda habrá cambios que más útiles serán cuanto antes percibamos que la vida se ha convertido en un camino diferente al transitado hasta ahora.